La sorpresa no es para ti.

—¡Mamá, no me digas que lo has olvidado! —chilló Alba al entrar en el recibidor y dejar caer su bolso de piel carísimo sobre el sofá—. ¡Vamos, mamá! ¡Te lo dije hace un mes!

María Luisa se volvió lentamente desde el espejo donde se arreglaba sus canas. Sus manos temblaban ligeramente, pero su mirada permanecía serena.

—¿De qué hablas, cariño? —preguntó en voz baja.

—¡¿De qué?! —Alba lanzó el bolso con más fuerza—. ¡Del cumpleaños de Adrián! ¡Mañana cumple quince! ¿O es que otra vez estás en la luna?

—No, lo recuerdo… —María Luisa se sentó en el sillón, cruzando las manos sobre las rodillas—. Solo pensaba que quizá no hacía falta tanto alboroto…

—¿No hacía falta? —Alba se quedó petrificada en medio del salón, mirando fijamente a su madre—. ¡Es mi hijo! ¡Tu nieto! ¡Quince años! ¿Y tú dices que no es para tanto?

María Luisa suspiró. Sabía lo que venía. Siempre igual cuando Alba venía con el chico los fines de semana. Su hija había sido siempre así, impulsiva, exigente. Y desde el divorcio, peor.

—Alba, cálmate. Lo recuerdo todo. Ya compré el regalo y encargué la tarta en La Dulce Esperanza —dijo, exhausta—. Solo pensaba que tal vez él no quiera fiesta. Últimamente está tan callado…

—¿Callado? —bufó Alba—. ¡Es un adolescente! Todos están callados con los adultos. Pero eso no significa que no merezca celebración. ¡Al contrario, hay que demostrarle que le queremos!

Un crujido en el pasillo anunció la llegada de Adrián: alto, delgado, con el pelo oscuro despeinado y los ojos serios que heredó de su padre.

—Hola, abu —masculló, deslizando una mirada hacia su madre—. ¿Por qué gritáis?

—No gritamos, hablamos de tu fiesta —Alba cambió al instante su tono, endulzándolo—. ¡Mañana es tu cumple, cariño! La abuela encargó una tarta, yo traje regalos…

—No hace falta —susurró Adrián, sentándose al borde del sofá—. Paso.

—¿Cómo que pasas? —se indignó Alba—. ¡Quince años es algo importante!

Adrián se encogió de hombros y clavó la mirada en el móvil. María Luisa lo observó con preocupación. Algo no iba bien. Llevaba meses volviéndose más hermético, apenas hablaba con ella, y con su madre solo monosílabos.

—Adrianito, ¿qué te gustaría de regalo? —preguntó con suavidad.

—Nada —respondió sin levantar la vista.

—¿Cómo que nada? —Alba se sentó a su lado—. ¿Un móvil nuevo? ¿O actualizamos el ordenador?

—Mamá, déjame —refunfuñó Adrián, levantándose—. Voy a mi cuarto.

—¿Qué cuarto? —Alba se puso en pie de un salto—. ¡Si acabamos de llegar! Mejor organicemos, a quién invitar…

—¡Que no quiero a nadie! —se giró bruscamente—. ¿Está claro? ¡Nadie! Quiero estar solo.

—¿Por qué? —preguntó Alba, desconcertada—. Antes te gustaban las fiestas…

—Antes… —Adrián esbozó una sonrisa amarga—. Antes todo era distinto. Ahora no finjamos que estos cumples os importan tanto.

Salió, cerrando la puerta de un portazo. Alba se quedó inmóvil, boquiabierta.

—¿Qué le pasa? —se volvió hacia su madre—. ¡Si antes era tan alegre!

María Luisa respiró hondo. Había visto cómo cambiaba su nieto. Cómo sufría por el divorcio, cómo oscilaba entre sus padres, agotado por sus reproches.

—Alba, siéntate —rogó—. Hablemos.

—¿De qué? —Alba caminaba nerviosa por la habitación—. ¡Está claro! ¡Jorge lo pone en mi contra! ¡Siempre supo cómo hacerlo!

—No es Jorge —dijo María Luisa con cautela—. Adrián está cansado. De vuestras peleas, de ir y venir…

—¿Qué peleas? —se indignó Alba—. ¡No peleamos! Nos divorciamos civilizadamente.

—¿Civilizadamente? —María Luisa negó con la cabeza—. Alba, oigo cómo hablas con él por teléfono. Cómo os echáis cosas en cara, cómo peleáis por el niño…

—¡Lucho por mi hijo! —estalló Alba—. ¡Es mi niño!

—Y suyo también. Y él lo sabe. Se parte en dos —María Luisa se acercó—. Alba, cariño, ¿y si piensas en él y no en ti?

—¡Si solo pienso en él! —Alba se apartó—. ¡Por eso quiero darle una fiesta! ¡Que sepa que le queremos!

—¿Y si en lugar de eso le das paz? ¿Que sienta que su hogar es tranquilo?

Alba resopló y miró por la ventana. La lluvia fina empañaba el cristal, pintando el patio gris.

—¿Estás en mi contra? —susurró—. Como todos.

—No estoy en contra, hija. Estoy por Adrián. Y por ti. Pero a veces lo que creemos correcto no es lo que ellos necesitan.

—¿Qué quieres decir?

María Luisa volvió al sillón. Calló un largo rato antes de hablar.

—Cuando eras pequeña, yo también creí saber qué era mejor. Te obligué a tocar el piano cuando preferías pintar. Te llevé a ballet aunque querías fútbol. Pensé que te preparaba para la vida.

—¿Y? —Alba frunció el ceño.

—Que creciste y lo hiciste todo al revés. A veces por despecho. Porque no te escuché.

—¿Y esto qué tiene que ver? —Alba la miró fijamente—. ¡Hablamos de Adrián!

—De Adrián hablamos. No quiere fiesta. Lo ha dicho. Y tú no escuchas.

—¡Es un niño! ¡No siempre saben lo que les conviene!

—¿Y los adultos sí? —María Luisa sonrió con tristeza—. Alba, tengo setenta y dos años. Y sé que los niños suelen saber qué necesitan. Solo que no queremos oírlos.

Alba se acercó y se sentó en el brazo del sillón.

—Mamá, tengo miedo de perderlo —susurró—. Desde el divorcio se ha vuelto distante. Como si hubiera un muro. Pensé que una gran fiesta le haría ver que le quiero.

—Y él ya lo sabe —María Luisa le acarició la mano—. Pero ahora necesita calma. Estabilidad. Poder estar sin fingir sonrisas.

—¿Entonces qué? ¿No celebramos nada?

—Preguntémosle. Con sinceridad. Qué quiere, cómo lo imagina. Y hagámoslo así.

Alba reflexionó. La lluvia golpeaba con más fuerza los cristales.

—Vale —aceptó al fin—. ¿Y si dice que no quiere nada?

—Entonces estaremos ahí. A veces es lo más valioso.

Otro crujido en el pasillo. Adrián apareció en el umbral, dudoso.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

—Claro, nieto —sonrió María Luisa—. Pasa.

Adrián se sentó frente a ellas. Jugueteó con el borde de un cojín antes de hablar.

—Perdón por gritar —murmuró—. Es que estoy harto.

—¿De qué? —preguntó Alba en voz baja.

—De esto… —Adri—De que tú y papá os pasáis el día preguntándome si estoy bien, si alguien me molesta, mientras vosotros ni siquiera podéis hablar sin tiraros pullas.

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MagistrUm
La sorpresa no es para ti.