Mi Ángel

Lucía rechazaba una y otra vez las llamadas, mientras Pablo insistía sin parar.

—Lucía, contesta. ¿Hasta cuándo vas a hacerme esto? —María asomó la cabeza por la puerta—. O apaga el móvil directamente si no quieres hablar. —Cerró de un portazo.

Lucía apagó el teléfono y lo lanzó al otro extremo del sofá. Lo habría hecho antes, pero estaba esperando que Andrés llamara. Él le había prometido hacerlo, pero ya iban dos días y seguía en silencio. En cambio, con Pablo, no tenía ganas de hablar, mucho menos de verlo. Por él había salido de su caparazón, donde se había refugiado tras la muerte de sus padres. Y él la había traicionado de la peor manera…

***

Afuera, la calle estaba helada. Sus padres volvían de casa de la abuela. De repente, de un callejón salió un todoterreno. El conductor, borracho, perdió el control en el hielo, el coche derrapó y se estrelló de lleno contra el de sus padres. Su madre murió al instante; su padre, en el hospital.

Había pasado exactamente un año. Antes, a Lucía le encantaba la Navidad, la esperaba con ilusión. Ahora solo le producía escalofríos. Se había convertido en un recordatorio de la muerte, de la pérdida y del dolor que no se iba.

No sabía cómo había logrado terminar el primer año de la universidad, ni cómo había sobrevivido a aquel vacío. Su tía María, la hermana de su padre, se mudó con ella. Se había divorciado porque no podía tener hijos—un aborto mal practicado en su juventud la dejó estéril.

—Llámame por mi nombre, no me hagas sentir una vieja —le pidió desde el primer día.

Pero María no pudo reemplazar a sus padres. Tampoco se hicieron amigas. María estaba centrada en reconstruir su vida, saliendo con hombres, yendo a citas.

Lucía no quería celebrar Nochevieja. Planeaba acostarse temprano y no hacer nada. Sin embargo, Pablo la convenció de ir al cumpleaños de un amigo suyo dos días antes.

—Tengo novia y nunca salgo con ella. ¿Qué voy a hacer ahí solo? Todos irán en pareja. No es Nochevieja, solo es un cumpleaños. Vamos, por favor. Necesitas volver a vivir. Estoy seguro de que a tu madre no le gustaría verte encerrada —insistió.

El último argumento la convenció, y accedió. Se puso el vestido que había comprado con su madre para la Navidad pasada, aunque nunca llegó a estrenarlo.

—Serás la más guapa —le había dicho su madre.

Y el vestido le quedaba perfecto.

María la miró con ojo crítico.

—Mientras vivamos juntas, nadie se fijará en mí. ¿Quién me va a mirar si tienes esa cara de niña bonita? —Suspiró—. ¿No es demasiado escotado? Espera. —María desapareció y regresó con un pañuelo fino, ligeramente más oscuro que el vestido.

«A mamá le habría gustado», pensó Lucía.

—Así mejor —dijo María, satisfecha—. Te lo puedes poner sobre los hombros si tienes frío.

El viaje en taxi fue largo. Cuando llegaron, la fiesta ya estaba en marcha. El cumpleañero silbó al ver a Lucía.

—Ahora entiendo por qué la escondías. Aunque seas mi amigo, te la quito —bromeó, amenazando a Pablo con el dedo.

Lucía no conocía a nadie más. Mientras Pablo estaba cerca, se sentía tranquila. Pero luego empezaron a bailar. Un chico la invitó, y cuando terminó la canción, Pablo ya no estaba.

De repente, Lucía se sintió fuera de lugar. Empezó a buscarlo por la casa. Al pasar por el recibidor, notó que la puerta principal estaba abierta. Afuera, vio a Pablo en el rellano de la escalera, envuelto en un beso apasionado con una chica, como si llevaran años sin verse.

Lucía sintió que el suelo cedía bajo sus pies. No podía quedarse allí. Regresó, se puso las botas y el abrigo, y salió de nuevo.

Era insoportable verlos. No podía pasar junto a ellos. Subió otro piso para esperar, pero incluso allí escuchaba sus murmullos y besos. Siguió subiendo. En el último tramo había una terraza abierta. Lucía se asomó, dejando que el viento frío le rozara la cara. Los coches abajo parecían montones de nieve.

«Si salto, ¿dolerá?» La idea cruzó su mente. «¡Ni lo pienses!» No supo si fue su propia voz o algo más, pero se apartó del barandal. Luego volvió a acercarse.

—¡Ni se te ocurra! ¡Apártate de ahí! —una voz grave resonó detrás de ella. Unos brazos fuertes la alejaron bruscamente del borde.

El pañuelo se enganchó en algo, se deslizó de su cuello y, arrastrado por el aire, cayó al vacío. Lucía gritó y estiró la mano, pero ya era tarde.

—¡Suéltame! —protestó, irritada—. ¡Ese pañuelo! María me matará.

—Perdón, pensé que… —el chico parecía arrepentido.

—¿Qué te pasa? Solo estaba mirando. —La irritación de Lucía crecía.

—Vamos a buscar tu pañuelo. —La guió escaleras abajo. Pablo y la chica ya no estaban. Le dolió que ni siquiera la hubiera buscado.

El pañuelo estaba atrapado en una rama. El chico saltó, intentó alcanzarlo, pero la rama crujió peligrosamente. Justo antes de caer, logró agarrarlo, aunque se rompió un pedazo.

—Lo siento… ¿Era importante?

—No. Solo es de María. —Lo guardó en el bolsillo, frustrada.

—¿Te vas? —preguntó él.

—¿Y a ti qué te importa?

—Te acompaño.

—Sé volver sola.

—Es tarde y el barrio no es seguro. Vamos.

Lucía cedió. Él paró un taxi y se subió con ella.

—Podría haberme ido sola —murmuró.

—¿A dónde van? —preguntó el taxista, animado.

Lucía dio su dirección.

El silencio se alargó. Finalmente, él habló:

—¿De verdad no querías saltar?

—¿Y si sí? ¿Quién eres?

—Andrés.

—¿Cómo? ¿Ángel?

—Puedes decirlo así —sonrió—. Andrés. Mi madre me puso el nombre por un grupo de los ochenta.

Lucía lo miró con curiosidad.

—Yo soy Lucía.

—¡Genial! Mi madre siempre dijo que encontraría a mi Lucía. Es el destino, ¿no crees?

Parecía burlarse, pero hablaba en serio.

—¿Hablas de ella en pasado? ¿Ya no está? —preguntó, compasiva.

—No, vive. Se casó de nuevo y se fue al extranjero. Yo me quedé con mi padre. A él le gustaba esa banda.

El taxi llegó.

—Dame tu número. No sería justo encontrarte y perderte —sacó el móvil.

Lucía se lo dio.

—Te llamo mañana —prometió.

***

Pasaron dos días sin noticias. Lucía no podía dejar de pensar en él. No entendía cómo había aparecido en la terraza. «¿Será un ángel?» Tocaron el timbre.

—¡Lucía, ábreme, tengo las manos llenas de harina! —gritó María desde la cocina.

Iba a recibir a otro pretendiente. Y quería impresionarlo con sus dotes culinarias, ya que era NLucía abrió la puerta y allí estaba Andrés, sosteniendo unas flores y sonriendo como si el tiempo no hubiera pasado, listo para darle el primer beso del año nuevo.

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