**El hombre más importante**
A principios de noviembre, el frío llegó de repente. Del cielo caía una llovizna helada, y el viento arrancaba gorros y abría los abrigos. Laura se alegró de que el suyo tuviera cremallera, pero aún así el viento la atravesaba, sobre todo con aquellas botas cortas y medias finas. Arrugada en la parada, parecía un gorrión acurrucado. Y el autobús no llegaba.
Un coche se detuvo junto a la acera, y el conductor tocó el claxon. La gente en la parada se miró, y todos, sin saber por qué, volvieron su atención hacia Laura. Ella se acercó. La ventanilla bajó, y reconoció a un compañero de trabajo.
—Sube rápido, que vas a helarte. El autobús tardará—, dijo él con una sonrisa.
Laura no lo pensó dos veces y entró. Dentro hacía calor, y el rugido del viento desapareció.
—Gracias—, dijo, acomodándose.
—No es nada. Paso por aquí todos los días, pero nunca te había visto.
—Suelo salir antes, hoy me entretuve—, respondió Laura.
Daniel llevaba tiempo fijándose en aquella mujer tranquila. Cuando entraba en contabilidad, ella lo saludaba amablemente y volvía a sus papeles. No cotilleaba ni coqueteaba como las demás. Al verla en la parada, se alegró: quince minutos a su lado en el coche.
Natalia también había sido callada y modesta. Pero después de la boda, cambió. Se volvió caprichosa, irritable. Al principio, Daniel pensó que era el embarazo. Luego nació su hija, y todo empeoró. Natalia se quejaba de que él ganaba poco, de que otros maridos sí valían, de que su amiga Lola tenía un abrigo nuevo y que Marina se había ido a Canarias…
—Cuando acabemos de pagar la hipoteca, tendremos de todo—, intentaba calmarla.
—¿Hasta la jubilación?— gritaba ella, y la discusión empezaba de nuevo.
Una noche, Daniel volvía a casa tarde. La luz de las ventanas apenas alumbraba el portal. Antes de entrar, un coche se detuvo. Una mujer salió, riendo feliz.
Por esa risa la reconoció. Le dio una náusea tan grande que sintió ganas de aullar. Comprendió que sus quejas eran porque había encontrado a alguien mejor. Al entrar, aún se oían sus tacones y el olor de su perfume caro.
No hubo escándalo. Simplemente, hizo las maletas.
—¡Vete y no vuelvas!— gritó Natalia desde el dormitorio.
Su hija corrió hacia él:
—¡Papá, no te vayas!
—Alba, no me voy de ti. Siempre seré tu padre.
La amaba con locura.
Natalia apareció en el recibidor, cruzada de brazos.
—No te quedas con el piso—, dijo tajante.
Daniel se volvió.
—Llevo años pagando la hipoteca. Yo también necesito un techo.
—Los hombres de verdad dejan todo a sus esposas e hijos—, replicó ella con sarcasmo.
—Pues yo no soy de esos—. Y salió.
En el juzgado, Natalia lo acusó de no llevar dinero a casa, de no ayudarla. La jueza la reprendió al ver su vestido de marca y sus botas italianas. El divorcio fue rápido.
Pero dividir el piso llevó meses. Natalia rechazaba todas las opciones. Al final, se quedó con uno de cocina grande en el mismo barrio. A Daniel le tocó un minúsculo apartamento en las afueras. Por las noches, se dedicaba a reformarlo, alejando así la amargura.
Un día, no aguantó más y fue a buscar a Alba al colegio. La niña se abrazó a él, llorando. El corazón de Daniel se partió. Llamó a Natalia y le pidió llevarse a Alba los fines de semana. Esperaba otra pelea, pero ella accedió. Así podía ocuparse de su nueva vida.
Desde entonces, llevaba a su hija al cine o a casa cuando hacía buen tiempo.
Daniel miró a Laura. Ella iba pensativa. Al llegar a su oficina, salió del coche con un agradecimiento discreto.
Al día siguiente, la esperó en la parada.
—¿A qué hora sales de casa?— preguntó cuando llegaron a su destino.
—Me vas a malacostumbrar. Uno se acostumbra rápido a lo bueno—, sonrió ella antes de bajarse.
Y así empezó todo. Primero la llevaba al trabajo, luego la invitó al cine…
—Es un buen hombre. ¿A qué esperas? Antes de que te lo ganen—, le decía su amiga a Laura.
—No es así. Con Javier en plena adolescencia, tengo bastante—, se defendía.
—Más razón. Un hombre en casa le vendría bien—, insistía la amiga.
A Laura le gustaba Daniel. Era respetuoso. Pero temía la reacción de su hijo. Un domingo, lo invitó a comer. Pasó la mañana cocinando.
—¿Tenemos visita?— preguntó Javier al entrar en la cocina.
—Sí, a la hora de comer. ¿Te quedas?
—¿Tengo opción?— respondió con actitud.
—No, claro. Y lávate antes—. Le dio un suave manotazo cuando intentó coger un trozo de jamón del plato.
Se puso un vestido elegante, se rizó el pelo y se maquilló levemente. Javier la observó con sorpresa.
Cuando llegó Daniel con flores y chocolates, el chico se tensó. Respondió con monosílabos y pronto se encerró en su habitación.
—No le caigo bien—, dijo Daniel, preparándose para irse.
—No es eso. Hemos estado solos siempre. Me tiene celos. Dale tiempo…— intentó suavizar Laura.
Más tarde, entró en la habitación de Javier. Estaba con los auriculares.
—Solo vino a comer. Tú crecerás, te casarás, y yo me quedaré sola. ¿Y si a mí no me gusta tu novia? ¿Te gustaría que lo demostrase así?
Javier ni siquiera levantó la vista. Laura no supo si la escuchó.
—Eres el hombre más importante en mi vida. Si no quieres, no vendrá más—, dijo antes de salir.
El lunes, Daniel la esperó en la parada.
—¿Qué tal tu hijo? ¿Sigue en mi contra?
—Necesita tiempo. Es bueno, pero no está preparado para compartirme. Quizás me precipité. Lo siento, pero su opinión es importante para mí.
Laura salió antes del trabajo para evitar a Daniel. Así pasaron días. Hasta que él decidió hablar con Javier.
Lo esperó a la salida del instituto. Cuando apareció con sus amigos, lo llamó.
—¿Qué?— Javier se acercó con desgana.
—Necesito hablar contigo. Sube.
El chico dudó, pero finalmente entró.
—¿No te da para un coche mejor?— dijo con desdén.
—Tienes razón. Tenía una mujer y una hija, Alba. La hipoteca se comía mi sueldo. Mi esposa quería joyas, viajes… Al final, encontró a alguien con más dinero.
—¿Y por eso va detrás de mi madre?
—Tengo mi piso, pequeño, pero mío. Tu madre me gusta desde hace tiempo. Pero tras el divorcio, temía volver a intentarlo. Hasta que un día la llevé al trabajo y ya no pude olvidarla. Respeto su decisión y la tuya. Solo dime una cosa: ¿serás feliz si ella no lo es? Ella siempre piensa en ti. ¿Por qué no dejas que elija?
Callaron un rato.
—¿Quiere casarse con mi madre?— preguntó al fin Javier.
—Sí. Mucho. Pero para ella, tú eres primero.
—No le regale rosas. Le gustan las margaritas. Y no le compre anillos grandes. PrefiAl día siguiente, Daniel llegó con margaritas y un anillo sencillo, y esta vez, Javier les sonrió mientras su madre dejaba que la felicidad le iluminara los ojos.