Lo que me ocurre es bastante excepcional. La gente suele decir que “tengo un don”, pero yo siempre lo he sentido como una maldición. Pero vayamos por partes.
Con apenas un mes de vida, mi madre me dejó a las puertas de un orfanato. No sé por qué me abandonó; quizás ella también tuviera ese “don” y no quisiera que yo lo desarrollara. La cuestión es que crecí en ese hogar sin conocer a mis padres. La primera en notar mi peculiaridad fue una de nuestras cuidadoras, Reme González. Contaba que, mientras jugábamos, Antoñito me quitó mi juguete y, en sus palabras, “Te juro que vi cómo el crío salió volando hacia la alfombra de la otra punta y tú recuperaste tu juguete”.
Reme era una chica estupenda. Enseguida entendió que eso no era normal y que, de saberse, me traería problemas. “No quiero que te lleven a hacer experimentos”, repetía. Así que se encargó de mi educación y, de paso, de ayudarme a dominar mis habilidades. Cuando me enfadaba mucho, podía mover objetos… y hasta personas. Sentía el campo energético de cualquiera cerca. No necesitaba saludar para saber si alguien era bueno o malo. Podría parecer un súperporder, pero sentía que los demás también notaban que yo era rara, evitándome. Por eso, jamás ninguna familia me quiso adoptar. Me dolía, porque ansiaba cariño, amor y una familia verdadera. Quería saber lo que era tener una madre.
Solo tenía una amiga en el orfanato: Estelita. Bueno, se llamaba Estrella, pero le molestaba, así que todos la llamábamos Estelita. Era un torbellino maravilloso, siempre lo pasábamos bomba. Ella era mi pequeña familia y yo la suya. Sabía de mis habilidades y jamás las delató. Ni siquiera me pidió usarlas en su beneficio. Se lo agradecía con el alma. Estelita casi había perdido la esperanza de encontrar familia; ya tenía quince primaveras y todos sabemos que a los “mayorcitos” nadie los quiere.
Un día, Estelita entró como un vendaval a la habitación, con los ojos encendidos y una energía que casi tira la puerta.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—¡Dany! ¡No te lo vas a creer! ¡Me adoptan! ¡Tendré familia! —Saltó hacia mí, me abrazó por los hombros y me hizo dar vueltas por la habitación—. ¡Han aparecido unos genios que me quieren! ¡Menuda suerte! —De repente se detuvo y me miró seria—. No te pongas triste, prometo que vendré a verte. ¡Y cuando te adopten a ti, haremos barbacoas juntos! Venga, vamos, que están en la entrada hablando con la directora. ¡Quiero presentártelos!
Me arrastró de la mano a las escaleras. Justo entonces, se abrió la puerta del despacho.
Apareció una pareja. El hombre era grandullón, con los hombros anchos, una mandíbula puntiaguda y unos pómulos como picachos.
Sentí todo su campo energético al instante. Y no me gustó lo más mínimo.
Él desprendía fuerza, pero no una buena fuerza. Más bien violencia, brutalidad, rabia contenida. Ella parecía asustada y frágil, con un cansancio infinito y vacío en el alma. Eso percibí.
—¡Oh, Estrellita! —El hombre sonrió con una zalamería que hasta me dio repelús—. Casi hemos terminado con los papeles. Mañana ya vienes con nosotros a casa.
Estelita se le abalanzó para abrazarlo. Y en ese instante, capté una nueva emoción en el tipo: algo parecido al amor, pero no. No era cariño de padre… era otra cosa. Como lujuria.
Volvimos a la habitación. Estelita no paraba de dar brincos mientras yo me sentaba en la cama, intentando digerir lo percibido. Quizá me equivoqué.
—¿Qué te pasa? —Estelita se sentó a mi lado—. No te enfades, que nos veremos, te lo juro.
—Esteli, esa pareja… me ha dado muy mala espina. Ese hombre no es bueno.
Estelita frunció el ceño.
—Dany, por favor, ¿qué dices? ¿Es que estás celosa? ¡Por fin tengo una familia! Y Evaristo es un sol, lo he hablado con ellos. Son estupendos. Dice que tendré una habitación enorme. ¡Toda para mí! ¿Te imaginas?
—Pero tú sabes que siento a las personas…
—Dany, ¡déjalo! Cada pareja pasa por el psicólogo y la directora. Él tiene un buen trabajo y ella se queda en casa. ¡Tendré mamá todo el tiempo! Tienen toda la documentación. Si fueran mafiosos, ya se vería en los informes.
Se levantó de golpe y se acercó a la ventana.
—Pensaba que te alegrarías por mí, siendo mi amiga —dijo con voz quebrada.
Me dio vergüenza. La abrazé por detrás.
—Lo siento, claro que me alegro. Tienes razón, mala mía, solo es que te echaré de menos.
—No te preocupes, tú solo tienes siete, ya te adoptarán. Voy a hacer la maleta.
Cené mal y dormí peor. Soñé con Evaristo como un monstruo, con los ojos inyectados en sangre y unos colmillos babeantes. Estelita casi tuvo que sacudirme para despertarme. Ya estaba lista. En la puerta, tardé mucho en soltarla; era como si mis brazos pudieran salvarla de algo. Cuando subió al coche y los cuidadores volvieron dentro, solo yo me quedé en la escalinata. Solo yo vi cómo su nueva madre exhaló aliviada al sentarse y cómo Evaristo sonrió con una media sonrisa siniestra.
Estuve fatal todo el día. Reme se dio cuenta y me llevó al patio trasero durante el recreo.
—Dany, ¿qué te ocurre? ¿Es por Estelita?
—Reme… ¿usted me cree?
—Claro, cielo, tú lo sabes.
—Se la ha llevado gente horrible. Sobre todo ese Evaristo. Es un mal bicho.
Reme se quedó pensativa.
—
Ahora, cuando Marga nos regaña por lo terremoto que somos, Carla y yo nos miramos y no podemos evitar reírnos, porque por fin el remolino en mi cabeza hace cosas buenas, como volar las galletas recién horneadas hasta nuestros platos.






