OBSERVANDO LAS ZAPATILLAS, PERO NUNCA HACIA EL PRIMER PASO.

Nadie conocía su nombre.
Era un chico de 9 años, delgado y con la camiseta algo desgastada.
Todas las tardes, al salir del colegio, se detenía frente a la zapatería del barrio.
Quedaba inmóvil, observando las zapatillas rojas que colgaban tras el cristal.
No las tocaba.
No decía nada.
Solo las miraba.

Un día, el dueño de la tienda, don Rafael, decidió salir y preguntarle:
—”¿Te gustan esas?”
El niño bajó los ojos y murmuró:
—”No, señor. Solo las guardo en la memoria.”

Don Rafael arrugó el ceño, confundido.
Entonces el niño explicó:
—”Eran idénticas a las que llevaba mi hermano.
Pero ya no está aquí… y no quiero que se me borre su imagen.”

Don Rafael sintió un nudo en la garganta.
Esa misma tarde, envolvió las zapatillas en una caja y se las entregó al niño.
Pero no era un regalo cualquiera.
Le dijo con voz suave:
—”Cuando te las calces, recuerda que los hermanos no se llevan en los zapatos…
se llevan aquí, dentro.” Y se señaló el pecho.

El niño llevó las zapatillas a casa, pero no se las puso enseguida.
Las dejó en un rincón, junto a una foto desgastada de su hermano.
Ahora, en lugar de mirar el escaparate, contemplaba aquella caja.
Y cuando por fin decidió usarlas, no fue para correr ni saltar.
Fue para caminar hasta la plaza donde jugaban juntos, sentarse en el mismo banco de siempre… y cerrar los ojos.
Porque a veces, las cosas no son solo cosas.
Son barquitos de papel que navegan en el tiempo.
Son hilos invisibles que tejen el amor.
Son abrazos que no se acaban, aunque las manos ya no se toquen.

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OBSERVANDO LAS ZAPATILLAS, PERO NUNCA HACIA EL PRIMER PASO.