**PROTEGIDOS POR EL AMOR**
El encuentro entre Lucía y Adrián estaba escrito en el destino.
…Adrián nunca conoció a su padre. Creció entre los brazos de su madre y su abuela. Cuando era pequeño y preguntaba por él, su madre balbuceaba excusas vagas: *”Tu padre es geólogo, siempre está en alguna expedición buscando minerales.”* Pero una vez, frustrada, le soltó: *”¡Nunca has tenido padre, Adrián!”*
De niño, aceptó esas palabras sin cuestionarlas. Pero al crecer, necesitaba respuestas. *¿Acaso nació por obra del Espíritu Santo?* Su abuela, en un susurro, le confesó la verdad: su madre había regresado de un viaje de trabajo… embarazada.
Adrián no se sintió traicionado, sino aliviado. *Al menos no me encontraron en un repollo.* Juró que, tarde o temprano, conocería a su progenitor. *”Soy su hijo, ¿qué puede negarme?”* Y se prometió algo más: *”Tendré una familia. Una esposa, hijos… y solo una esposa, para toda la vida.”*
…Lucía tampoco conoció el amor de un padre. Su madre se separó antes de que ella cumpliera dos años. Su padrastro era buen hombre, pero siempre comparaba a Lucía con sus hijos del primer matrimonio. Eso la hería. Solo tenía el amor incondicional de su madre.
Ya adulta, Lucía decidió: *”Si me caso, será una vez y para siempre. Ojalá encuentre a alguien así.”*
Y lo encontró.
…Era Nochebuena. Enero, frío seco, anocheciendo. Una librería en el centro de Madrid. Lucía y Adrián hacían cola en la caja, cada uno con un libro de Federico García Lorca en las manos. Sus miradas se cruzaron. Y él, sin dudar, lanzó el ataque: cumplidos discretos, preguntas que revelaban interés genuino. No podía dejarla ir. *Ella sería su esposa.*
Lucía, educada y reservada, no coqueteó. Pero algo en Adrián le resultó familiar, como si lo conociera de otra vida. Aun así, *una chica de bien no da su número a un desconocido.* Adrián, respetando su recato, le dio el suyo. Ella lo anotó, pero no le dio el suyo. *”Te llamaré después de Reyes”*, murmuró, evasiva.
Adrián no iba a dejar que ese regalo del cielo se esfumara. La siguió en secreto, anotando su dirección.
Pasaron las fiestas, y el teléfono no sonó. Adrián, desesperado, actuó: dejó su ejemplar de Lorca en el buzón de Lucía. *¿Lo entendería?* Esa misma noche, ella llamó, indignada:
*”Adrián, ¿por qué no me llamaste? ¡Te esperé!”*
*”Lucía, no tengo tu número. Lo habría hecho hace días. ¿O no recuerdas que no quisiste dármelo?”* Él sonreía, el corazón a punto de estallar.
*”¡Pero me encontraste igual!”*
*”Lógica femenina”*, pensó él, feliz. Ella lo quería.
No esperaron más. Se casaron por lo civil y por la iglesia. Y ¿por qué no? Los unía un amor puro, el deseo de una familia numerosa y su pasión por Lorca. *¿Qué más hacía falta?*
Lucía enseñaba literatura en la universidad; Adrián era programador. Con el tiempo, llegó Sofía. Dos años después, Javier. La vida fluía como un verso perfecto.
Adrián nunca olvidó su promesa: encontrar a su padre. Tras meses de búsqueda en internet, dio con él. Vivía en Barcelona. Se reunieron, hubo lágrimas, abrazos. *”Me alegra que me hayas encontrado, hijo. Ahora nos tenemos.”*
Su padre era catedrático de medicina. Adrián volvió a casa eufórico.
Pero con los años, las visitas se espaciaron.
Los niños crecieron. Lucía decidió hacer su tesis doctoral, siguiendo los pasos de su madre y abuela, ambas doctoras en filosofía. Eligió un tema obvio: Lorca. Durante tres años, entre biberones y pañales, investigó. Y justo cuando retomó la escritura, nació Carmen.
La tesis volvió a esperar.
Hasta que Carmen empezó la guardería. Lucía retomó su investigación. *El título estaba cerca…*
Hasta que Adrián enfermó. Algo raro, incurable. Los médicos no daban esperanzas. *Solo tenía cuarenta años.*
Lucía se desmoronó. Adrián, consciente, le pedía perdón por dejarla con tres hijos. Ella lloraba en silencio, ocultándole otro secreto: *estaba embarazada.*
*”Adrián, ¡vas a mejorar! ¡No me dejarás sola!”*
Llamó a su suegro, el eminente médico. Él examinó a Adrián y suspiró.
*”Hija, la medicina formal no puede hacer más. Pero… conozco a un herbolario. Él me salvó a mí.”*
Al día siguiente, Lucía visitó al viejo curandero. Tras revisar los informes, él le entregó unos frascos con líquido verdoso.
*”Sígase esta dosis al pie de la letra. Y vuelva con su marido en diez días.”*
*”¿Con él? ¡No puede moverse!”*
*”Volverá caminando. Te lo prometo.”*
Lucía dudó. *¿Magia? ¿Superstición?* Pero no tenía opción.
Diez días después, Adrián entró caminando al consultorio. Un mes más tarde, volvió al trabajo.
*¿Milagro?* El herbolario nunca dio un diagnóstico. Solo una frase: *”Perdonen a todos, no envidien a nadie.”*
…Lucía dio a luz a Pablo.
Sofía, Javier, Carmen, Pablo. *Nombres de otra época.*
Adrián y Lucía atesoran su amor. Saben que la felicidad es frágil, pero el dolor, persistente.
¿Y la tesis? Lucía la archivó.
*La familia era su mayor obra.*