**El Sueño de la Suegra**
Rocío entró corriendo en casa, se lavó las manos aprisa y se dirigió directa a la cocina. Sus padres ya estaban sentados a la mesa.
La joven se disculpó por llegar tarde a la comida y comenzó a contar emocionada una noticia increíble. «No vais a creer con quién acabo de encontrarme. Mi hermano tiene novia. Es guapísima, alegre, pelirroja. Como un rayo de sol. Se llama Lola. Trabaja en el lavadero de coches donde llevamos el nuestro. Allí se conocieron. Parece que todo va en serio. ¡Qué bien!», hablaba sin parar Rocío. Javier, el padre, alzó la mirada del plato y, con una sonrisa satisfecha, comentó que era una buena noticia, pues ya empezaba a dudar de la orientación de su hijo. La madre, Isabel, se indignó ante el comentario de su marido y se entristeció al saber que su hijo había encontrado novia en un lavadero.
«Pero ¿quién trabaja ahí? Solo gente que no vale para otra cosa. Sin educación, sin modales, sin clase. Y encima, todas parecen desaliñadas. Una palabra: lavacoches. Ninguna está a la altura de nuestro hijo», protestaba Isabel. Javier no estuvo de acuerdo y salió en defensa de las chicas: «No digas eso. Cada persona es diferente. A lo mejor la chica trabaja allí mientras estudia. No está mal que alguien se gane la vida. Así sabrá el valor del dinero. Y no le pedirá a nuestro hijo que la mantenga. Pero a ti nada te gusta. Ni siquiera la has visto. Quizá es encantadora. No creo que nuestro hijo elija a cualquiera».
Pero Isabel estaba decidida a no dar su brazo a torcer: «Pues iré a ver a esta maravilla. A ver con qué embrujo ha hechizado a mi hijo. Haré que la despidan, no tiene derecho a mirar a chicos de buena familia. Que busque a alguien de su nivel».
Al día siguiente, Isabel fue al lavadero. Nada más entrar, armó un escándalo. Gritó pidiendo que llamaran a cierta Lola, que andaba colgada del cuello de su hijo. Exigió que la despidieran por enrollarse con los clientes. Pero Marina, la chica que la atendió, le dijo que no conocía a nadie con ese nombre, que quizá trabajaba en otro turno, y le sugirió que volviera al día siguiente. Isabel quería humillar en el acto a esa «desvergonzada» y echarla del trabajo, pero no tuvo más remedio que marcharse con el rabo entre las piernas. Aun así, prometió regresar.
Marina se acercó a Lola y le advirtió que no era buena idea liarse con clientes, pues podían despedirla por eso, incluso lo decía en el contrato. Pero Lola contestó que llevaba un año saliendo con Dani. Al principio no quería conocerlo, pero él insistió sin parar. Ahora él quería presentarla a sus padres, pero ella prefería esperar: primero terminar la universidad, encontrar un buen trabajo y luego conocerlos.
Necesitaba ese empleo porque estudiaba y vivía en una residencia, sin querer pedir dinero a sus padres. Marina prometió no decir nada al encargado, pero Lola debía pedirle a su novio que hablara con su madre para que no volviera a armar jaleo en el lavadero.
Esa noche, Dani llegó a casa y, con voz firme, le dijo a su madre: «¿Qué pretendes? ¿Quieres que rompa con Lola? Solo trabaja temporalmente en el lavadero. Además, todo trabajo es digno. No la conoces. Es buena e inteligente. La quiero, y si vuelves a aparecer por allí, me iré de casa, me llevaré a Lola y viviremos juntos. No volverás a vernos. No te metas en nuestra relación. Quiero casarme con ella. Y no voy a cambiar de opinión».
Isabel no respondió. Sabía cómo era su hijo: no soltaba amenazas a la ligera. Si lo decía, lo haría. No quería perderlo, así que decidió no volver al lavadero.
Pasaron dos años, y Dani y Lola se casaron. A los invitados les encantó la boda. Isabel, orgullosa, contaba que su nuera Lola había ayudado a organizarla. Resultó ser una chica guapísima y muy lista. Terminó la carrera con matrícula, consiguió un buen empleo y ganaba tanto como su hijo. Además, esperaban un bebé. Lola estaba de tres meses. Dani casi tuvo que rogarle que se casara, pues ella prefería vivir en pareja primero. Menos mal que Isabel hizo caso a su hijo y no se entrometió.
Javier se acercó a su mujer y la invitó a bailar. Le susurró al oído qué suerte había tenido con su esposa, igual que su hijo. Se unieron a la pista y se dejaron llevar por el vals.
¿Tú qué opinas? ¿Debería una madre elegir novia para su hijo?