La nuera que despidió a su compañero de trabajo

**La Nuera la Despidió del Trabajo**

Elena Martínez miraba por la ventana del autobús, observando las calles que tantas veces había recorrido. Cada mañana era la misma rutina: el mismo trayecto al trabajo, las mismas paradas, los mismos rostros conocidos. Pero hoy era distinto. Hoy viajaba por última vez.

En su bolso llevaba la carta de dimisión. Un texto formal, sin mayores explicaciones. Sin embargo, detrás de esas líneas se escondía una historia que aún le costaba asimilar.

El autobús se detuvo frente al centro comercial donde estaba la oficina de su hijo, Javier. La misma empresa en la que había trabajado como contable durante cuatro años. La empresa que Javier había fundado recién terminada la universidad, con su apoyo incondicional.

—Mamá, ¿estás segura? —le preguntó Javier la noche anterior, cuando ella le entregó la carta—. Podrías pensarlo un poco más.

—Estoy segura, hijo —respondió ella—. Será lo mejor para todos.

Pero ahora, mientras subía las escaleras hacia la oficina, sentía un nudo en el pecho. Cuatro años de esfuerzo, de orgullo por los logros de su hijo, quedaban atrás.

Todo comenzó el día que Javier llevó a Laura a casa. Una chica elegante, inteligente, con un título en economía. Elena la acogió con cariño, feliz de que su hijo hubiera encontrado una compañera tan valiosa.

—Mamá, te presento a Laura —dijo Javier, radiante de felicidad—. Mi prometida.

—Mucho gusto, Elena —Laura le estrechó la mano con una sonrisa—. Javier me ha hablado mucho de ti.

Se casaron un año después. La boda fue sencilla, pero llena de amor. Elena cocinó los platos, decoró el salón y se ocupó de cada detalle. Quería que fuera un día inolvidable para ellos.

Tras la boda, Laura se mudó a su piso. Era pequeño, de dos habitaciones, pero había espacio para todos. Elena siempre había soñado con una familia grande, con risas de niños llenando la casa.

—Mamá, ¿qué te parece si Laura trabaja con nosotros? —propuso Javier una noche durante la cena—. Tiene formación en economía, podría ayudar a impulsar la empresa.

—Claro —respondió Elena—. Cuantas más mentes, mejor.

Laura empezó como responsable de ventas. Dinámica y ambiciosa, pronto demostró su valía, atrayendo clientes y aumentando los beneficios. La empresa crecía, y con ella, las responsabilidades.

—Elena, ¿podemos hablar? —Laura entró un día en el departamento de contabilidad.

—Por supuesto, cariño. ¿Qué pasa?

—He pensado que podríamos modernizar este área. Implementar software nuevo, automatizar procesos.

Elena asintió. Sabía que sus métodos tradicionales quedaban obsoletos.

—Tienes razón, pero a mi edad cuesta adaptarse a la tecnología.

—No te preocupes —sonrió Laura—. Yo te ayudaré.

Y así lo hizo. Con paciencia, le enseñó los nuevos sistemas, pero a Elena le costaba seguir el ritmo. Javier también la animaba, elogiando su dedicación.

Sin embargo, la carga de trabajo aumentaba. Facturas, impuestos, clientes nuevos… Elena comenzó a quedarse hasta tarde, llevándose papeles a casa.

—Mamá, ¿no es demasiado? —preguntó Javier—. Quizá necesitamos otro contable.

—¿Gastar más? —intervino Laura—. Elena es experta, solo necesita tiempo.

Pero pronto, las críticas de Laura se hicieron frecuentes. Informes retrasados, errores en los cálculos…

—Debes ser más precisa —decía—. La reputación de la empresa depende de esto.

Elena se esforzaba al máximo, pero los fallos seguían apareciendo.

—Javier, esto no puede continuar —oyó decir a Laura una noche—. Tu madre no da abasto. Los errores nos cuestan dinero.

—Es mi madre, Laura.

—Y esto es un negocio. No podemos permitir ineficiencias, aunque sea familia.

Elena sintió un vacío al oír esas palabras. “Ineficiente”. Así la veía ahora su nuera.

Al día siguiente, Javier entró en su despacho, incómodo.

—Mamá, la situación es complicada. La empresa crece, y las exigencias también. Quizá deberías… tomarte un descanso.

—¿Quieres que me vaya?

—No es eso, pero… necesitamos profesionalizar la contabilidad.

Elena sonrió con tristeza.

—Laura cree que no sirvo.

—No es solo ella. Los tiempos cambian.

—Entiendo —susurró—. Redactaré mi dimisión.

Por la noche, Laura fue especialmente cariñosa.

—He hecho tu sopa favorita —dijo—. Ahora podrás disfrutar de tu tiempo.

—Sí —asintió Elena, sin entusiasmo.

—Y cuando tengamos hijos, podrás cuidarlos.

Elena contuvo un suspiro. Ahora sería la niñera gratuita.

Al día siguiente, entregó sus responsabilidades a una joven contable, Adriana, ágil con los programas nuevos.

—Fue usted quien ayudó a Javier al principio —dijo Adriana—. Debe estar orgullosa.

Orgullosa, sí. Aunque el precio fuera su salida.

Javier la acompañó a la parada del autobús.

—No estés enfadada —murmuró.

—No lo estoy. Cada cosa tiene su momento.

En casa, el silencio era denso. Decidió visitar a su tía Carmen, en el pueblo.

—Ven —le dijo su tía por teléfono—. Hablaremos.

Al día siguiente, partió con su maleta. Quizá allí encontraría respuestas. O aprendería, por primera vez, a vivir para sí misma. A los sesenta, aún había tiempo.

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