**Diario personal**
A veces pienso en esa frase de Erich Maria Remarque que tanto me hace reflexionar: *”Cuando pides poco, recibes poco. Primero ahorras en ti, luego la vida ahorra en ti…”*.
Y es cierto. Él decía también: *”Una mujer que escatima en sí misma solo inspira en los hombres un deseo: escatimar aún más en ella.”* Al principio somos nosotras las que renunciamos, y después, el mundo entero se acostumbra a que renunciemos.
La modestia, la educación y la bondad son virtudes que en las novelas se premian con finales felices. Pero la vida real no es una novela. Para las personas sin escrúpulos, esas cualidades son solo herramientas para aprovecharse. No todas las virtudes son igualmente útiles; a veces, pueden ser incluso peligrosas. Cuando alguien bondadoso se encuentra cerca de alguien que solo piensa en sí mismo, su generosidad puede terminar sirviéndonos en contra.
Cualquier persona amable y humilde debe aprender a entender a los demás, para que no la arrastren. Pero para comprender a los otros, primero hay que entenderse a una misma. Y plantearse: ¿Por qué las mujeres renunciamos tanto a nosotras mismas? ¿Qué ganamos con ello?
Nadie te va a agradecer que te olvides de ti. Y no hablo solo de dinero: renunciamos al descanso, nos esforzamos por los demás hasta el agotamiento, enterramos nuestros sueños por complacer a otros. Eso también es ahorrar en nuestra propia vida.
La gente se acostumbra: si no pides, no te dan. Primero eres tú, y luego, todos los demás. Terminas agotada, vacía. Y cuando preguntas *”¿Por qué a mí?”*, solo hay silencio. Nadie se alegrará de tu cansancio, de que ya no tengas ganas de sonreír. Nadie te dará las gracias por haberlo dado todo. Ni siquiera tú misma.
Los malos hábitos conducen a una mala vida.
Los buenos hábitos no siempre garantizan la felicidad, pero los malos la destruyen sin remedio. La costumbre de dejar de lado nuestras necesidades nace cuando llega el amor: una pareja, unos hijos. De repente, todo gira en torno a ellos. Una madre ama tanto a su hijo que es capaz de sacrificarlo todo. Una mujer enamorada renuncia a su tiempo, a sus metas, incluso a sí misma, con tal de estar junto a quien ama. Los hijos se acostumbran a que te desvivas por ellos; tu pareja, a que siempre cedas. *Tú* les enseñaste a vivir así.
Pero ¿qué pasa si un día decides recuperar tu vida, dejar de poner a todos por delante? Quienes más querías, aquellos por los que lo diste todo, se enfadarán. Nadie dirá: *”Gracias por todo, ahora nos toca a nosotros cuidarte.”* No. Se molestarán porque ya no les das lo que antes era suyo por derecho.
Si una mujer teme enfrentarse a ese enojo, pasarán años, décadas… hasta que un día despertará y se preguntará: *”¿Dónde quedó mi vida?”*. Si no quieres que los años se esfumen tras las necesidades ajenas, deja de escatimar en ti. Tú también mereces ser feliz.
La inseguridad destruye millones de oportunidades.
¿Qué significa, en el fondo, escatimar en una misma? Creer que no eres lo bastante buena para ese trabajo que deseas, que otros son más inteligentes, más capaces. Pensar que ni siquiera deberías intentar aprender a bailar o pintar porque nunca lo has hecho, y hay tanta gente talentosa… ¿Para qué probar? Compararte con otras mujeres, convencerte de que ellas son mejores solo porque su nariz es más recta o su cabello más abundante.
Escatimar en ti misma es una costumbre que te obliga a conformarte con menos. Que alimenta el miedo al rechazo. Que te impide soñar, luchar por lo que parece imposible. Que te aleja de la felicidad.
No ahorres en el tiempo que te dedicas, en las tardes perdidas con un buen libro, en esos pequeños placeres que te hacen feliz. El tiempo disfrutado nunca es tiempo perdido: es energía que renueva el alma.
A veces siento que la gente actúa como si fuera a vivir eternamente. Esperan oportunidades que caigan del cielo, se comparan sin cesar, posponen sus sueños… mientras siguen ahorrando en sí mismos.
No reduzcas las posibilidades de tu propia vida. Nunca te compares con nadie. Si yo me comparara con otros escritores, empezaría a escatimar en el papel y la tinta, creyendo que no merezco usarlos.
— Erich Maria Remarque.