La cena familiar inesperada

– ¡Estás loca! ¡No podemos invitarles! – Víctor golpeaba nervioso la encimera con los nudillos.

– ¿Por qué no? Mi hermano, por cierto… – Ana frunció el ceño y se acercó a la ventana.

– ¡Tu hermano al que no has visto en quince años! – Víctor se puso de pie y se acercó a ella. – ¿Y de repente aparece sin más y ya quieres invitarle a cenar?

– No es así, no ha aparecido de la nada – intentó sonar tranquila, pero su voz temblaba. – Valerio ha regresado de Oviedo. Su negocio allí se fue al traste.

– ¡Claro! – Víctor se exaltó. – Y ahora ha venido a pedirte dinero a ti, que lo dejaste cuando más lo necesitaba. ¿No lo recuerdas?

Ana se dio la vuelta y fingió ocuparse de limpiar el horno, aunque ya brillaba como un espejo.
– No lo he olvidado. Es mi hermano.

– Y yo soy tu marido, y no estoy de acuerdo.

Ana suspiró y se volvió a Víctor.

– Ya los invité. Valerio, junto con Sultana y Gerardo, viene esta noche.

Víctor cerró los ojos y exhaló lentamente.
– ¿Y cuándo pensabas decírmelo? ¿Justo antes de que llegaran?

– …

El teléfono sonó. Ana miró la pantalla y frunció el ceño.

– Es Claudia.

– ¡Perfecto, ahora falta lo que nos faltaba para completar la fiesta! – murmuró Víctor. – ¿Sabe que el tío ha aparecido?

– No. Llevamos meses sin hablar por culpa de la última discusión.

Ana contestó.

– Hola, Claudia.

Escuchó la voz alegre de su hija al otro lado.

– Mamá, hola. Ojalá no os molestemos, pero llegamos esta noche con una noticia importante.

Víctor negó con la cabeza, pero Ana, decidida, sonrió.
– Claro, venid. Estaremos encantados.

– Perfecto, nos vemos a las siete. Y, además, llevamos a alguien más.

Antes de que Ana pudiera preguntar quién, Claudia colgó.

– Mira, Vítor, es genial – exclamó Ana. – ¡Hoy se reúne toda la familia!

– No veo qué hay de bueno – cortó Víctor, encaminándose a la salita. – El espectáculo en el teatro está a las nueve. ¿Y tú? ¿No recuerdas?

– ¡Ay! – Ana se tapó las mejillas con las manos. – Lo había olvidado.

– Tú sí. Yo no. Llama a todos y que vengan otro día.

– …

El cuarto de baño se abrió y Víctor salió. Ya no había nada que hacer, el aroma del asado invadía la cocina.

– Creo que has tomado las decisiones por ambos – señaló secamente.

– ¡Vítor…! – Ana secó sus manos en un trapo. – ¡Hoy se juntará la familia!

Claro, ¿qué familia? – espetó – ¿El hermano que no pisa por casa desde hace quince años? ¿La hija que no llama meses seguidos? ¿Las novias que ni siquiera conozco?

– Tal vez hoy todo cambie – dijo Ana con esperanza.

Vítor solo negó con la cabeza, pero se fue a la salita mascullando algo sobre la noche perdida.

Ana se quedó con la mirada en el fogón. En el fondo sabía que su marido tenía razón. La vida con Vítor era calmada: ambos enseñaban en el instituto. Por las noches, compartían el té y hablaban de los alumnos e iban algún que otro día al teatro. Las visitas de los familiares eran escasas, sobretodo mediante la muerte de los padres de Ana, cuando Valerio se marchó a Oviedo y apenas daba señales de vida. A lo mucho, un postal navideña, pero ni siquiera todos los años.

Con Claudia también fue más difícil. Siempre había sido una muchacha independiente. La carrera de administración y dirección la abandonó el segundo año para trabajar en un restaurante. Para Ana, aquello fue un verdadero golpe; siempre soñó que su hija se convertiría en profesora.

Mientras Ana recapacitaba, el timbre sonó. María Elena, la vecina, entró con un plato de empanadas.

– Aquí tienes, preciosa. Hice un poco más de lo habitual.

– ¡Qué suerte, María Elena! Tenemos visitas.

– ¿Y quiénes vienen? – preguntó con curiosidad.

– Mi hermano Valerio con su familia y Claudia con su marido…

– ¡Con su marido! – se emocionó la señora. – ¿Ya vais a comprometeros?

– No lo sé… – Ana encogió los hombros. – Sólo me dijo que traía una noticia importante.

– En fin, querida, y si tuvieras un cuñado, ya que estás. Mi sobrino Nicolás, volvió de Málaga. Condecorado y viudo. ¿Por qué no lo invitas también? Sólo necesita con quién hablar.

Ana se sorprendió ante la propuesta, pero aceptó. Si el día estaba perdido, al menos que sirviese de algo.

– Claro, que venga a las siete.

María Elena se alegró y corrió a anunciarle la noticia a Nicolás.

Volvida a la cocina, sorprendió a Víctor mirando el plato.

– ¿Y habías olvidado que también has invitado al sobrino de la vecina?

– …

Las horas pasaron y, al final del día, el plato más inesperado llenaba la mesa. Víctor, cogiendo un trago, mostró por primera vez una sonrisa.

– La vida es rara, pero, Anu, posiblemente tengas razón. Hacía tiempo que no nos juntábamos todos.

Ana se acercó y le abrazó.
– Así que, amor, si el destino nos trae esta cena, que sea bienvenida. El teatro siempre podrá esperar.

Víctor la besó en la coronilla.
– Has ganado esta ronda.

El timbre sonó. Nicolás, elegante y con porte militar, se presentó con un saludo. Ana le invitó amablemente.

La discusión, el debate sobre presiones, las heridas no sanadas, todo había desaparecido cuando aparecieron Gerardo, Sultana y los demás. Y de nuevo, y una vez más, todo se había convertido en una gran celebración.

La noche terminó con el intercambio de números de teléfono, ideas para la apertura de un nuevo café y el compromiso de reencontrarse pronto.

Al final, Ana y Víctor, sumidos en los recuerdos de platos vacíos, sonrieron. Había sido una cena sorpresa, sí, pero al final todo había sido una reunión perfecta.

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La cena familiar inesperada