Prueba de conexión — no superada

**Martes, 12 de noviembre**

Elena removía con desesperación la leche en el puré del niño mientras Lucas intentaba construir «el ascensor más alto del mundo» con sus bloques. En la mesa, la suegra, Doña Carmen, tosía levemente. Era una mujer de ojos grises, lengua afilada y vestida con una bata de flores.

—Mira qué cejas tiene, como si se las hubiera depilado —murmuró, observando al nieto—. Ni una sola de nuestras facciones. Ni siquiera las orejas de su padre.

—Mamá, mírame a mí —sonrió Elena, apartando el tazón—. Tampoco soy idéntica a David. Los genes son caprichosos.

—Caprichosos o no, algo raro hay —contestó Doña Carmen, levantándose para ir a la cocina por más té.

Elena respiró hondo: *”Solo cuatro días más”.* El sábado era el cumpleaños número sesenta de su suegra. Había planeado una reconciliación: cena en el restaurante “El Rincón de la Reina”, música de jazz en vivo, un pastel de tres pisos y, lo mejor, un viaje al balneario “Pinar del Mar” en la sierra madrileña. *”Con el descanso, dejará de buscar semejanzas”*, pensaba.

Esa noche, mientras revisaba la lista de gastos, David asomó la cabeza en el estudio:

—Hice un álbum con fotos antiguas de mamá. Estará listo para el sábado.

—¡Perfecto! Pero no le digas nada, que le dé la emoción.

—No te tomes a pecho sus comentarios —pidió él—. Es buena gente, solo que habla sin filtro.

—Lo sé. Pero si insiste una vez más con lo de «no se parece», explotaré.

David le dio un beso en la frente y salió a revisar los deberes de Lucas.

El jueves llegó un paquete sin marca, entregado por una mensajera con chaqueta amarilla. Elena lo dejó en la sala, junto a los demás regalos: un pañuelo de seda, miel de romero y el sobre con los boletos del viaje. Lo envolvería el viernes. El detalle debía ser perfecto.

El sábado al mediodía, el sol de marzo brillaba sobre el mantel floral del restaurante. Doña Carmen entró del brazo de su hijo:

—¡Vaya lujo! Mis cuarenta años de trabajo valieron la pena.

—Solo para usted —respondió Elena, guiñando un ojo al camarero para que sirviera el champán.

La música, las luces cálidas y el ambiente hicieron que Doña Carmen finalmente se relajara. Elena observaba cada gesto suyo: *”Parece feliz”*.

Al cortar el pastel, Elena, con voz temblorosa, anunció:

—¡El regalo principal! —y entregó el sobre—. Tres semanas de tranquilidad en la sierra.

—¡Pero si no estoy enferma! —protestó Doña Carmen.

—El descanso no es solo para enfermos —replicó David, abrazándola.

De repente, Lucas sacó un pequeño sobre plateado con el logo «GENETIX | personal».

—Mamá, ¿esto también es un regalo?

—No es nuestro —susurró Elena, pero Doña Carmen lo tomó.

—¡Ah, esto sí es para mí! —Abrió el sobre, palideció al leer los números.

—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó David.

—Nada… —farfulló, arrugando los papeles.

Elena sintió un escalofrío: *”¿Habrá hecho una prueba de ADN?”*

El ruido de un camarero que dejó caer una bandeja distrajo a los invitados, pero no a Elena. La mirada de su suegra, fija en ella, quemaba.

Esa noche, David mostró el informe arrugado:

—«Relación abuela/nieto: 0%». ¿Tú sabes algo?

—¡No fui yo! —susurró ella—. Ella lo pidió. Yo solo quería darle una buena fiesta.

—Pero los números… —David se pasó una mano por la cara—. ¿Cómo puede ser?

—Quizá el test está mal. O lo hizo para probar su teoría de que Lucas no se le parece.

—Mañana iré a hablar con ella.

Doña Carmen lo recibió con una pila de documentos.

—Mira esto —dijo, mostrando una pulsera del hospital con el nombre «David Martínez»—. La guardé como recuerdo. Pero antes del cumpleaños, encontré otra. —Sacó una segunda pulsera con diferente número—. Así que pedí la prueba de ADN.

—Mamá, ¿estás diciendo que Lucas no es mío?

—Según esto, tú tampoco eres mío.

David leyó el segundo informe: «Relación madre/hijo: 0%».

—¡Pero tú me diste a luz!

—Dí a luz a un niño, sí. Pero ese año había caos en el hospital. Creí que eran leyendas, pero ahora… —Su voz se quebró—. Nunca tuve un hijo biológico.

—Es un error. Haremos otra prueba: tú, yo y Lucas.

El lunes, fueron al laboratorio. Cuatro días después, los resultados confirmaron lo peor:

—«Relación padre/hijo: 99,98%» —leyó David—. Lucas es mío.

«Relación abuela/nieto: 0%». «Relación madre/hijo: 0%».

Doña Carmen rio amargamente:

—Treinta y cinco años de ilusión.

Elena intentó consolarla:

—Usted lo crió, lo ama…

—Lo amo más que a mi vida. Pero ¿cómo sigo ahora? No tengo hijo… ni nieto.

—Tienes a tu familia, sangre o no —dijo David, abrazándola.

—Abuela, ¿jugamos al ajedrez? —preguntó Lucas.

Ella le acarició el pelo, que olía a champú de fresa.

Una semana después, David viajó al hospital de su ciudad natal. Elena lo acompañó. En los archivos, encontraron el nombre del verdadero hijo biológico de Doña Carmen: Alejandro Robles.

Lo contactaron. Cuando se conocieron, él se rio:

—Mi madre siempre decía que no me parecía a mi padre.

Doña Carmen lo miró con lágrimas:

—Así que aquí estaban mis pómulos.

Pasaron horas compartiendo historias. Al volver a casa, mientras acostaban a Lucas, Elena preguntó:

—¿Es difícil aceptarlo?

—Extraño. Sigo siendo yo, pero el mundo ha cambiado. Mamá está feliz de encontrar su sangre, pero no me soltará. Ahora somos una familia más grande.

Elena sonrió:

—¿Y tu madre sigue diciendo que Lucas no se le parece?

—Hoy dijo: «Lleva la cucharra en la boca igual que Alejandro». Le contesté: «Es porque ahora somos familia por partida doble».

En la habitación contigua, Doña Carmen cerraba dos álbumes: uno viejo, con fotos de David, y otro nuevo, con imágenes de Alejandro. Los acarició como si fueran las mitades de un mismo corazón. Por primera vez en años, sintió que su casa estaba llena… llena de felicidad.

**Lección:** La familia no son solo genes. Es el amor que resiste más allá de las pruebas.

Rate article
MagistrUm
Prueba de conexión — no superada