¡Prepárale a tu hijo lo que más le gusta, tú misma! ¿O solo viniste a dar órdenes en nuestra casa?

—¡No sabes nada de cocina! —espetó bruscamente Valentina Fernández, arrebatando la cazuela de las manos de su nuera, Elena. —¡Hacer unas gachas de mijo es todo un arte!

Elena se quedó plantada en el centro de su propia cocina, sin dar crédito a lo que veía. Hacía solo tres días que su suegra se había mudado con ellos *temporalmente* por unas reformas, pero ya había revolucionado sus vidas como un ciclón.

—Valentina Fernández —dijo Elena con voz queda—, esta es mi cocina. Yo decido qué cocinar.

—¿Tuya? —soltó una risa burlona la suegra—. ¿Y quién pagó este piso? ¡Mi hijo! Así que soy tan dueña como tú.

Algo se rompió dentro de Elena.

A sus cuarenta y dos años, estaba acostumbrada a ceder. Trabajar en una guardería le había enseñado paciencia. Pero lo que ocurría en su casa ya traspasaba todo límite.

Valentina había aparecido el domingo con tres bolsas gigantes.

—Tendré que quedarme una semanita o dos —anunció con falsa liviandad.

Sergio, el marido de Elena, se había convertido en un pelele ante su madre, como siempre.

—Claro, mamá, instálate.

Y empezó el caos. Valentina lavó toda la ropa, reorganizó los muebles, tiró la mitad de las plantas— *”porque juntan polvo”*—. Al segundo día, atacó la cocina, desechando todas las especias *”raras”*. Sergio ni pestañeó.

—Vamos, aguanta un poco —le dijo a su mujer—. Es mi madre. Y tiene más experiencia.

En ese instante, Elena supo que no podía contar con nadie.

Y por la mañana, ocurrió lo que colmó el vaso. Elena se despertó con olor a quemado. Al correr a la cocina, vio la cazuela humeando en el fuego mientras Valentina hablaba por teléfono junto a la ventana.

—¡Valentina Fernández! ¡Algo se está quemando!

—Bah, exageras —respondió la suegra con un gesto despectivo.

Elena corrió hacia la cazuela, pero ya estaba arruinada.

—¡Era mi cazuela favorita!

—¡Pues qué más da! ¡Las gachas han quedado estupendas, con su costra!

En ese momento, apareció Sergio.

—¿Qué pasa aquí?

—Tu mujer gritando por una simple cazuela —se quejó Valentina.

—Elena —dijo Sergio, resignado—, no reacciones así. Mamá solo intenta ayudarnos.

Entonces, algo se quebró en Elena. Miró a su marido, a su suegra, a la cazuela destrozada.

—Saben qué —dijo en voz baja, pero firme—, ya basta. Valentina Fernández, si es su casa, cocine usted. Y limpie. Y lave. Yo me voy al mercado.

—¿Qué haces? —preguntó Sergio, desconcertado.

—Lo que debí hacer hace tres días. Defender mi hogar. Usted puede quedarse, Valentina, pero bajo MIS reglas. Esta es MI casa, y aquí la dueña soy YO.

—¡Qué insolencia! —chilló la suegra—. Sergio, ¿estás oyendo esto?

—Sí —respondió él, con una serenidad inesperada—. Mamá, Elena tiene razón. Es su casa, y puede poner las normas.

Valentina abrió la boca, atónita.

—¡Pero soy tu madre!

—Por eso mismo —contestó Sergio con firmeza—, deberías respetar a mi mujer y mis decisiones.

Los días siguientes transcurrieron en un silencio tenso. Valentina paseaba su orgullo herido, pero cumplía las reglas. Una semana después, hizo las maletas.

—¿Terminaron las reformas? —preguntó Elena.

—No —respondió secamente la suegra—. Pero iré a casa de mi hermana. Allí… hay más paz.

Elena asintió. Sabía que, en realidad, su suegra no soportaba vivir donde no mandaba.

Cuando la puerta se cerró, Elena no sintió alivio, sino un vacío extraño.

—No te preocupes —la abrazó Sergio—. Mamá se ofende fácil, pero se le pasa. Creo que ha comprendido que contigo no se juega. —Dijo que siempre supo que Elena no era débil y que estaba orgulloso de ella.

Esa noche, Elena se sentó en la cocina con una taza de café. Su casa. Sus reglas. Su vida. Había aprendido que, a veces, hay que enseñar los dientes para ser respetada. Y que un hombre de verdad apoya a su mujer, incluso si debe elegir entre ella y su madre.

Tras la ventana, las violetas florecían. La vida seguía, y ahora Elena sabía que era dueña no solo de su hogar, sino de su destino.

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MagistrUm
¡Prepárale a tu hijo lo que más le gusta, tú misma! ¿O solo viniste a dar órdenes en nuestra casa?