**Primero el café, luego yo**
“Elena, ¡escucha, se me ha ocurrido algo!” —Sergio irrumpió en la cocina con los ojos de un fanático iluminado—. “¡Un *startup*! Una idea de la hostia. ¡Única! Una plataforma de reparto de todo, ¡desde calcetines hasta bocadillos de calamares!”
“Eso ya existe”, contestó Elena, removiendo su avena sin entusiasmo.
“¡Pero la nuestra será diferente!” —dramático, señaló al techo—. “¡Reparto inteligente con *inteligencia artificial*! ¿Entiendes? El algoritmo *predice* lo que quieres y lo trae *antes* de que lo pidas”.
“O sea, ¿adivinar deseos?”.
“¡Exacto! Es la revolución”.
“¿Y dónde piensas montar esto?”.
“Bueno… en casa. De momento. Fase inicial. Un *coworking* en la cocina, digamos”.
“Sergio. Yo también tengo un ‘coworking’. Se llama trabajo. Y tengo un *deadline*”.
“Cariño, no nos vamos a molestar. Ya he llamado a los chicos —son de fiar. ¡Va a ser la caña!”.
Resultó que “los chicos” eran cuatro.
A las 9:00 del día siguiente, Elena salió a la cocina y se quedó helada.
En la mesa había tres tíos y una chica con una sudadera que ponía *”Freelancer, ¿y tú qué?”*. Olía a festival de baristas, los portátiles ocupaban toda la superficie, y en la nevera colgaba un gráfico titulado *”Crecimiento de hipótesis: de menos diez a sueño húmedo”*.
“¡Buenos días!” —dijo uno de los barbudos.
“Yo vivo aquí”, respondió Elena.
“¡Genial! Nosotros también. Bueno, casi” —guiñó Sergio—. “Te presento a Álvaro, Adrián, Lucía y Dani. ¡El *dream team*!”.
“¿Para cuánto tiempo?”.
“Hasta que despeguemos”.
“¿Y si no despega?”.
“No existe el ‘si’. Solo el ‘cuando'”.
Elena fue a servirse café, pero alguien había metido *matcha* en la cafetera. En el hervidor flotaba una *bomb* de baño, oliendo a naranja y crisis existencial. La leche había desaparecido. En su lugar, quedaba una lata de leche de coco.
Volvió al dormitorio y cerró la puerta.
“Empieza el día laboral…” —murmuró—. “En el infierno”.
Al día siguiente, abrió su portátil y se puso los auriculares. Un minuto después: toquecito en la puerta.
“Elena, ¿no has visto el cargador del Mac?”.
“*No*”.
“¿Podrías teclear un poco más silencioso? Es que estamos en *brainstorming*”.
“Es un teclado. Su función es hacer *clic clic*”.
“Es que estamos pensando cómo monetizar la hipótesis de reparto de *torrijas* antes del desayuno”.
“¿Antes del desayuno? ¿Y ahora qué sois?”.
“¡Fase de preparación!”.
A la semana, Elena sintió que su casa era ahora un *coworking* y ella, la intrusa.
Lucía colgaba su ropa en el salón. Álvaro cambiaba la configuración del *router* sin permiso. Dani hacía *zoom calls* con clientes en la cocina. Y Sergio, eufórico:
“¡Estamos al borde del *breakthrough*! Necesitamos un par de *case studies* y un poco de publicidad”.
“Y espacio personal. Un poquito. Lo mínimo” —dijo Elena, tomando café de su taza, donde ahora alguien echaba *chia*—.
“¡Es que no estás acostumbrada a la energía creativa!”.
“Estoy acostumbrada al silencio. Y a que mi casa sea mía. No… una oficina con ambientador de menta y un cargador comunal”.
Cuando el viernes Lucía entró en la ducha con el móvil y un *zoom* sobre los azulejos, Elena decidió actuar.
Primero, con *sutilidad*.
“*Accidentalmente*”, apagó el *router*. A los cinco minutos, Álvaro llamó a su puerta:
“¿A ti te va internet?”.
“No, parece que hay una caída”.
“¿En este momento? ¡Tenemos una *presentación*!”
“Cosas de la vida. Quizá la universa te está diciendo algo”.
Al día siguiente, cambió la contraseña del Wi-Fi. La señal se llamó **”Silencio_y_paz”**. Sergio corrió con el portátil en pánico:
“¿Quién lo ha cambiado? ¡Esto es *sabotaje*!”.
“¿Y si es una *señal*?”.
“Elena, ¡teníamos *meeting* con inversores! ¡No pudieron entrar en *Zoom*!”.
“¿Será porque estáis en el salón y no en una oficina?”.
“¡Esto es un *dream home*, no un despacho!”.
“¿Entonces por qué yo parezco la *roommate*?”.
El lunes ocurrió el *gran desastre*: el contrato con el inversor se fue al traste. El cliente, “no sintió el *approach profesional*”, sobre todo cuando Lucía salió del baño en *toalla*, gritando:
“¿Quién ha robado mi champú?!”.
Sergio entró en silencio al dormitorio. Se sentó en la cama. Se quitó las zapatillas.
“Hemos metido la pata *hasta el fondo*”.
“Ah, ¿te has dado cuenta?” —Elena cerró el portátil—. “Pensé que vivías en un *universo paralelo*”.
“Quería montar un negocio…”.
“Y construiste una *residencia de estudiantes*. Con *vibe* de campamento y dieta de *barritas energéticas*”.
“¿Era un mal plan?”.
“Era *tu* casa. Pero yo me he convertido en un *mueble*”.
“¿Por qué no dijiste nada antes?”.
“¿Me habrías escuchado?”.
Se hizo el silencio.
“He pensado” —dijo en voz baja—, “¿y si alquilamos un local?”.
“¿Tú has *pensado*?”.
“Sí. Y empezar con *seriedad*. Con equipo, pero sin *brainstorms* sobre mi tostadora”.
“¿Y el hervidor?”.
“Compraremos uno nuevo. Con *contraseña*”.
“¿Y el café?”.
“Con *huella digital*”.
“¿Y el *router*?”.
“Palabra de honor”.
A la semana, el salón volvió a ser un salón. Lucía se mudó a un *coworking* de verdad. Álvaro encontró curro en una “empresa de las de antes”. Dani se fue a Barcelona. Adrián desapareció.
Sergio alquiló una oficina en el *Business Center Abeja* y mandó una foto triunfal: *”Local con Wi-Fi. Sin *socks* en la lámpara”*.
Elena abrió la ventana. Silencio. Café en su taza. El hervidor ya no olía a mandarina y desesperación.
“Estoy en casa” —dijo en voz alta.
Después sonrió.
Y cambió la contraseña del *router*: **”Primero_habla_conmigo”**.
Pasó una semana.
El grifo goteaba. Era un *lujo*. Tras el ruido de molinillos, *meetings* en el váter y *matcha* en el café, el grifo sonaba a *meditación*.
Elena trabajaba junto a la ventana, con su perro durmiendo a los pies. En la pared, el *router* tenía un cartel: *”No tocar sin permiso”*. Sergio lo había puesto. Y jurado no “volver a convertir la casa en *open space*”.
Sergio cumplió con su palabra. *Casi*.
“Elena, ¡hola!” —sonó su voz desde el recibidor—. “¡Solo un *minutito*!”
Se gir”Qué sorpresa”, suspiró Elena al verlo entrar con otro “colaborador casual”, pero esta vez, antes de que pudiera protestar, Sergio sacó un café recién hecho y una sonrisa culpable—. “Solo esta vez, *prometido*”.