La cena familiar inesperada

Un cálamo inesperado en la mesa
– ¡Te has vuelto loco, Antonio! ¡No podemos invitarlos! – protestó María mientras aporreaba nerviosa la mesa de la cocina con los nudillos.

– ¿Por qué no? Mi hermano –y María frunció los labios, volviendo la espalda con gesto regordete hacia el ventanal–. Entre otras cosas.

– Tu hermano, que no veas desde hace quince años –replicó Antonio, levantándose con un suspiro y acercándose a su esposa de la manera más suave que podía lograr un hombre acostumbrado a dar conferencias de historia sobre reinos fallidos. – Y de repente, sin avisar, se presenta el te retiró el hostname y ya tienes pensado invitarlo a cenar.

– ¡No es así! – María se esforzaba por no claudicar, aunque ya el tono de su voz traicionaba la tensión. – Miguel llegó de Zaragoza. Le fue mal con el chiringuito de tacos.

– ¡Ya veo! – Y Antonio estalló en una carcajada seca, como los viejos árboles al estallar en la sequía. – ¡Y ahora nuestros pobres invitados llegan a nuestra casa como si fueran a cobrar lamentos! ¿Te acuerdas de lo que el muy maleducado hizo contigo?

María se encogió de hombros, fingiendo frotar una expulsora que no tenía polvo.

– Es mi hermano. – murmuró.

– Y soy tu marido, y digo que no.

María suspiró, mirándole con el ruego de una madre rezando en la plaza mayor.

– Ya los he invitado. Miguel y su esposa Rocío, y el crío. Viene esta noche.

Antonio cerró los ojos, contando mentalmente hasta la guerra de 1812.

– ¿Y cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuando las patatas estuvieran fritas?

– Era…

Pero no terminó la frase. El teléfono sonó como una corneta angelical. María miró el teléfono con el ceño más profundo que tenía guardado para los viernes santos.

– Es Catalina.

– Perdona, pero lo único que falta ahora es que venga la niña a por más enredos –rezongó Antonio. – ¿Se lo has contado quién?

– No. Ni siquiera sé por qué llama. Desde que nos peleamos, apenas se ha medio oído.

María cogió el teléfono.

– ¿Aló? Catalina…

La voz de su hija llenó la cocina, luminosa como una canción de versión:

– Mamá, gracias por si no os molesta, si pasamos por la noche. Tengo una noticia importante, ¿vale?

Antonio dio vueltas como un pavo real, negando con la cabeza, pero María sonrió, quebrando el silencio con una luz artificial:

– ¡Claro! ¡Pásennos! –dijo.

– Perfecto. ¡A las siete! Y… ¡Llevaremos a alguien más!

Antes de que María pudiera preguntar por el desconocido, Catalina colgó como un mosquito al final de la canción.

– ¡Ay, Antonio! –exclamó María, con una sonrisa tan amplia que casi rozaba la melena. – ¡Hoy la familia se reúne!

– No veo lo divertido –resopló Antonio saliendo de la cocina como si se fuera a la guerra. – Tienes olvidado que teníamos horas previo para un espectáculo.

– ¡Ah! –María se llevó las manos a la cara. – ¡Se me había escuchado!

– Ya. Como si una no me creyera. Llama a todo y que vengan otro día.

– Antonio, por fa…

– Nada de «por fa«.

Y así, el viejo marido volvió a la sala, murmurando cosas sobre el teatro y la dignidad.

María se sentó, apretando las sienes. La obra era *El arte*, un regalo para su aniversario de veinte años. Y ahora…

Se levantó, caminando decidida hasta el frigorífico. Si había llegado hasta aquí, tendría que darle forma a una cena para todos. Antonio estaría histérico, pero sería cruel despedir a los invitados. Miguel no había visto a su hermana en quince años. Catalina,吵架 con él por el matrimonio con el joven viudo Vicente, que ella creía un *paquete mal envuelto*. Y quien sabe que ya habían sellado un pacto de compromiso.

María sacó del congelador el cochinillo, las patatas y las verduras. Cuando Antonio volvió, olió el ambiente regocijado de la preparación.

– ¡Vaya, parece que has decidido todo sola! –dijo áridamente.

– ¡Antonio! ¿Qué quieres? Es raro que la familia esté junta.

– ¿Qué familia? ¡Tu hermano, que no da señales de vida como un cangrejo! ¡La hija que se esconde de llamadas! ¿Y ahora quién es este *quién* que nadie nos ha advertido?

– Tal vez hoy las cosas cambien. Confía en mí –le rogó María.

Antonio resopló, pero no protestó, y volvió a la sala, susurrando algo sobre un día arruinado.

