Las pruebas que hay que superar

**Las Pruebas que Hay que Superar**

Vera Martínez esperaba impaciente a su marido y a su hijo, que habían viajado a una provincia vecina por negocios. Querían expandir su empresa y abrir una sucursal en otra ciudad. El negocio del padre y de su hijo, Alejandro, marchaba viento en popa. La fortuna les sonreía.

Vera ansiaba especialmente la vuelta de su hijo. Tenía algo urgente que contarle: lo que había oído de boca de su esposa, Lucía, embarazada y a punto de dar a luz. Todos sabían que Lucía no amaba a Alejandro, pero aguantaban por el bien del futuro nieto.

Aquella tarde, Vera escuchó a Lucía hablar por teléfono:

—En cuanto dé a luz, me largo con el niño. Me llevaré algo de valor de esta casa y desapareceré. Aquí hay mucho que aprovechar.

El primer instinto de Vera fue llamar a Alejandro para advertirle, pero se contuvo. Su marido y su hijo tenían una reunión importante. Ya hablaría cuando volvieran.

—Recuperaremos al niño del hospital. En cuanto a Lucía, que se vaya al diablo. No quiere al bebé de todos modos.

Cuando Lucía entró en trabajo de parto, su marido y su hijo ya estaban de regreso. Una ambulancia la llevó al hospital. Poco después, Vera recibió la peor llamada de su vida: su marido y su hijo habían sufrido un accidente. Su esposo murió en el acto; Alejandro, veinte minutos después, pero con un último susurro:

—Quítenle el niño a ella.

El investigador le explicó a Vera que no había ningún niño en el coche. Sin embargo, ella murmuró:

—Mi nuera acaba de dar a luz. Es mi nieto, todavía están en el hospital. Lucía no lo quiere… por eso mi hijo dijo eso.

No albergaba esperanzas de ver a su nieto, pero, contra todo pronóstico, fue ella misma quien recogió a Lucía del hospital. Cómo soportó aquel dolor, nunca lo supo. La ayudó Arturo, amigo de la familia y financiero de la empresa, quien se encargó de todo: el funeral, el velatorio, incluso aseguró que un médico velara por Vera.

Él también trajo a Lucía y al pequeño Adrián del hospital. Tras la muerte de su esposo, Lucía no parecía tener prisa por abandonar la gran casa. Vera contrató a una niñera, pues no podía cuidar constantemente del niño mientras se sumergía en los asuntos de la empresa, que ahora heredaba. Arturo llevaba las riendas, y ella confiaba plenamente en él.

Lucía apenas prestaba atención a su hijo y desaparecía durante días. Seis meses después, se llevó a Adrián y escapó, robando dinero de la mesa de su suegro. No pudo abrir la caja fuerte: desconocía la combinación.

Vera volvió a hundirse al perder a su nieto, el único lazo que le quedaba con Alejandro. Pero el tiempo pasó, y un día, Lucía regresó.

—Dame dinero, las acciones de la empresa y todo lo que me corresponde tras la muerte de mi marido. Si no, no volverás a ver a tu nieto. Lo dejaré en un orfanato y desaparecerá.

Vera cedió. Cumplió con todas sus exigencias, incluso más: entregó sus joyas.

—Lucía, por favor, déjame ver a Adrián.

Promesas vacías.

Con el tiempo, Vera logró reponerse y asumió el negocio, con Arturo como su mano derecha. Pero la ausencia de su nieto la consumía.

Arturo sugirió acudir a la policía.

—Vera, tengo un amigo investigador. Vayamos a hablar con él.

Aceptó.

El investigador encontró a Lucía y descubrió que se había juntado con gente peligrosa. Les entregó las acciones a cambio de falsas promesas. La estafaron y la abandonaron. Cayó en el alcoholismo y descuidó a su hijo. Hasta que un día, uno de sus cómplices la obligó a elegir:

—O yo, o tu hijo.

Eligió a él. Juntos llevaron a Adrián al bosque y lo abandonaron. El investigador lo supo al interrogar a quienes intentaron vender las acciones robadas. Lucía confesó el lugar, pero el niño ya no estaba. Lo buscaron, sin éxito. A Lucía la arrestaron.

**Una Nueva Vida**

Sofía creció en un orfanato. Al llegar a la mayoría de edad, decidió mudarse a un pueblo cerca de la ciudad. Le asignaron una casita humilde, pero para ella era un sueño hecho realidad.

—No es nueva, pero es sólida. Haré de ella un hogar.

Trabajó como cocinera en una cantina local. Desde pequeña, soñó con ser chef, y la cocinera del orfanato, la tía Carmen, le había enseñado lo básico. Poco a poco, su vida mejoró.

Su vecino, Javier, un hombre callado, la ayudaba con las tareas pesadas. Sofía no sospechaba sus sentimientos. Un día, fue al bosque a buscar setas para hacer empanadas. Entre los arbustos, encontró a un niño sucio y asustado.

—Cariño, despierta… —Susurró, acariciándole la mejilla.

El niño abrió los ojos llorando. Ella lo alzó, sintiendo su miedo.

—No temas, no te haré daño. Ven conmigo.

Lo llevó a casa, lo bañó y alimentó. Pidió a Javier que llamara al médico.

—¿Cómo te llamas? —Intentó sin éxito. —Vale, te llamaré Mateo.

El pueblo se enteró y todos ayudaron: leche, ropa, lo que pudieran. Mateo solo se calmaba con Sofía. El médico confirmó que estaba débil, pero se recuperaría.

Un día, el niño la llamó “mamá”. Ella lloró de emoción. Poco después, empezó a hablar.

—Nadie te hará daño, mi niño.

Creía que Mateo se quedaría para siempre, aunque sabía que debía informar a las autoridades. Pero llegaron antes de que lo hiciera.

—No tiene derecho a quedarse con él. Debe ir con nosotros.

—¡Lo amo! ¡Es mi hijo! —rogó, pero se lo llevaron.

Desesperada, habló con Javier.

—Ayúdame. Quiero adoptarlo, pero necesito una familia. Cásate conmigo, solo por papeles. Te lo prometo.

—Sofía… —Javier sonrió—. Yo también lo quiero. Y a ti.

Se casaron. Cuando fueron al orfanato, Mateo corrió hacia ellos.

—¡Vamos a casa!

—¡Sí, mamá! —gritó, mientras Sofía lloraba.

Los años pasaron. Mateo era un brillante estudiante. Hasta salió en la televisión por ganar un concurso de matemáticas.

**El Reencuentro**

Un día, un coche de lujo se detuvo frente a su casa. Una mujer elegante bajó.

—¿Sofía? Vengo a hablar.

—¿De Mateo? —preguntó Sofía, tensa.

—Soy Vera Martínez, su abuela.

Le mostró una foto de Alejandro. El parecido era asombroso. Vera contó toda la verdad: la muerte de su hijo, la traición de Lucía.

—Haremos pruebas de ADN, pero sé que es mi nieto. Quiero que herede la empresa.

Cuando Mateo llegó, al principio desconfió. Pero sintió el cariño de Vera.

Esa Nochevieja, la familia celebró junta. Vera anunció planes para construir una mansión cerca.

—Será nuestro legado.

Todos aplaudieron, felices. Mateo, ahora heredero de un imperio, sonrió. Las pruebas habían terminado.

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Las pruebas que hay que superar