Todo es diferente a lo que parece

Todo no es lo que parece

Antes del turno de mañana, la enfermera Carmen entró en la sala de médicos y confió en voz baja:

—Doctora Elena, la señorita Martínez de la habitación cinco no ha dejado de insistirme toda la noche que le dé su ropa para irse a casa. Usted me pidió que le avisara.

—Gracias, Carmen, ahora voy a verla. —Elena se ajustó un mechón rebelde que escapaba de su cofia y se dirigió a la habitación cinco.

En la cama junto a la ventana, una joven yacía de espaldas, mirando hacia la pared.

—Hola, Lucía, ¿qué ocurre?

Lucía se giró bruscamente y se sentó en la cama.

—Por favor, dame el alta. No aguanto más aquí. En casa al menos podré distraerme, hacer algo… —Soltó un sollozo y miró a Elena suplicante.

—Vamos, no llores. Le harás daño al bebé. ¿O es que te has arrepentido de tenerlo? —preguntó Elena con firmeza.

—No, no me he arrepentido. Me siento bien. Te prometo que en casa guardaré reposo, saldré a pasear tranquila y no hará nada que me perjudique. Por favor, dame el alta. Hace un tiempo tan bueno afuera, y yo aquí encerrada en esta habitación. —La joven esbozó una tímida sonrisa.

—Bien. Mañana te haremos análisis y una ecografía. Si todo está bien, te daré el alta —prometió Elena.

—¡Gracias! —Lucía juntó las manos en señal de agradecimiento—. Te prometo que tendré cuidado, y si me pasa algo, te llamaré enseguida.

Elena salió de la habitación. No entendía cómo su hijo Adrián había podido enamorarse de esa muchacha pálida y sencilla. Su hijo, alto y apuesto, trabajaba en una empresa importante… O mejor dicho, trabajaba. Elena se corrigió mentalmente. Era su elección, y debía respetarla. Si Adrián la amaba, ella también intentaría quererla.

En la universidad, Adrián se había enamorado perdidamente de una chica llamada Sofía, guapa y vivaracha. Hacían buena pareja. Pero al año, Sofía lo dejó por un extranjero. Adrián sufrió mucho, dejó de ir a clases. Elena temió que abandonara los estudios.

Poco a poco, Adrián se repuso, terminó la carrera y entró a trabajar en una empresa prestigiosa. Pero pasó mucho tiempo antes de que pudiera mirar a otra chica. Hasta que conoció a Lucía, rubia, delgada y discreta, todo lo contrario de Sofía. Quizás Adrián pensó que ella no lo traicionaría.

—Mamá, esta es Lucía —dijo el día que la llevó a casa por primera vez.

A Elena le costó no torcer el gesto. Todas las Lucías que había conocido en su vida habían resultado falsas. Frágiles por fuera, calculadoras por dentro. Esperaba que la relación no durara, eran demasiado distintos.

Cuando Adrián anunció que se casaría, Elena se contuvo.

—¿Ya habéis puesto los papeles? —preguntó en lugar de felicitarle.

—Todavía no. ¿No te alegras? —inquirió su hijo, inquieto.

—Lo importante es que tú seas feliz —respondió ella.

Adrián le regaló a Lucía un anillo de diamantes que aún brillaba en su dedo. Pospusieron la boda para agosto. Elena esperaba que algo ocurriera y Adrián cambiara de opinión.

Y vaya si ocurrió. En el cumpleaños de un amigo, Adrián bebió, no quiso conducir y mandó a Lucía a casa en taxi. Él se fue caminando para despejarse. En un callejón oscuro, vio a dos hombres metiendo a una chica en un coche. Ella forcejeaba y pedía ayuda.

Adrián intervino. Uno de ellos lo apuñaló en el estómago. El coche se marchó con los hombres y la chica, dejándolo tendido en el asfalto. Lo encontraron al amanecer, pero ya era tarde.

