—¡Ay, pero tú quién eres! —preguntó una voz masculina grave desde el dormitorio cuando Marina abrió la puerta de su piso.
—En realidad, esa es mi pregunta —respondió ella—. ¿Qué haces en mi habitación?
En el marco de la puerta apareció una rubia con un elegante albornoz y una sonrisa desdeñosa.
—Ah, ¡así que tú eres Marina! Miguel ha hablado mucho de ti —dijo con tono arrastrado—. Soy Lucía, la hermana de tu prometido.
Después de un agotador día de trabajo, Marina solo soñaba con un baño caliente. En lugar de eso, se encontró con su cuñada instalada en su casa.
—Miguel es mi novio, no mi marido —corrigió Marina—. Y no recuerdo haber quedado en que vinieras de visita.
De detrás del hombro de Lucía, asomó un joven avergonzado.
—Hemos venido de vacaciones con Álvaro —interrumpió Lucía—. Mi hermano dijo que podíamos quedarnos aquí una semana.
Marina entró en la cocina y se encontró con un completo desorden: platos sucios, envoltorios de comida vacíos.
—Me pregunto, ¿cuándo tuvo tiempo Miguel de decirte algo? Esta mañana no mencionó ni una palabra sobre vuestra visita.
—Dios, ¡qué seria eres! —Lucía sacó una botella de vino de la nevera—. Miguel me dio las llaves hace un mes. Pensé que lo habríais hablado, pero si no, tampoco pasa nada.
—No, no lo hablamos. Y, ¿por qué estáis en nuestro dormitorio en vez de en la habitación de invitados?
Lucía se encogió de hombros: —La habitación de invitados es tan pequeña, y vuestra cama es de matrimonio. Miguel dijo que podríais dormir unos días allí, el sofá se convierte en cama.
A Marina le vino a la mente la incómoda velada en la que conoció a la familia de Miguel, donde su madre y su hermana dejaron claro su desprecio hacia ella.
—Siento decepcionarte, pero este es mi piso, mi dormitorio y mi cama —dijo Marina con firmeza—. Miguel vive aquí porque yo se lo permito.
—Ah, ya veo, los rumores son ciertos —se rio Lucía—. Mi madre decía que lo tienes cogido por los pelos.
—Mira, estoy cansada. Podéis quedaros en la habitación de invitados esta noche. Pero nuestro dormitorio tendréis que dejarlo.
—Esperaremos a que llegue Miguel. Estoy segura de que te explicará qué poco elegante es ponerme condiciones —bufó Lucía.
Cuando Miguel llegó, su hermana se abalanzó sobre él con quejas:
—¡Miguelito! Tu novia quiere echarnos del dormitorio.
—Marina, ¿qué pasa? —preguntó él, desconcertado.
—¿Por qué le diste las llaves de mi piso a tu hermana? —preguntó ella con calma.
—De *nuestro* piso, Marina. Yo vivo aquí, ¿recuerdas?
—Sí, porque yo te invité. Pero eso no te da derecho a repartir llaves sin mi permiso.
En el balcón, Miguel comenzó a hablar con reproche:
—¿Qué te pasa? Es mi hermana. Prometí que podrían quedarse aquí.
—¿Y por eso decidieron ocupar nuestro dormitorio?
—¿Qué más da? La cama es más grande. Podemos dormir un par de noches en la habitación de invitados.
—El problema es que diste las llaves de mi casa sin consultarme.
—¡Álvaro no es un desconocido! Es el novio de Lucía.
—¡Es la primera vez que lo veo en mi vida! Y a tu hermana apenas la conozco.
—O sea, desde el principio te cayó mal mi familia.
Desde el piso llegaba la voz de Lucía, que se quejaba por teléfono a su madre: *”Esta repelente intenta echarnos. Miguel le está poniendo las cosas claras.”*
—Marina, seamos razonables —dijo Miguel—. Solo será una semana. Si vamos a casarnos, tendrás que aprender a ceder.
Dicho esto, volvió al salón, dejando a Marina sola. Ella lo vio acercarse a su hermana y decir algo entre risas, ignorándola por completo.
Marina salió del balcón. Los tres en el sofá ni siquiera la miraron.
En ese momento, algo se rompió dentro de ella. Dos años de relación, apoyo, compromisos… todo pasó por su mente.
—Fuera de mi piso —dijo en voz baja, pero con firmeza.
Los tres la miraron atónitos.
—¿Qué? —preguntó Miguel.
—He dicho que os vayáis. Los tres.
—Miguel, controla a tu histérica —se rio Lucía.
Pero Marina ya se dirigía al dormitorio. Agarró la maleta de Lucía y la arrastró hacia la puerta, tirando tras ella vestidos, maquillaje, zapatos.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Lucía.
Marina abrió la puerta y empujó la maleta al rellano.
—¡¡¡Te has vuelto loca!!! —saltó Miguel—. ¡Para ya!
—No, tú estás loco si crees que permitiré que tu hermana me falte al respeto en mi propia casa. Ahora te toca a ti —le dijo a Miguel.
—Marina, tranquilicémonos —empezó él, suplicante.
—No hay nada que hablar. Ya lo entendí todo. Para ti, mi opinión no vale nada.
Entró en el dormitorio y comenzó a guardar sus cosas. Camisas, pantalones, reloj… todo acabó en el rellano.
—¡Estás loca! —chilló Lucía, recogiendo sus pertenencias.
—No puedes echarme así de simple —dijo al fin Miguel, aturdido—. Íbamos a casarnos.
—Menos mal que no lo hicimos. Merezco a una persona, no a un animal. Y tú… puedes irte a vivir con tu hermana.
Cerró la puerta de golpe.
Media hora después, cuando los gritos cesaron, Marina pidió cena de su restaurante favorito. Al abrir la puerta al repartidor, vio a Miguel y Lucía en el rellano, mirándola con odio. Recogió la comida tranquilamente, dio las gracias y, sin dignarse a mirarlos, cerró la puerta.
Mientras servía la cena y ponía una película, al primer sorbo de vino, Marina no sintió tristeza, sino libertad. *”Qué extraño —pensó— perder una relación y encontrarse a una misma en el mismo día.”*
Sonrió a su reflejo en la ventana y alzó la copa: *”Por mí.”*
*”En el amor, lo más importante es el respeto. Sin él, incluso la pasión más intensa no es más que un capricho pasajero.” —Honoré de Balzac.*