«Por qué se va el amor? Si estaba ahí, lo sentía. Yo era tan feliz que no veía nada a mi alrededor. Vivía por y para él. Y no me di cuenta de cuándo cambió. Tonta ingenua. Me lo merezco. Me confié. Y no debí hacerlo». Rosa miraba por la ventana las copas de los árboles meciéndose con el viento. El hielo en las calles estaba cubierto de arena. Llevaba días sin nevar y el patio se había vuelto oscuro.
«Solo pensaba en lavar, planchar y cocinarle cosas ricas. Pero él quería pasión, un cuerpo joven. Crisis de los cuarenta. Notaba que intentaba parecer más joven. Pensé que quería conservar el tiempo… Me pregunto si ella cocina bien. O si cenan en restaurantes. Dios, ¿en qué estoy pensando? Qué duro. Han pasado meses y aún no me recupero. Y nunca lo haré.
¿Qué día es hoy? – Rosa se quedó pensativa. – Creo que es el 14. La Nochevieja. Y yo aquí, en casa, como una vieja. Decidido, me arreglo y voy de compras».
Le dejó la taza vacía de café en el fregadero y se dirigió al baño. Abrió el grifo, se quitó la bata y entró en la ducha. Intentó cambiar el agua al cabezal, pero la palanca se atascó. Rosa empujó con más fuerza y saltó, cayendo en la bañera mientras el agua salía a chorros por el grifo y la ducha. Intentó cerrar el agua, pero no hubo manera.
Tuvo que salir y cerrar la llave general. El agua dejó de salir a borbotones, pero seguía goteando. Rosa no se puso la bata mojada. Fue a su habitación, encontró unos pantalones deportivos y una camiseta. «Vaya lavado. Como siempre, todo a la vez. Año nuevo, problemas viejos. Cuántas veces le dije a mi marido que la palanca no funcionaba bien, pero nunca tenía tiempo…», murmuró Rosa mientras secaba el suelo.
Luego llamó al servicio de mantenimiento. Alguien tendría que estar de guardia. Los tonos de llamada interminables la irritaban. ¿Y si no contestaban? ¿Llamar a su ex? No, no se rebajaría. Finalmente, una voz cansada de mujer respondió:
—Dígame.
Rosa imaginó a una mujer gruñona, gordita, harta de quejas.
—¡Se me ha roto el grifo del baño! –gritó sin querer.
—¿Cerraste el agua?
—Sí.
—El fontanero vendrá el lunes.
—¿Cómo que el lunes? ¿Dos días sin agua? ¡Pasa por el baño, la cocina y el aseo!
Un suspiro de fastidio llegó por el teléfono.
—El fontanero está en otra reparación. Cuando termine, irá. Le aviso ahora.
—¿Y tardará mucho? –Rosa alzó la voz, temiendo que la mujer colgara–. El agua sigue goteando. ¿Y si revienta una tubería?
—Señora, espere. Vendrá cuando pueda.
Rosa quiso insistir, pero ya sonaba el tono de llamada. «Toca esperar. Dios, ¿por qué a mí?». Un rato más maldiciendo a su ex, que la había dejado sola con los grifos viejos. ¿Pero de qué servía?
En la tele ponían una serie. Pronto Rosa se distrajo tanto que olvidó el agua. Cuando sonó el timbre, no recordó quién podía ser. Miró el reloj: solo una hora y veinte minutos. Rápido.
Abrió la puerta. En el umbral había un hombre de unos sesenta, canoso, bien vestido.
—¿Llamó al fontanero?
—¿Usted es el fontanero? –preguntó Rosa, desconfiada.
—¿No lo parezco? –El hombre sonrió, y le salieron arruguitas junto a los ojos.
—No mucho. Suelen ser más… –Hizo un gesto vago con la mano.
—Bueno, tiene razón. No soy fontanero. Pero puedo arreglarle el grifo.
—Entonces… ¿quién es?
—Soy vecino del fontanero. Celebró demasiado la Nochevieja y no está en condiciones. Su mujer me pidió que lo sustituyera para que no lo despidan. Ella está enferma, no trabaja, tienen dos niños. –El hombre esperó, pero Rosa no le invitó a pasar—. Bueno, ¿va a esperar hasta el lunes o me enseña el problema?
—Sí, claro, pase. –Rosa se apartó.
El hombre dejó una bolsa de herramientas en el suelo y entró al baño.
—¿Agua cortada? Bien. –Examinó el grifo—. Hay que cambiar el mecanismo. Pero el grifo es viejo, oxidado. No durará. Mejor comprar uno nuevo.
—Usted sabrá –dijo Rosa, desanimada.
—No se preocupe, lo arreglo. Voy a la ferretería, lo compro y lo instalo.
—¿Es caro? –preguntó, calculando mentalmente cuánto tenía en la cartera.
—Le traeré el ticket. Tranquila. –Esperó su aprobación.
—Bueno, no queda otra. Vale.
—¿Dejo la bolsa? –Salió al descansillo.
«¿Debí esperar al lunes? –pensó Rosa, desanimada—. ¿Dos días sin agua? No, gracias». Calentó agua, se tomó un té y sonó el timbre. El fontanero—falso—estaba en la puerta, agitado.
—Ve, qué rápido. –Entró directo al baño.
Rosa fue a la cocina y miró por la ventana. «Ahora le ofrezco té. Se ha esforzado, habrá venido corriendo».
—Listo. Compruebe, señora –dijo a sus espaldas.
Rosa se giró. El hombre sonreía, satisfecho.
Fue al baño y lo inspeccionó con mirada crítica. Esperaba un desastre, pero todo estaba limpio. El grifo nuevo, casi igual al anterior, brillaba. Lo abrió. El agua salió fuerte, la palanca funcionaba sin esfuerzo.
—¡Funciona! –sonrió aliviada—. ¿Cuánto le debo?
—Nada. Es una urgencia. Aquí está el ticket.
Rosa fue al recibidor, sacó la cartera y pagó, añadiendo veinte euros extra.
—No puedo aceptar esto. Perdió su tiempo, fue a la tienda… –Le dio el dinero.
Él lo contó.
—Esto es para su vecino, el de la mujer enferma y los niños.
—Gracias. Se lo daré. –Metió el dinero en el bolsillo.
—¿Quiere un té? Si no tiene prisa –ofreció Rosa.
—No me han llamado más. Con gusto. –Sonrió—. Voy a lavarme las manos.
Rosa puso la tetera al fuego. El agua silbó alegre. Sirvió el té, acercó el azúcar y puso un plato con pastas en la mesa.
—¡Hala! Hacía siglos que no comía repostería casera. –El hombre cogió una y se la comió de un bocado—. ¡Qué rico! –dijo con la boca llena, sorbiendo el té.
Rosa observó cómo un extraño tomaba té en su cocina. Veintidós años su marido estuvo ahí, comiendo sus platos y pasteles, hasta que se fue con una jovencita… «Traidor», se recordó.
El hombre notó su cambio de humor.
—¿Le pasa algo?
—No –sonrió—. Suena raro, ¿verdad? Como un malentendido… –Su voz tembló—. ¿A qué se dedica?
—Militar retirado. Volví a mi ciudad. Esta era la casa de mis padres.
—¿Y su familia? –preguntó sin saber por qué. ¿Qué le importaba?
—TuveLa vida le había dado una segunda oportunidad a Rosa, y esta vez, su corazón sabía que no debía dejarla pasar.