—¿Tú eres Eva? ¿La mujer de Vladimiro?
—Sí… ¿Y usted quién es?
—Eso no importa. Lo que importa es por qué he venido. Haz las maletas y lárgate de este piso. Vladimiro y yo nos amamos, y él se viene a vivir conmigo. ¡Lo ha decidido él mismo!
Eva, atónita, contempló a la mujer que acababa de aparecer en su puerta un sábado por la mañana. La morena, de unos treinta años, irradiaba una arrogancia agresiva. Uñas perfectas, maquillaje llamativo, chaqueta de cuero con tachuelas—todo gritaba su deseo de impresionar.
—Perdone, ¿qué?..
—¡No te hagas la tonta! —La desconocida dio un paso adelante—. Vladimiro está harto de tu despotismo. Cada día me dice que no le entiendes, que ahogas todas sus ideas de negocio. ¡Hace tiempo que tomó su decisión!
Siguió hablando, pero Eva ya no la escuchaba. Un zumbido llenaba sus oídos. ¿Vladimiro? ¿El mismo que anoche cenó en esta cocina, pidió dinero para otro proyecto y la besó al dormir, diciéndole lo maravillosa que era?
—Pase —dijo Eva, como si su voz no fuera la suya—. Creo que tenemos algo que hablar.
Su mundo se desmoronó y se reconstruyó al instante. El dolor era inmenso, pero… era lo correcto.
—Me llamo Valeria —dijo la morena, desafiante, cruzando el umbral—. Y no he venido a hablar, sino a echarte.
Eva entró en silencio a la cocina. Por primera vez en cinco años de matrimonio, sentía una claridad mental aterradora. *¿Cómo pude ser tan ciega?* O quizás no lo era. Solo llevaba gafas rosas, y con ellas todo parece distinto. Pero cuando se rompen, los cristales te hieren.
Los recuerdos brotaron. Ahí estaba ella, una exitosa agente inmobiliaria con su propio piso. Y ahí él, Vladimiro, con su café y su sonrisa encantadora en aquel café. Maletín gastado, traje barato, pero planes grandiosos: *”Son dificultades pasajeras. ¡Verás cómo lo consigo!”*
Ahí ella, derritiéndose por sus atenciones: flores económicas cada día, paseos románticos, una proposición a los tres meses. Y ahí él, justo después de la boda: *”Cariño, ¿me prestas diez mil? Es para un proyecto urgente, ¡nuestra oportunidad!”* Se los prestó. Luego más, y más. Todos esos años creyó en sus “grandes planes” mientras ella trabajaba sin descanso. Y él, en realidad, planeaba con otra.
El silencio se adueñó de la cocina.
—Buena distribución —dijo Valeria, examinándola con tono de dueña—. Vladimiro dijo que eligió este piso. Tiene buen gusto.
—Espere un momento —Eva salió y regresó con una carpeta—. Quiero enseñarle algo. El contrato de compraventa y la escritura. Fíjese en la fecha. Tres años antes de conocer a Vladimiro. Y en el nombre del propietario.
Valeria se humedeció los labios, nerviosa. Su seguridad se desvanecía.
—Pero él dijo… que tenía su propia inmobiliaria…
Eva abrió su portátil y accedió a su cuenta bancaria:
—Este es mi sueldo. Soy la agente principal de una gran inmobiliaria.
En la pantalla aparecieron cifras de ingresos sólidos y constantes. Valeria se desplomó en la silla.
—Déjame adivinar: ¿también te sacó dinero? ¿Te habló de proyectos millonarios?
—Invertí casi medio millón —murmuró Valeria—. Dijo que en un mes tendría beneficios…
—¡Todo llegará! —La voz de Vladimiro resonó desde la entrada—. ¡Recuperarás el dinero con intereses, te lo prometo!
Entró en la cocina con un suéter de cachemira caro—regalo de Eva.
—¿Vladi? —Valeria se levantó—. ¡Debías estar en una reunión con inversores!
—Anoche me pidió dinero para un proyecto urgente —dijo Eva en voz baja—. Supongo que yo era la inversora.
Vladimiro se quedó helado, mirando a una y otra. Luego, su sonrisa habitual surgió:
—Chicas, déjenme explicar. Valerita, tu dinero está a salvo…
—¿Dónde? —Valeria se acercó—. ¡Vendí mi coche, pedí prestado a mis padres! ¡Dónde está mi dinero!
—¡Lo tengo planificado! —su voz sonó desesperada—. En un mes…
—¿A todas les dices lo mismo? —Eva se levantó—. ¿Cuántas más financian tus “proyectos”?
Vladimiro se lamió los labios, balbuceando que con Valeria era “solo negocio”.
—¿Negocio? —Valeria soltó una risa amarga—. ¿Y las citas? ¿Las promesas de amor? ¡Juraste que no podías vivir sin mí!
Bajo presión, finalmente confesó:
—Había un sitio de apuestas… una oportunidad única…
—¿Lo perdiste todo? —Valeria se agarró la cabeza—. ¡Dios mío, te gastaste mi dinero en apuestas!
—¡No todo! —levantó las manos—. ¡Queda algo! ¡Lo recuperaré! Tengo un sistema…
—¿Un sistema? —Eva sonrió con amargura—. ¿Pedirle a tu mujer para pagarle a tu amante? ¿O al revés?
Valeria agarró su bolso:
—Basta. Presentaré una denuncia.
La puerta se cerró de golpe. Vladimiro miró a Eva, desesperado:
—Cariño, perdóname… Fue el dinero, me enredé… ¡Solo te amo a ti!
—Lo peor no es que encontraras a otra. Es que tú mismo crees tus mentiras.
—¡Puedo cambiar! ¡Dame otra oportunidad!
—Duerme en el sofá. Mañana te vas.
—¿A dónde iré?
—Eso ya no es mi problema. —Ella encogió los hombros—. Tienes un sistema. A ver si funciona.
La mañanaAl cruzar la calle bajo la luz del amanecer, Vladimiro murmuró para sí otro plan imposible mientras las dos mujeres, en sus hogares, respiraban por fin libres de su engaño.