Mamá, deja de dar consejos. Teníamos planes de ser papás en unos tres años.

—Mamá, basta de sermones. Con Marcos habíamos planeado tener un bebé dentro de tres años… ¡Al menos tres! Ahora tenemos mil proyectos, planes, incluso un viaje a Marruecos. ¿Un niño ahora, mamá? —La voz de su hija resonó con tal irritación que Elena García apresuró el final de la conversación.

Jóvenes, hermosos, ambiciosos, con sueños de conquistar el mundo. Y de pronto, un embarazo inesperado.
—Hija, por favor, no hagas nada hasta que vayamos a Valverde… —susurró la madre.

***

Desde que Daniela tenía memoria, siempre celebraban el cumpleaños de su madre en Valverde, aunque nunca le entusiasmó el viaje: cenas silenciosas a la luz de las velas y, al amanecer, visitas al monasterio.
—Papá, ¿por qué siempre venimos a este pueblo en el cumpleaños de mamá? ¡Aquí no pasa nada!
—Sin Valverde, no existirías tú, ni tu madre… ni quizás yo. ¿Entiendes? —Entiendo —refunfuñó la niña, aunque no entendió nada.

Este año, su padre ya no estaba— un infarto. Al ver a su madre llorar día tras día, encerrada en su habitación, Daniela propuso ir a Valverde ese fin de semana.
—Dani, pensé que odiabas Valverde.
—Te quiero, mamá… Pero vamos solo nosotras, a Marcos no le dan permiso en el trabajo.

***

El calor sofocante cedió, y algo mágico flotó en el aire. Elena salió al porche, respirando el aroma embriagador de hierba recién cortada y fresas silvestres.
—Qué pena que Javier no pueda ver esto…
—Mamá, ¿te acuerdas cuando papá y yo te hicimos un pastel de cumpleaños? Había harina por todos lados: en la cocina, en el porche, hasta en el baño… Y tú ni siquiera te enfadaste, solo te reíste y dijiste que era un cuento de invierno. —Daniela sonrió y arropó a su madre con una manta.
—Cariño, quiero hablar de tu embarazo.

—«¿Mantenerlo o no mantenerlo?» —Daniela suspiró y puso los ojos en blanco—. Mamá, no empieces, Marcos y yo ya lo hemos decidido. ¡Elegimos libertad!
—Hija, déjame terminar… —Elena sintió un nudo en la garganta y la vista nublada—. Sabes que fuiste una niña tardía. Los médicos me prohibieron tener hijos. Dijeron que moriría en el parto, sin duda alguna.
—Mamá… —Daniela abrazó a su madre, notando cómo temblaba.

—No me interrumpas… Cuando Javier supo que estaba embarazada, sufrió mucho, hasta empezó a fumar. Quería hijos desesperadamente, pero me amaba más que a su vida. Dijo que no podía vivir sin mí. Por entonces, mi amiga Natalia nos invitó a Valverde. Iba a despedirme de todos… y preparar a mi marido. Tomé la decisión enseguida: tú vivirías en este mundo en mi lugar.
—Lo hiciste por mí… —La respiración de Daniela se volvió entrecortada, conteniendo las lágrimas.

—Ya lo tenía decidido, pero no sabía cómo decírselo a Javier. Empecé a ir al monasterio, a pedirle consejo a la Virgen del Valle.
Una tarde, al regresar, vi que el granero de los vecinos ardía. Una perra entró corriendo, salió, dejó un bulto en el suelo y volvió a adentrarse en las llamas. Las vigas se derrumbaban. La perra apareció con otro cachorro entre los dientes, chamuscada, los ojos llenos de ampollas. Olfateó a los otros, comprobando si vivían. Al notar que faltaba uno, regresó al fuego. Cinco minutos después, arrastró al tercer cachorro hasta mis pies, lamió una lágrima salada de mi mejilla… y se quedó quieta.

Javier llegó corriendo, y yo, llorando como una magdalena, apretaba a los cachorros contra mi pecho. Nunca más me preguntó nada. Supo que tendría a mi bebé. Solo sus ojos estuvieron rojos hasta el día en que naciste.
Llegaste a término, sana. Los médicos se limitaron a cruzar los brazos y murmurar que los milagros aún existen —los ojos de Elena brillaron, su rostro angustiado se serenó.
—Mamá, ¿por qué nunca me contaste esto?
—No lo sé… Quizá no era el momento.

***

Un año después, Daniela y Marcos le regalarían a Elena una casita en Valverde. Su hija se sentaría en el porche, acunando a su pequeño hijo.
—Mamá, este es nuestro mejor proyecto, nuestra felicidad. Me aterra pensar que pude perder lo más valioso del mundo por una libertad falsa.
Elena sonreiría, misteriosa, y susurraría a alguien en la brisa:

—No hemos vivido en vano…

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MagistrUm
Mamá, deja de dar consejos. Teníamos planes de ser papás en unos tres años.