—Mamá, basta de sermones. Con Marcos habíamos planeado tener un bebé dentro de tres años… ¡Como mínimo tres! Ahora tenemos mil proyectos, planes, Egipto, por dios. ¿Un niño ahora, mamá? —La voz de su hija sonó tan irritada que Isabel María decidió cortar la conversación.
Eran jóvenes, guapos, ambiciosos, con sueños de conquistar el mundo. Y de repente, un embarazo no planeado.
—Hija mía, por favor, no hagas nada hasta que vayamos a Valdeluz… —pido la madre en un susurro.
***
Laura siempre recordó que, desde pequeña, celebraban el cumpleaños de su madre en Valdeluz, aunque nunca le entusiasmó el viaje: una cena familiar en silencio, velas en la mesa y, al día siguiente, la visita al monasterio.
—Papá, ¿por qué siempre venimos a este pueblo en el cumple de mamá? ¡Aquí no hay nada!
—Sin Valdeluz, no estarías tú… ni yo, probablemente. ¿Entiendes?
—Sí… —murmuró Laura, aunque no entendió nada.
Este año, su padre ya no estaba. Un infarto. Al ver a su madre llorar día tras día, encerrada en su habitación, Laura decidió llevarla a Valdeluz ese fin de semana.
—Laurita, pensé que odiabas este lugar.
—Te quiero, mamá… Iremos solas. A Jorge no lo dejarán salir del trabajo.
***
El calor asfixiante cedió, y algo mágico flotaba en el aire. Isabel salió al porche, respiró hondo el aroma embriagador de hierba recién cortada y fresas silvestres.
—Qué pena que Javier no pueda ver esto…
—Mamá, ¿recuerdas cuando papá y yo te hicimos un pastel de cumpleaños? Había harina en toda la cocina, el porche, la glorieta… Hasta en la casita del jardín. Y tú solo te reíste, diciendo que era un cuento de nieve. —Laura sonrió y arropó a su madre con una manta.
—Cariño, necesito hablar de tu embarazo.
—¿Ab.or..tar o seguir? —Laura suspiró y puso los ojos en blanco—. Mamá, no empieces. Con Jorge ya lo decidimos: elegimos libertad.
—No me interrumpas, hija… —Isabel María sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas empañaron su vista—. Sabes que fuiste una niña tardía. Los médicos me prohibieron tenerte. No tenía ni un 1% de posibilidades de sobrevivir.
—Madre mía… —Laura la abrazó fuerte, notando su temblor.
—Déjame hablar… Cuando Javier supo que estaba embarazada, se destrozó. Hasta volvió a fumar. Quería hijos, pero más me quería a mí. Dijo que no sabría vivir sin mí. Por entonces, mi amiga Lucía nos invitó a Valdeluz. Yo iba a despedirme. Y a preparar a mi marido. Lo tenía claro: tú vivirías aquí por mí.
—Lo hiciste por mí… —La respiración de Laura se quebró, conteniendo el llanto.
—Tomé la decisión, pero no sabía cómo decírselo a Javier. Empecé a ir al monasterio, a pedirle consejo a la Virgen.
Una tarde, al volver, vi un cobertizo ardiendo. Una perra entró corriendo, dejó un bulto en el suelo y volvió a meterse. Las vigas se derrumbaban. Salió con otro cachorro en la boca, chamaleada, los ojos llenos de ampollas. Olfateó a sus crías, contó las que faltaban y entró de nuevo. Cinco minutos después, arrastrándose, dejó al tercero a mis pies. Lamió una lágrima salada de mi mejilla… y se quedó quieta.
Javier llegó corriendo y me encontró llorando, abrazada a los cachorros. No preguntó. Solo se le veían los ojos rojos hasta que naciste.
Llegaste a término, sana. Los médicos se santiguaban, repitiendo que los milagros existen. —La mirada de Isabel brilló, y sus arrugas se suavizaron.
—Mamá, ¿por qué nunca me lo contaste?
—No sé… Quizá no era el momento.
***
Un año después, Laura y Jorge le regalarían a Isabel María una casita en Valdeluz. Su hija, sentada en el porche, acunaba a su pequeño hijo.
—Mamá, este es nuestro mejor proyecto, nuestra felicidad. Me aterra pensar que pude perder lo más valioso por una libertad que no era más que humo.
Isabel esbozó una sonrisa enigmática y susurró al viento:
—No en vano hemos vivido…