El Redentor

**21 de mayo, 2024**

Quedaban apenas cien kilómetros cuando los faros del coche iluminaron un automóvil rojo detenido en el arcén, con el capó levantado. Un joven agitaba los brazos con desesperación. Parar en una carretera desierta de noche era una temeridad, pero el cielo empezaba a clarear con el amanecer y el trayecto era corto. Adrián detuvo el vehículo y bajó. No había dado dos pasos cuando un golpe brutal en la nuca lo derribó.

Despertó sintiendo manos que rebuscaban en sus bolsillos. Intentó levantarse, pero un peso lo inmovilizó. Debían ser varios, porque una patada lo alcanzó en el costado. El dolor lo hizo gritar. Los golpes llovieron: patadas, puñetazos. Adrián se encogió, protegiéndose la cabeza con los brazos, hasta que otro impacto en las costillas lo sumió en la oscuridad.

Al volver en sí, escuchó un gemido. Pensó que era él, pero no: un hocico húmedo le rozó la mejilla. Entreabrió los ojos y vio a un perro observándolo, alerta. Intentó incorporarse, pero un pinchazo en el costado le cortó la respiración. *Costillas rotas*, pensó. La cabeza le ardía, confusa. El perro gimió de nuevo.

La siguiente vez que despertó, el motor de un coche ronroneaba bajo él. Una voz neutra, que no supo si era de hombre o mujer, murmuró: “Despierta. Ya falta poco para llegar a Madrid, aguanta.” Adrián no tuvo fuerzas ni para abrir los párpados.

Lo siguiente que recordó fue una luz cegadora y una voz femenina: “Está consciente.” Entre sombras, distinguió la barba puntiaguda de un anciano. “¿Cómo se llama, joven? ¿Recuerda qué le pasó?”

—Adrián Mendoza. Me… —Las palabras le costaban, pero el médico asintió.

—Sí. Le han dado una paliza.

—El coche… —Adrián jadeó. Cada inhalación era un cuchillo en el costado.

—No había ningún coche cerca. Solo este perro. Él le salvó. Descanse.

Al despertar de nuevo, un capitán de la Guardia Civil, Ruiz, le hizo preguntas.

—¿Es suyo el perro?

—No tengo perro —respondió Adrián, desconcertado.

—El conductor que llamó a la ambulancia dijo que el animal salió del bosque, lanzándose casi bajo sus ruedas. Lo guió hasta el barranco donde yacía usted. Sin él, aún estaría allí.

Los días en el hospital pasaron entre visitas y el perro, siempre aguardando bajo su ventana. Las enfermeras lo alimentaban con sobras. “No come delante de nadie”, le explicaron.

Cuando por fin pudo salir al jardín, el animal lo miró, expectante.

—¿Tú me salvaste? Gracias, amigo —Acarició su cabeza y el perro movió la cola. Un paciente comentó: “Es un héroe. ¿Se lo llevará?”

Adrián reflexionó. No podía abandonarlo. Si ya había sido traicionado antes, sería cruel hacerlo de nuevo.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó. El perro lamió su mano.

—Te llamaré Sol. ¿Te gusta? —El animal movió la cola.

El día del alta, Sol lo esperaba en la puerta. La gente los observaba desde las ventanas. Adrián sabía lo que esperaban de él.

En comisaría, el capitán Ruiz le informó: “El coche lo desguazaron. Pero averigüé algo: el dueño de Sol murió en una misión en el extranjero. La madre falleció después.” Le ofreció un vehículo para volver a Toledo.

Al llegar a su piso, el aroma a carne guisada lo recibió. Su exnovia, Lucía, apareció en la cocina.

—¡Hola! Sentí que vendrías hoy —sonrió, hasta que vio a Sol. Su rostro palideció.

—Es Sol. Vivirá con nosotros —dijo Adrián.

Lucía retrocedió.

—¿En serio? ¡Sabes que les tengo pánico! —Se quitó el delantal y salió, evitando al perro.

Adrián no la detuvo. Esa noche, compartió la cena con Sol.

**Lección:** A veces, la lealtad viene de donde menos lo esperas. Y las decisiones correctas no siempre son las más fáciles, pero el corazón no se equivoca.

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