**Pastel y otros desengaños**
Hoy, mientras batía la crema para el bizcocho, pensé en lo mucho que ha cambiado todo. Los movimientos eran precisos, como los de un relojero. El pastel para Lucía, mi hija, debía ser una obra maestra: tres pisos, mousse de vainilla, frambuesas frescas, delicados rizos de chocolate. Cumplía dieciocho años, y yo esperaba que este regalo, el mejor en mis veinte años como repostera, derribara el muro que había crecido entre nosotras este último año.
—Mamá, ¿aún no has terminado? —Lucía entró en la cocina con sus zapatillas chirriando sobre el linóleo—. ¡Laura ya está de camino y aquí sigue todo patas arriba!
—Casi listo —sonreí, secándome las manos en el delantal—. ¿Qué te parece?
Lucía echó un vistazo rápido al pastel, su rostro permaneció impasible.
—Bueno… está bien. Pero Laura dice que estos pasteles ya no se llevan. Ahora la moda es lo minimalista, sin tantos… adornos.
Sentí como si la cuchara en mi mano pesara más.
—No son simples adornos, cielo. Son tus dibujos favoritos, como los del pastel de tus diez años. ¿Te acuerdas?
—Mamá, tenía diez —sus ojos rodaron hacia arriba—. Vale, voy a recoger el salón. Papá ha vuelto a llenarlo todo con sus papeles.
Se fue, dejando tras de sí un rastro de perfume y la sensación de que hablaba con el vacío.
***
A las seis, el salón estaba transformado: globos, guirnaldas, una mesa con tapas. Coloqué el pastel en el centro, sus frutas brillaban bajo la lámpara como pequeños rubíes. Recordé cómo el año pasado Lucía había rechazado la celebración familiar, escapándose con sus amigos a un bar. *”Soy mayor, mamá”*, me soltó entonces. Durante meses había ahorrado para este pastel, renunciando a zapatos nuevos y a cursos de repostería, solo para que hoy todo fuera perfecto.
El timbre de la puerta interrumpió mis pensamientos. Lucía corrió a abrir, y entró Laura, alta, con uñas rosas brillantes y una mirada que escaneaba todo como un dispositivo.
—Jo, ¿y esto qué es? —se detuvo frente al pastel, inclinando la cabeza—. Lucía, ¿en serio? ¡Esto parece para niños!
—Bueno, es lo que le gusta hacer a mi madre —Lucía rio nerviosa, sus mejillas enrojecieron—. Le va lo… retro.
—¿Retro? —Laura soltó una carcajada, su voz sonaba como cristal roto—. ¡Esto parece de los noventa! Ahora lo que se lleva son pasteles desnudos, con frutas y sin tanta crema. ¿Verdad, Lucía?
Apreté el borde del delantal, sintiendo cómo la cocina se encogía.
—Hola, Laura —logré sonreír—. Este pastel es del gusto de Lucía. Siempre le ha encantado la vainilla y las frambuesas.
—*Le encantaba* —enfatizó Laura, mirando a Lucía—. Pero los gustos cambian, ¿no? Ahora Lucía va más por lo vegano, ¿eh?
Lucía se retorció el brazalete.
—Bueno, no del todo… Pero Laura tiene razón, mamá. ¿El año que viene podrías hacer algo más moderno?
Sentí un nudo en el pecho, pero asentí.
—Vale, cielo. De momento, recibamos a los invitados.
***
Los amigos de Lucía llenaron el salón de risas y música. Serví las tapas, intentando ignorar los murmullos de Laura señalando el pastel. Mi marido, Álvaro, estaba en un rincón, pegado al portátil. Su *”proyecto urgente”* siempre era más importante que la familia.
—Elena, ¿todo bien? —levantó la vista un segundo—. El pastel está increíble, como siempre.
—Gracias —forcé una sonrisa—. ¿Me ayudas con las bebidas?
—Ahora, solo termino este correo —volvió a hundirse en la pantalla.
Regresé a la mesa, donde Laura pontificaba sobre *”fiestas de moda”*.
—En Madrid la semana pasada hubo una —decía—, con un pastel sin gluten, sin azúcar, de matcha. ¡Eso sí es nivel! Esto… —señaló el mío— parece hecho por una abuela.
Las risas estallaron. Lucía enrojeció pero no dijo nada, jugueteando con el mantel.
—Laura, es el pastel de mi madre —susurró—. Se ha esforzado.
—¿Esforzarse? —Laura arqueó una ceja—. Lucía, esforzarse es una cosa, pero seguir la moda es otra. ¿Quieres que tus dieciocho parezcan un cumple de diez?
Ardían mis mejillas. Quise responder, pero al mirar a Lucía, vi que bajaba la vista, como si estuviera de acuerdo.
***
Llegó el momento de soplar las velas. Empujé el pastel en la carretilla, mis manos temblaban. Los invitados callaron, los móviles apuntaban a Lucía. Encendí las velas, sus llamas reflejadas en sus ojos como cuando era pequeña.
—Lucía, pide un deseo —sonreí, con un nudo en la garganta.
—Espera —Laura interrumpió, su voz cortó el silencio—. ¿Son velas normales? Lucía, dijiste que querías bengalas. ¡Es tu día!
—¿Bengalas? —me quedé helada—. Lucía, no me habías dicho…
—¡Porque al final haces lo que quieres! —estalló Lucía, su voz temblaba—. Mamá, solo quería algo moderno, simple, ¡y tú otra vez con tus pasteles de boda! ¡Tengo dieciocho, no soy una niña!
Los murmullos crecieron. Sentí que el suelo desaparecía.
—Lucía, solo quería que te gustara —mi voz era un hilo—. Es tu sabor favorito…
—¿Favorito? —rió con lágrimas en los ojos—. ¡Hace un año que no como frambuesas! Laura tiene razón, vives en tu mundo.
—Tranquila —Laura le pasó un brazo por los hombros, como una directora de orquesta—. Sopla las velas y olvidémoslo. Total, el pastel no se lo comerá nadie.
Miré a Álvaro, esperando apoyo, pero solo encogió los hombros.
—Elena, no dramatices. Que las chicas lo pasen bien.
—¿Que lo pasen bien? —avancé hacia la carretilla, mi voz temblaba—. Tres meses planeando esto. Ahorrando, aprendiendo técnicas nuevas… Y tú, Laura, ¿quién eres para decidir cómo debe ser esto?
Laura alzó la barbilla, su sonrisa era fría.
—Soy la amiga de Lucía. Y tú, Elena… solo su madre, que no entiende que su tiempo pasó.
El silencio se hizo pesado. Lucía miraba al suelo, retorciendo su brazalete.
—Lucía —me giré hacia ella—, di algo. Es tu día. ¿Qué quieres?
Calló, sus labios temblaban. Laura tosió, como empujándola.
—Mamá —al final susurró—, quiero que sea como yo digo. Sin tus pasteles. Sin tus… expectativas.
Algo se rompió dentro de mí. Recordé cuando, hace cinco años, tras una discusión con Álvaro, Lucía enfermó y yo le hice un pastel para verla sonreír. Entonces me abrazó, diciendo: *”Eres la mejor mamá”*. Ahora, de esa niña no quedaba nada.
—Vale —me quité el delantal despacio y lo dejé en una silla—. Entonces no me necesitas.
Tomé la carretilla y la llevéApreté la puerta de la calle mientras las risas se apagaban atrás, preguntándome si alguna vez volveríamos a compartir algo tan simple como un pedazo de pastel.