Él eligió una familia. Pero no la nuestra.

Oye, macho, te cuento esta historia que me tiene con el corazón encogío. Jorge se giraba de repente al escaparate donde miraba pasar coches.
—Mamá, ¡por favor! —dijo secándose las lágrimas—. ¿Otra vez lo mismo? Ya te lo he explicado mil veces.

Carmen Rodríguez alzó las manos.
—¿Explicado? ¡Si lo único que me has dicho es que nos abandonas por una señora cualquiera con hijos!

—¡No es ninguna cualquiera! ¡Lucía es mi mujer! —apretó los puños, la voz temblaba de rabia—. ¡Y ahora los niños también son míos! ¿Entiendes? ¡Míos!

Rocío, callada en la cocina, giraba una cucharilla. Lágrimas caían en su té frío. Como la lluvia contra el cristal.

—¿Tuyos? —la madre soltó una risa agria—. ¡Estás loco! Tienes una hermana que apenas camina tras el accidente, ¡y una madre que lo dio todo por ti! Y tú… te vas con extraños.

Jorge se dejó caer en el sofá, pasándose las manos por la cara. Cansado de discutir, de la jaqueca constante.

—Mamá, intenta comprender. Tengo treinta y dos años. Derecho a mi vida.

—¿Con una divorciada y dos niños ajenos? Eres joven, guapo, con buen curro. Podrías buscarte una chavala…

—¡No quiero otros hijos! —soltó las manos de su madre—. Mateo y Anita ya son míos. Mateo me ha llamado papá. ¿Sabes lo que es eso?

Rocío sollozó y se levantó. Rengueó hasta su hermano.
—Jorge… ¿y yo? Sin ti… no sobrevivo. Solo en ti confío desde el accidente. Mamá es pensionista… ¿quién me ayudará?

Jorge la estrechó fuerte, acariciándole el pelo.
—Roci, no me muero. Solo me mudo cerca. Os ayudaré, claro. Pero ahora tengo familia.

—¡Aquí está tu familia! —estalló Carmen—. ¡La única!

—Lucía está embarazada —dijo él.

Silencio. Solo el tictac del reloj y la lluvia.

Carmen palideció.
—¿Qué has dicho?

—Espera nuestro bebé. Cinco semanas. Médicos dicen que todo bien.

—Dios mío… —se tapó la cara—. ¿Qué has hecho, hijo?

Carmen Rodríguez fue maestra infantil treinta años. Imaginaba nietos de Jorge… pero no así. No de una divorciada.

—¿Acaso no es bueno? —intentó abrazarla—. Por fin serás abuela.

—¿De quién? ¿De esa que ya tuvo dos hijos? ¿De dónde salió?

—Es enfermera en pediatría. Buena mujer. Sus hijos, encantadores.

—¿Y el padre?

—Murió en la legión. Lucía tenía veintidós, sola con dos criaturas.

—Ah —Carmen asintió—. Buscaba un bobo que las mantuviera.

—¡Basta, mamá! —gritó Jorge—. ¡No soy bobo! ¡Soy un hombre que eligió por amor!

—¿Amor? —dio un paseo—. ¿Tú qué sabes? Siempre en casita, currando y ayudándonos. Sin experiencia con mujeres. La primera que te endulza…

Rocío se sentó, cabeza entre manos. Los gritos le punzaban la sien.

—Jorge —susurró—, ¿puedo conocer a tu Lucía?

—¿Para qué? —murmuró su madre.

—Ver qué tiene ella que no tengo yo.

—Claro —sonrió Jorge—. Mañana nos vemos, en algún bar cerca de mi piso en Ventas. Estamos de alquiler, pero queremos comprar de tres habitaciones.

—¿Con qué dinero?

—Con mis ahorros. Y Lucía vende su estudio.

Carmen apretó los labios.
—Ajá. También quiere tu pasta. Todo cuadra.

—¡Se acabó! —se levantó—. ¡Si sigues así, dejaré de venir!

—¿Dejar a tu madre y a tu hermana enferma? —Carmen lloriqueó.

—¡Por hartar de oír barbaridades!

—¿Ya os casasteis?

—La semana que viene firmamos. Y boda en iglesia tras el bebé. Lucía es creyente.

Carmen caviló. Ella iba poco a misa, pero rezaba. Si Lucía lleva los niños… quizá no sea tan malo.

—Jorge —pidió Rocío—, ¿cómo es ella? Sin enfado.

Él la tomó de la mano.
—Dulce. Tranquila. Respetada en el hospital. Mateo fué receloso, pero ahora me sigue como un perrito. Anita calladica, madura para sus cinco años. Ayuda a su madre. Guarda una foto de su padre en su cuarto.

—¿No te da celos? —preguntó Carmen.

—Murió héroe. Lo respeto. No lo reemplazo. Seré otro papá para ellos.

—Otro papá —Carmen suspiró—. ¿Y para nosotras qué? ¿Otro hijo?

—Seguiré siendo vuestro hijo. Solo que ahora… habrá más.

—No podrás con todo —negó ella—. Acabarás eligiendo uno. Y ya sé cuál.

—¿Por qué?

—Allí te necesitan cada día. Nosotras… ya sabemos esperar. Ellos crecen. Nosotras, aguantamos.

—Mamá…

—¡No me “mamá”! —fue hacia la ventana—. Lo entiendo. Mujer joven, niños llamándote papá… es bonito. Nuevo. Nosotras… viejas, enfermas, pesadas.

—No sois pesadas.

—Lo somos, hijo. Si no, no te irías.

Rocío se acercó a Carmen.
—Quizá tenga razón. Necesita su vida.

—¿Cómo? ¡Tú misma dijiste que sin él mueres!

—Lo digo cuando estoy mal. Pero Jorge no es mi cuidador. Merece familia.

—Nosotras fu
Y aunque la tristeza aún flotaba en el entorno, esa promesa de sol le dio fuerzas para creer en un futuro donde ambos lados de su corazón cabrían sin reproches.

Rate article
MagistrUm
Él eligió una familia. Pero no la nuestra.