Elena, sin querer, culpó a Lucía. ¿Por qué no insistió en que volviera con ella? También se culpó a sí misma. Ella lo había criado así.

Pensó que no superaría su pérdida, que no podría seguir. Pero volvió al trabajo. Y poco después, Lucía ingresó en su planta con diez semanas de embarazo y riesgo de aborto. Todo indicaba que el bebé era de Adrián. Lucía lo confirmó.

Elena le dio los mejores medicamentos, vigiló que siguiera las indicaciones. Se alegraba de tener un nieto y hacía todo por que naciera sano. Ojalá fuera un niño. Pero una niña también la haría feliz, pues era hija de Adrián.

Antes del alta, Elena preguntó si su madre la recibiría.

—Mi madre no sabe —respondió Lucía, turbada.

—¿Cómo? ¿Por qué no se lo has dicho?

—Me crio sola. Siempre tuvo miedo de que tuviera un hijo sin padre. Y ahora…

—Pero Adrián te propuso matrimonio. Iba a ser tu esposo. Si hubiéramos sabido que estabas embarazada, habríamos adelantado la boda —se justificó Elena.

—Yo misma no estaba segura. Quería esperar. Y no tuve tiempo. Ahora tendré que criarlo sola —dijo Lucía, sombría.

—Pero nos tienes a nosotros. Llevas a nuestro nieto. Te ayudaremos. ¿No le dijiste que estabas en el hospital? —Elena lo intuyó.

Lucía asintió, bajando la cabeza.

—Quizá no deberías irte tan pronto. ¿Quieres quedarte unos días más? —preguntó Elena, más suave.

—No, quiero irme. Prometo decírselo. Elena, muchas gracias. Pensé que, después de lo de Adrián, no me querríais cerca.

—Tonterías. Prométeme que vendrás a vernos.

—Lo prometo —aseguró Lucía, ligera.

A Elena no le gustó que ocultara su embarazo. Quien miente en una cosa, miente en otra. Demasiado distintos. Y de nuevo se preguntó cómo su hijo se había enamorado de ella.

Pasaron días sin que Lucía respondiera a sus llamadas. Elena fue a su casa. Nadie abrió.

Ni llamadas ni visitas. Elena se preocupó por ella y por el bebé. Tras un turno agotador, al volver a casa, oyó risas y voces en la cocina. Su marido, Javier, contaba algo a Lucía, que llevaba sus zapatillas.

—Hola, Lucía. Te llamé —dijo Elena, aliviada al verla bien.

—Perdí el teléfono. Vine para que no os preocuparais. Se lo conté a mi madre. —Sus ojos brillaron de lágrimas.

—Elena —Javier miró de una a otra—, su madre le armó un escándalo y la echó.

—No llores. Quédate con nosotros. Eres familia —dijo Elena, presintiendo problemas.

—Sí, claro, quédate —rogó Javier.

Elena la llevó a la habitación de Adrián. Esa noche no durmió, pensando en hablar con su madre. Pero quizá era mejor tenerla cerca.

Al día siguiente, Elena visitó a la madre de Lucía. Una mujer morena y atractiva, de su edad, abrió la puerta. Seguro que en su juventud fue una belleza. ¿De dónde salió Lucía?

—¿Es usted la madre de Lucía?

—Sí. No está.

—Vengo a hablar con usted. Soy su médica. Dice que la echó. ¿Es cierto?

—Qué curioso, nunca vi a un médico hacer visitas a domicilio —respondió la mujer, irónica.

—Soy la madre de Adrián, el novio de su hija.

—Ah. Nunca lo conocí. Siento lo ocurrido. ¿Qué quiere?

—Lucía espera un hijo de Adrián. Está con nosotros.

—No la eché. DiscAl final, Elena comprendió que la vida, como las personas, rara vez es lo que parece, pero lo importante era seguir adelante con amor, a pesar de las mentiras y las sombras del pasado.

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