EL ENCANTO DE LO INALCANZABLE: MIRA PERO NO TOQUES.

Nadie sabía su nombre.
Era un niño de 9 años, delgado y con la camiseta un poco desgastada.
Todas las tardes, al salir del colegio, se detenía frente a la zapatería del barrio.
Se quedaba quieto, observando las zapatillas rojas que brillaban en el escaparate.
No tocaba el cristal.
No decía nada.
Solo las miraba.

Un día, el dueño de la tienda, don Rodrigo, salió y le preguntó:
—”¿Te gustan esas, chiquillo?”
El niño bajó los ojos y murmuró:
—”No, señor. Solo las estaba recordando.”
Don Rodrigo no entendió.
Entonces el niño explicó:
—”Eran igualitas a las que tenía mi hermano David.
Pero él ya no está… y no quiero olvidar cómo eran.”

A don Rodrigo se le quebró la voz.
Esa tarde, envolvió las zapatillas en una caja y se las regaló al niño.
Pero no era un regalo cualquiera.
Le dijo:
—”Cada vez que te las pongas, recuerda que los hermanos no se guardan en los zapatos…
se llevan aquí, en el corazón.”

El niño se llevó las zapatillas a casa, pero no se las calzó enseguida.
Las dejó en un rincón, al lado de una foto de David.
Desde entonces, en vez de mirar el escaparate, miraba la caja.
Y cuando por fin decidió usarlas, no fue para correr ni saltar.
Fue para caminar hasta el parque donde jugaba con su hermano, sentarse en su banco de siempre… y sonreír.

Porque a veces, las cosas no son solo cosas.
Son recuerdos que no se van.
Son abrazos sin brazos.
Son la manera de querer, sin tener que decir hasta siempre.

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EL ENCANTO DE LO INALCANZABLE: MIRA PERO NO TOQUES.