Mientras María picaba ajo, recordaba cómo su vida con Antonio había sido serena. Los dos eran profesores: ella de lengua, él de historia. Los viernes se bebían un café mientras comentaban los chicos del colegio. Los cumpleaños: se ponían guapos, iban a la ópera o a ver cuadros que nadie quería. Nunca había mucha visita. Las relaciones con la familia se habían desgastado: desde la muerte de sus padres, Miguel había abandonado la ciudad y apenas comunicaba. Y Catalina… siempre con su independencia tan rotunda.

Pero sonó el timbre. Era Dolores, la vecina de al lado:

– ¡María, colega! Traigo unos *bocaditos* de jamón… –La anciana le entregó un plato tapado con un trapo blanco.

– ¡Dolores, qué suerte! Tenemos visitas inesperadas.

– ¡Ah, sí? ¿Y quiénes llegarán ahora?

– Mi hermano Miguel con su familia, y Catalina con su… marido –María dudó, aún no asimilando que dijera al mundo dicho título.

– ¡¿Marido?! –Dolores se quedó boquiabierta. – ¿Y habría un nuncio de bodas?

– ¡Ni idea! Ella dice que trae una noticia importante.

Dolores asintió y salió corriendo, con cara de ganas de vivir.

María volvió a la cocina, donde Antonio la miró con gesto somuro.

– ¿Y no me dicen que has invitable al sobrino de Dolores también? –preguntó.

– ¿ Nicolás? Sí. Llega a las siete. Sabe nuestro vecino que busca trabajo y como el día está perdido, ya que haga algo útil.

Antonio se resignó con un suspiro.

A las seis, la mesa estaba servida como un festín. El cochinillo asado con patatas doradas y tomillo olía a casa. Antonio miró con un rastro de satisfacción.

– ¿Y si tienes razón? –le dijo. – Llevábamos mucho sin que la familia se reuniera.

María le abrazó.

– Sí, Antonio. Aprovechemos esto. Aunque podremos ir al teatro la próxima semana.

Antonio le besó la coronilla.

– Está bien. Te convenciste.

El timbre sonó de nuevo. Era Nicolás, elegante con chaqueta y camisa bien planchada.

– Buenas noches. Soy Nicolás, sobrino de Dolores. –saludó.

– ¡Pase, pase! –dijeron los dos a coro.

Entre charlas y recuerdos de la infancia, el ambiente se relajó. Nicolás, antes soldado y ahora buscando nuevos rumbos de vida, contó cómo había perdido a su esposa inesperadamente y cómo trataba de encontrar un motivo al día.

Pero antes de que la conversación自贸, el timbre volvió. Esta vez era Miguel, con una esposa taciturna, una hija callada, y un chico adolescente absorto en su móvil.

Luego llegó Catalina, radiante como siempre, con un vestido azul cielo y una niña rubia de cabello claro.

– Madre, padre, este es Vicente y nuestra hija Lucía –dijo, con una sonrisa que regalaba más optimismo que un amanecer en la playa.

El silencio fue apretado, con el peso de los minutos.

– ¿Y quién es este? –preguntó Catalina, mirando de reojo a Miguel.

Un diagnóstico profundo de tensiones familiares se estableció. Pero Nicolás, con su manera de romper el hielo, propuso:

– ¡Brindemos por la reunión!

E inesperadamente, las conversaciones tomaron forma. Vicente explicaba cómo trabajaba como ingeniero, y su hija Lucía contaba cómo practicaba patinaje artístico. Miguel, tragando saliva, se animó a contar que había intentado poner un negocio de tacos, pero ahora trabajaba como dependiente en una tienda. Nicolás, quien buscaba abrir un café, los unió en un proyecto común.

– ¡Tú, Miguel, podrías organizarlo! –dijo. – Y Catalina, como era administradora, nos ayudaría. A mí me tocaría el diseño. Y Vicente, ¡me encargaría del proyecto!

Antonio, escuchándolo, aprovechó para ofrecer sus conocimientos en reformas. Y la mesa se convirtió en una mesa de negocios.

Y cuando quedó sin dudas, María vio en los ojos de Antonio un brillo.

– ¿Qué está pasando? –pensó.

Lo que sí supo es que, por primera vez en años, la mesa no era solo de comida. Era de risas, de hermanas, de hijos, de desconocidos que ya no lo eran. Y algo más: un café llamado *La Familia*.

Y aunque el teatro se había ido a las nubes, ambos sabían que habían ganado algo más: la reunión de una familia que se creía perdida.

Y todo por un cálamo en la mesa del anochecer.

Rate article
MagistrUm
La cena familiar inesperada