Un paso hacia la separación

**Un Paso Antes del Divorcio**

María estaba junto a la ventana, observando cómo Jorge daba vueltas con su flamante coche nuevo por el patio. La vecina, Doña Carmen, ya había asomado la cabeza por tercera vez desde el portal, seguramente porque el ruido del motor no la dejaba disfrutar de su telenovela. Y allí seguía él, como un niño con zapatos nuevos, haciendo gala de su juguete recién estrenado.

—Papá, ¿puedo dar una vuelta? —preguntó la adolescente Lucía, asomándose por detrás de su madre.

—Pregúntaselo tú misma —respondió María secamente, apartándose de la ventana.

Lucía frunció el ceño.

—Mamá, ¿qué te pasa ahora? ¡Si el coche lo ha comprado para la familia!

—Para la familia… —María soltó una risa amarga—. ¿Sabes cuánto cuesta este capricho? Y mientras, no hay dinero para arreglar la casa del pueblo, ni para tu campamento de verano, que vamos ahorrando céntimo a céntimo.

—¡Pero hace falta un coche! —Lucía se sentó en el sofá, abrazándose las piernas—. ¿No te acuerdas de cuando íbamos a ver a la abuela en autobús? Tres trasbordos y un calor insoportable…

María se apoyó contra la pared y cerró los ojos. Sí, se acordaba. Pero también recordaba los seis meses de discusiones con Jorge sobre la compra. Ella sugería algo sencillo, de segunda mano. Él, en cambio, solo repetía: «O un coche decente, o nada». Y aquí estaba el resultado: un préstamo a cinco años que los obligaría a contar cada euro.

La puerta de entrada se abrió de golpe, seguida de pasos animados.

—¡Mis chicas! —Jorge irrumpió en la habitación, radiante de felicidad—. ¿Lucía, vamos a dar una vuelta? ¿Eh, Mari?

—No me llames Mari —replicó su mujer con frialdad.

Jorge se detuvo en seco; su sonrisa se desvaneció.

—¿Qué pasa ahora?

—¡Que todo! ¡Has comprado un coche sin hablarlo conmigo! ¡Un préstamo que nos asfixiará hasta la jubilación!

—Pero si lo hablamos…

—Hablamos de comprar un coche, no de este trasto de treinta mil euros.

Lucía se encogió y salió de puntillas de la habitación. Ya estaba acostumbrada a las peleas de sus padres, pero siempre guardaba la esperanza de que esta vez no pasaría nada.

—¿Trasto? —Jorge enrojeció—. ¡Es un coche japonés, fiable y seguro! ¡Para mi familia solo quiero lo mejor!

—¿Y preguntarle a tu familia no se te ocurrió? —María se dejó caer en el sillón, sintiendo cómo la invadía el cansancio—. Jorge, teníamos un presupuesto…

—¡Sí, sí, un presupuesto! —Comenzó a pasearse por la habitación, gesticulando—. ¿Y qué? ¿Vamos a seguir yendo al mercado en autobús, cargando bolsas de patatas? ¿O ya se te olvidó cómo te dolía la espalda?

María recordó aquel día. Habían recogido verduras en la huerta de sus padres y tuvo que cargar las bolsas desde la parada hasta casa. El dolor duró tres días. Pero ahora eso parecía insignificante comparado con la hipoteca que les esperaba.

—Sabes qué —se levantó—, hablamos mañana. Cuando se te pase el cabreo.

—¡No se me va a pasar! —gritó Jorge—. ¡Porque tengo razón! ¡Y tú… siempre estás igual!

La puerta del dormitorio se cerró de un portazo. Jorge se quedó solo en el salón, mirando las llaves del coche en su mano.

A la mañana siguiente, María se despertó temprano, como siempre. Jorge seguía dormido en el sofá, despatarrado —había pasado la noche allí—. Fue a la cocina y puso el hervidor. Afuera, la llovizna caía sobre un cielo gris, tan bajo como su ánimo.

