Grabé las conversaciones de mis padres

El susurro de los secretos

La llave giró con un clic, y Marina, conteniendo el aliento, se coló en el apartamento. El recibidor estaba a oscuras, solo un hilo de luz se filtraba desde la cocina. Sus padres, otra vez despiertos pasada la medianoche. Últimamente era lo habitual: largas conversaciones nocturnas tras una puerta cerrada. A veces murmullos, otras, discusiones ahogadas.

Marina dejó los zapatos, apoyó el bolso con el portátil en la mesita y se deslizó hacia su habitación. No quería explicar por qué llegaba tarde, aunque el motivo era válido: el proyecto del trabajo no cuadraba y el plazo apremiaba.

A través de la pared, las voces de sus padres se mezclaban con el crujir de la madera.

—No, Jorge, ya no puedo más —la voz de su madre, baja pero cargada de irritación—. Lo prometiste el mes pasado.

—Elena, entiéndelo, ahora no es el momento —su padre, otra vez justificándose.

Marina suspiró. Últimamente discutían por algo, pero delante de ella fingían normalidad. Claro, ya pasaban de los cincuenta, ella era adulta, pero dolía sentir que algo se resquebrajaba.

Se lavó la cara, se metió en la cama, pero el sueño no llegaba. Su hermano Diego vivía en otra ciudad y apenas visitaba. Si se divorciaban, ¿con quién se quedaría? ¿Y el piso? ¿Por qué ocultaban sus problemas?

Las voces persistían. Marina buscó los auricularMarina encendió el móvil, grabó la última confesión de sus padres, y mientras la madrugada teñía el cielo de azul oscuro, comprendió que algunos secretos, como el aroma del campo que sus padres escondían, terminan floreciendo cuando menos se espera.

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