Encontré una Nota Escondida en un Vestido de Segunda Mano—Lo Que Pasó Después Todavía Me Parece Magia
Siempre he sido de esas chicas que pasan desapercibidas. Mis profesores usaban palabras como “prometedora”, “dedicada” o “líder discreta”. Pero el potencial no paga vestidos de graduación, ni la universidad.
Mi padre se fue cuando tenía siete años. Desde entonces, solo estamos mi madre, la abuela Carmen y yo. Sobrevivimos con amor, muebles de segunda mano y el infinite té de hierbas y sabiduría de la abuela. No teníamos mucho, pero nos bastaba. Aun así, el baile de graduación parecía algo para otras chicas, no para mí.
Cuando anunciaron la fecha en el instituto, ni lo mencioné. Sabía que no podíamos permitirnos un vestido elegante, no con mi madre trabajando en dos empleos y las facturas médicas de la abuela acumulándose.
Pero la abuela es una maga.
“Nunca sabes qué tesoro dejó alguien atrás”, me dijo una tarde con un guiño. “Vamos de caza”.
Se refería a la tienda de segunda mano, su versión de unos grandes almacenes. Allí había encontrado blouses vintage, botas casi nuevas, hasta un bolso de piel con etiqueta. La abuela decía que el universo nos manda lo que necesitamos. Y esa vez, volvió a tener razón.
Cuando vi el vestido, me quedé paralizada.
Era azul marino, casi negro bajo cierta luz. Largo hasta el suelo, con encaje en los hombros y la espalda. Parecía nuevo—sin manchas ni rotos. Como si lo hubieran comprado con grandes sueños y luego lo abandonaran en el tiempo.
La etiqueta: 12 euros.
Doce.
Lo miré, el corazón acelerado, y la abuela sonrió.
“Parece que te estaba esperando”, susurró.
Nos lo llevamos a casa. La abuela enseguida cogió su costurero para ajustarlo. Decía que la ropa debía quedar “como si fuera tuya”. Mientras cortaba un hilo sucio cerca de la cremallera, noté algo raro—una costura irregular. Movida por la curiosidad, metí la mano y sentí… ¿papel?
SacCon cuidado, desplegué el pequeño papel amarillento y leí palabras que cambiarían mi vida para siempre.