—Mamá —apareció Lucía en la cocina—, ¿puedo faltar hoy al instituto?

—¿Por qué?

—Me duele la cabeza.

María la miró con atención. Su hija estaba pálida, con ojeras.

—¿Es por lo de anoche?

La chica asintió sin levantar la vista.

—Lucía —María la abrazó—, los adultos… a veces discutimos. Pero eso no significa que no te queramos.

—¿No vais a divorciaros?

La pregunta sonó tan inocente que a María se le cortó la respiración.

—¿De dónde sacas eso?

—Los padres de Laura se divorciaron. Antes también se peleaban por dinero.

María la soltó y se acercó a la ventana. Divorcio. Ella misma lo había pensado, sobre todo en los últimos meses. Cuando Jorge tomaba decisiones sin consultarla. Cuando parecía que vivían vidas paralelas bajo el mismo techo.

—Mamá…

—Ve a prepararte para el instituto. Se te pasará el dolor.

Lucía suspiró y se marchó. María se quedó junto a la ventana, con la taza de té ya fría entre las manos.

—Buenos días —apareció Jorge en la cocina. Lucía debía de haberle contado algo, porque su expresión era de culpa.

—Buenos —respondió ella sin mirarlo.

—Oye… ¿hablamos en serio? —Se sentó a la mesa, frotándose la cara—. Sé que ayer me pasé…

—No te pasaste. Compraste un coche sin mi permiso.

—María, ¡pero lo necesitábamos! Y además, yo gano…

—¿Y yo qué? ¿Me quedo en casa? —María se giró bruscamente—. ¿O acaso mi sueldo no cuenta?

—Claro que cuenta… Es solo que…

—Que crees que, como traes más dinero, puedes decidir tú solo cómo gastarlo.

Jorge calló. Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.

—Ya veo —María dejó la taza en el fregadero—. Entonces el préstamo lo pagas tú solo.

—¿Cómo que solo? ¡Somos una familia!

—Familia es cuando se toman las decisiones juntos. Esto fue: tú decidiste, tú compraste y yo me como el marrón.

Jorge se levantó y se acercó.

—María, ¿por qué hablas como si fuéramos extraños? Llevamos veinte años juntos…

—¡Exacto! ¡Veinte años! ¡Y en todo ese tiempo no has aprendido a escucharme!

Salió de la cocina, dejándolo solo con sus pensamientos.

En el trabajo, María no podía concentrarse. Su compañera Rosa notó su distracción.

—¿Qué te pasa? Tienes cara de no haber dormido en una semana.

—Bah… cosas de casa.

—¿Jorge ha metido otra la pata? —Rosa la conocía desde hacía años; ambas trabajaban en administración.

—Se ha comprado un coche. Caro. A plazos.

—Ay… —Rosa alargó la vocal—. Ya entiendo. El mío también era de sorpresas. Una vez me trajo una aspiradora de mil euros. Decía: «¡Así limpias mejor!». Y a mí me gustaba la vieja.

—Rosa… —María dejó los papeles—, ¿has pensado alguna vez en… bueno, divorciarte?

Rosa levantó las cejas, sorprendida.

—Claro. ¿Quién no? Pero a nuestra edad es como… volver a nacer. Da miedo.

—No es la edad —María suspiró—. Es que no sé para qué vivir con alguien que no te escucha.

—¿Y si eres tú la que no lo escucha?

La pregunta la dejó descolocada. ¿Cuándo fue la última vez que escuchó realmente a Jorge**…Pero esa noche, mientras Jorge le preparaba una taza de manzanilla —la misma que siempre le calmaba los nervios—, María entendió que, a veces, el amor no es cuestión de grandes gestos, sino de pequeños detalles que recuerdan por qué elegiste caminar junto a alguien, a pesar de los baches del camino.**

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Un paso hacia la separación