— Un adiós inesperado: el amante que todo lo cambió

*Mi Diario Personal*

La luz del atardecer se filtraba suavemente a través de las cortinas. Rita dejó dos platos con la cena sobre la mesa y miró el reloj. Las ocho de la tarde. Óscar había prometido llegar a las siete, pero sus promesas últimamente no valían ni un duro. Rita llamó a su marido: *«El abonado no está disponible»*. Suspiró y guardó un plato en la nevera. Otra vez cenando sola.

Desde fuera, nuestra familia parecía perfecta. Más de diez años juntos, una casa bonita en las afueras de Madrid, ingresos estables. Nuestros amigos nos veían como la pareja ideal, comparados con sus propios problemas. Lo más raro es que yo también lo creía. Hasta hace poco.

Todo empezó como una tontería. En febrero, por primera vez en diez años, Óscar olvidó nuestro aniversario. Esa noche le pregunté directamente:
—¿Sabes qué día es hoy?
—Miércoles —respondió él, sin levantar la vista del móvil.
No dije nada, solo me fui, intentando calmar la inquietud que me roía.

Después noté que Óscar llegaba tarde más a menudo. Sus respuestas eran cortantes y evitaba mirarme: *«Demasiado trabajo»*. Quería entender, le creía al ver su cara de cansancio y cedía. Poco a poco, las cenas en solitario y el segundo plato en la nevera se volvieron costumbre.

A mediados de marzo, vi cambios en él: un corte de pelo nuevo, camisas caras, una colonia que no reconocía.
—¿Cambio de look? —pregunté.
—En la oficina piden estilo más formal —dijo, pero en sus ojos había un destello de niño pillado mintiendo.

Y luego llegó *esa* noche. El móvil de Óscar pitó mientras se duchaba. Pasé de largo, pero el nombre del remitente me quemó la retina.
**«V».**
Y un mensaje corto: *«¿Quedamos como siempre?»*
No seguí leyendo. Mi intuición no fallaba. Esa noche llamé a mi amiga Raquel, quien me aconsejó: *«O se lo preguntas de frente, o decides qué harás si te está engañando»*.

Abril trajo la claridad definitiva. Óscar se volvió silencioso, educado y tan distante como un desconocido. Aquel miércoles que lo cambió todo, volví antes del trabajo. Él entró hacia las siete y, al verme, se quedó petrificado.
—Tenemos que hablar —dijo con seriedad.
Asentí.
—Me voy. Hay otra mujer. La amo.
Así de simple. Tres frases lo resumieron todo.
—¿Se llama Verónica? —pregunté.
Óscar se tensó.
—¿Desde cuándo?
—Tres meses —murmuró, mirando al suelo—. Es… distinto.
—Vale —me levanté—. Pero que quede claro: no habrá vuelta atrás. Nunca. Quédate a dormir hoy, pero mañana no quiero verte aquí.

Las lágrimas llegaron más tarde, en la oscuridad. Por la mañana, Óscar recogió sus cosas y se fue, dejando las llaves en la mesa. El piso se sentía extrañamente vacío, pero noté… alivio. El aire estaba más limpio.

Dos semanas después, sumergida en mi trabajo, me encontré con Adrián, un colega de Óscar.
—Hola, Adrián. ¿Qué tal Óscar?
—¿No lo sabes? Lo despidieron hace tres semanas. Hundió un proyecto importante.
—Qué raro —dije.
—Bueno, el amor lo ciega. Verónica sabe cómo distraerlo —contestó él, y se mordió la lengua al ver mi expresión—. Perdona, no debí…

La verdad llegó dos días después, por Marta, la contable de la empresa.
—Fue una trampa, Rita. Adrián quería el puesto de Óscar. Verónica es su antigua amiga. Lo enrolló para distraerlo y luego filtró documentos a la competencia. Despidieron a Óscar por negligencia, y Adrián ahora es el jefe de departamento.

Esa misma noche llamaron a mi puerta. Era Óscar, demacrado y con los ojos hundidos.
—Hola. ¿Puedo quedarme a dormir? No tengo donde ir.
Lo dejé pasar en silencio.
—El sofá está libre.

Por la mañana, confesó: *«Verónica me dejó en cuanto me echaron. No tengo nada»*.
—Verónica y Adrián. ¿Amigos de hace años, no? —pregunté.
Su mirada se vació. —Ya lo sabes. Me tendieron una trampa. Pero la culpa es mía. Lo arruiné todo.
—Puedes quedarte. En el sofá. Pero no creas que he olvidado o perdonado.

Así continuamos. Óscar en el salón, yo en mi habitación. No se imponía: limpiaba, cocinaba, arreglaba cosas en silencio. Era otro hombre.

Dos meses después, Óscar encontró un trabajo menos prestigioso. Yo me apunté a un curso de fotografía y a yoga. Una tarde, llegó con una cajita. Dentro, mi tarta favorita de la pastelería de la esquina.
—Gracias —dije—. Pero esto no significa que volvamos atrás. Solo me gusta el dulce.
—Lo sé —respondió él—. No espero nada.

Una semana después, preparé la cena para los dos. Fue la primera vez en mucho tiempo que compartimos mesa. El dolor empezaba a diluirse.

Otro mes pasó. Una noche, en el balcón, Óscar se acercó.
—No dejo de pensar —empezó— si alguna vez podré recuperar tu confianza.
Guardé silencio un momento.
—No lo sé. Reconstruir la confianza es difícil. Quizá imposible. Pero ya no quiero vivir anclada al pasado.
—¿Eso significa que…?
—Significa que no te prometo nada —lo interrumpí—. Tal vez un día pueda perdonar. O no. Pero ahora la decisión es solo mía.

De pronto, me di cuenta: por primera vez en mucho tiempo, sentía firmeza dentro de mí. Estaba parada sobre mis propios cimientos. Y esa certeza valía todo el dolor pasado. Pase lo que pase, me quedaré conmigo. Con esta versión nueva que nació de la pérdida. Y eso era lo único que importaba.

Rate article
MagistrUm
— Un adiós inesperado: el amante que todo lo cambió