Un giro sorprendente

**Un Giro Inesperado**

Isabel nunca había vivido sola. Primero con sus padres, luego se casó, y dos años después nació su hija Lucía. Incluso cuando su marido la abandonó, siguió compartiendo piso con Lucía. Pero ahora, por fin, se encontraba completamente sola. Caminaba por el piso vacío sin saber qué hacer, preguntándose para qué o para quién seguir adelante. Su vida se había derrumbado, y en el horizonte solo vislumbraba una vejez solitaria y el olvido.

No entendía qué había pasado, qué había hecho mal. Con Adrián, su marido, nunca habían tenido discusiones serias, solo pequeñas riñas. No lo presionaba, lo dejaba salir con sus amigos, mantenía la casa limpia y acogedora. En la nevera siempre había una olla de sopa y en la cocina, la cena lista.

Isabel había conservado su figura después del parto. Nunca había tenido curvas exuberantes. Durante el embarazo, sus pechos habían crecido, algo que alegró a Adrián, pero tras dejar de amamantar, volvieron a su tamaño original. Aun así, eso no era motivo de divorcio. Todo el mundo decía que formaban una pareja perfecta.

Claro que Isabel no era ciega. Había notado cambios en Adrián últimamente. No es que llegara tarde, pero se cuidaba más. Elegía corbatas que combinaran con sus camisas, se había cortado el pelo a la moda.

—¿Por qué no llevas vestidos? —le preguntó un día.

—¿Que por qué no? Los llevo, en fiestas —respondió Isabel, sorprendida. Nunca antes le había importado su ropa.

—Hoy estás muy pálida. ¿Te encuentras mal?

—Siempre tengo este tono. ¿Por qué me criticas ahora? —replicó ella, irritada.

Una vez se maquilló, añadió un poco de colorete y así fue a trabajar.

—Límpialo, no te queda bien —le espetó Adrián al verla por la noche.

—En la oficina me han halagado todo el día —respondió ella, ofendida, pero obedeció y se lavó la cara.

—Pensé que a partir de ahora vendrías guapa todos los días —comentó una compañera al día siguiente, al verla sin maquillaje.

—A mi marido no le gustó —confesó Isabel.

—Es que, si te vieras así siempre, se volvería loco de celos —bromeó la compañera. Isabel no contestó.

Un día, su amiga Laura la llamó para quedar en una cafetería después del trabajo. Laura era guapa y extrovertida, pero eso no había impedido que fueran amigas desde el instituto.

—¿Cómo consigues mantener la figura sin dieta? Yo tengo que privarme de todo o acabaré como un flan —suspiró Laura.

—No exageres. Los hombres se giran al verte pasar —rio Isabel.

—Y a ti también, si les dieras oportunidad. Tienes unas piernas preciosas, es un crimen esconderlas bajo pantalones. Te iría genial una falda lápiz. Y deberías cortarte el pelo, teñírtelo. Creo que el rojizo te sentaría bien. Cuídate, por favor, que pareces una jubilada.

Isabel supo que Laura no criticaba por criticar.

—Lau, ¿qué te he hecho? Siempre me decías…

—Da igual lo que dijera —la interrumpió Laura, evitando su mirada—. Perdona. He visto a Adrián con una chica joven, un pimpollo de veinte años. La miraba con unos ojos…

Isabel cerró los párpados y negó con la cabeza.

—¡Basta!

—No quería hacerte daño. Pero llevas años igual, no cambias. Los hombres tienen ojos, y tu aspecto aburrido les da pereza.

—¡Eso no es cierto! —Isabel se levantó y salió corriendo.

En casa, pasó horas sentada al borde de la bañera, mirando fijamente los azulejos.

—Mamá, ha llegado papá —gritó Lucía desde el pasillo, golpeando la puerta.

Isabel se lavó la cara y salió. Lucía se encerró en su habitación, mientras Adrián esperaba en la cocina, con las manos sobre la mesa como un alumno aplicado.

—Perdona, no he preparado la cena. He quedado con Laura —dijo Isabel, avergonzada.

—No tengo hambre. Entonces, ya lo sabes todo —respondió él.

—¿Qué debería saber? —preguntó, aunque entendió al instante. “Así que Laura no mintió”, pensó.

—Estoy enamorado de otra mujer. Intenté luchar, pero no puedo evitarlo. Sé que es mucho más joven, pero no puedo vivir sin ella. Lo siento. Iré a recoger mis cosas y me marcho.

Isabel no lo retuvo. Luego, Lucía también la traicionó. Empezó a visitar a su padre con frecuencia. Al principio, Isabel no se opuso, hasta que Lucía comenzó a llegar con regalos. Marta, la nueva novia de Adrián, le regalaba blusas, vestidos cortos con purpurina, maquillaje, frascos de perfume medio vacíos…

—¡Mira lo que me ha dado Marta! —presumía Lucía—. ¡Es genial! ¿Me queda bien?

—No deberías ir ahí ni aceptar sus regalos —contestó Isabel, tajante.

—¿Por qué?

—¡Porque te robó a tu padre!

—¿Y qué? Ella es divertida, joven… y tú eres una amargada. Hizo bien papá en dejarte —dijo Lucía, con lágrimas en la voz.

Fue a peor. Lucía adoptó modismos nuevos, se tiñó mechones de verde y rosa, se maquillaba los ojos y los labios en exceso. Los profesores dejaban notas en su agenda: insolente, faltaba a clase…

Pero era más fácil parar un tren que hacer entrar en razón a una adolescente. Cada reproche de Isabel era respondido con: «Marta opina que…», «Marta dice que…».

El nombre de la nueva mujer de su exmarido la quemaba. Intentó prohibir las visitas, pero Lucía amenazó con irse a vivir con ellos.

—¿Soy tan mala madre? ¿Marta es mejor que yo? Pues vete. Cuando ella tenga hijos, te echarán.

—¿En serio? ¿Puedo irme con papá? —preguntó Lucía, fría.

—Sí, pero que él me llame y me lo confirme.

Al día siguiente, Adrián llamó.

—Lucía dice que quieres que viva conmigo —empezó.

—Ella me obligó. No puedo con su actitud. Es grosera, se maquilla demasiado, viste como le da la gana, falta a clase… Y todo, gracias a tu Marta.

—Tienen buena relación. Tú solo estás resentida… Acepto que Lucía viva con nosotros —dijo él, y colgó.

Así que su hija también se fue. Isabel se consumió de rabia, dolor y autocompasión. Casi no comía, adelgazó aún más. Las llamadas de Lucía solo servían para hurgar en la herida: «Marta y yo fuimos a un concierto…». El odio hacia Marta la corroía.

Lucía suspendió la Selectividad. Sin posibilidad de entrar en la universidad. Ni ganas, tampoco.

Luego, Adrián llamó para decir que Lucía se había ido de casa, que vivía con un chico en un piso alquilado.

Isabel apenas podía respirar.

—¿¡Y tú la dejaste ir!? —exclamó.

—Es mayor de edad, o lo has olvidado. Tú la criaste así. Yo tengo mis propios problemas. Marta espera un bebé…

—¿Y tu hija ya no importa? Esto es culpa tuya. Nos abandonaste, y Marta envenenó a nuestra hija y la tiró como un juguete roto…

Se alegró cuando Laura llamó.

—¿Qué haces?

—QuerIsabel suspiró al colgar el teléfono, consciente de que, a pesar de todo, su vida había encontrado un nuevo rumbo lleno de posibilidades.

Rate article
MagistrUm
Un giro sorprendente