**Piensa, chico, piensa**
Carlos detuvo el coche junto a la gasolinera.
—Gasolina 95, tanque lleno— le dijo al empleado antes de entrar en el edificio.
En la puerta, chocó con un hombre. Este le echó un vistazo rápido y se concentró en su móvil. «¿Iván?». Carlos estuvo a punto de llamarlo, pero se contuvo a tiempo. Atravesó la puerta y, desde dentro, observó a su ex amigo a través del cristal. Lo vio subir a un BMW. Con las manos temblorosas, pagó rápidamente en la caja y salió corriendo.
El BMW ya se dirigía hacia la carretera. Sin dudarlo, Carlos saltó a su Toyota para seguirlo.
«Qué casualidad. No está mal para un antiguo amigo. ¿Se casó bien? Bueno, ya averiguaré de dónde viene todo esto…», pensó, sin perder de vista el BMW.
El coche giró hacia una urbanización de lujo. Cuando se detuvo frente a una casa, Carlos aparcó un poco más adelante y vigiló por el retrovisor. El BMW entró por una verja automática, y él retrocedió con cuidado, evitando las cámaras de seguridad.
Entre los barrotes de la verja, vio a Iván estacionar frente al garaje. Una joven salió al porche, y Carlos la reconoció de inmediato, aunque la distancia era considerable.
—¡No puede ser!— susurró.
La mujer bajó las escaleras y se abrazó a Iván. Se besaron y subieron juntos al porche, desapareciendo tras la puerta.
«Están casados y esa es su casa. Vaya tela. ¿Cómo ha pasado esto? ¿Venganza? Pero… ¿y Lola? Era tan tímida, y mira dónde ha acabado. ¿E Iván? Vaya amigo. Y yo podría estar en su lugar…»
***
El club estaba abarrotado y sofocante. La música retumbaba, los focos de colores iluminaban caras sudorosas y cuerpos moviéndose al ritmo.
Carlos, apoyado en la barra, bebía su cóctel con aire aburrido. Su mirada se posó en una chica alta, vestida de rojo. «Esta no está nada mal», pensó, pero apartó la vista.
Antes de terminar su trago, reconoció una voz familiar.
—Este es mi amigo Carlos.— Iván se acercaba al bar, del brazo de la misma chica del vestido rojo. —Carlos, te presento a Lucía, mi novia.
Carlos la examinó de arriba abajo. De cerca era incluso más guapa: ojos grandes, hoyuelos en las mejillas, pelo rubio y brillante.
—¿Te gusta?— sonrió Iván con suficiencia.
—¿Qué van a tomar?— preguntó Carlos sin apartar los ojos de Lucía.
—Yo conduzco. Chicos, ¿por qué no vamos a mi casa? Aquí es imposible hablar, y tengo ganas de beber algo— propuso ella.
—¿Vamos?— preguntó Iván.
Carlos no respondió, terminó su copa de un trago y se levantó.
Los tres salieron a la calle, donde la música sonaba más baja.
—¿Te gusta?— Iván señaló un Audi rojo. —Es el regalo de cumpleaños del padre de Lucía— dijo con orgullo, como si fuera mérito suyo.
Carlos miró de nuevo a su amigo. Iván le guiñó un ojo, como diciendo: «Esto solo empieza».
«¿Cómo ha conseguido ligarse a una chica así?» Carlos no salía de su asombro. Iván siempre había sido menos atractivo que él. «Y encima no dijo nada, qué taimado».
—¿Y por qué no viniste con Lola? Los invité a los dos— preguntó Iván de repente, mientras circulaban de noche.
—No se encuentra bien. Tiene náuseas.— El humor de Carlos se agrió al mencionarla.
—¡Vaya, tío! ¿Y por qué no lo dijiste? ¿Quieres ahorrarte la boda?— se rió Iván.
Carlos no respondió. No quería hablar de Lola.
El Audi se detuvo frente a un edificio alto. Subieron al piso dieciséis en un ascensor espacioso con espejos.
—¿Esta es tu casa?— Carlos admiró el lujoso apartamento. —¿Dónde encontraste a una chica así?— susurró al oído de Iván.
—En la calle— soltó él, riendo. —Casi me atropella.
Carlos le sirvió más vino, y al poco, Iván estaba borracho. Lucía lo llevó a otra habitación para que durmiera. Al regresar, encontró a Carlos frente a un cuadro.
—Es mío— dijo ella, acercándose.
—¿Tuyo?— Carlos se volvió, intrigado. —¿Me pintarías?
—Los artistas no pintan, pintan— Lucía dio un paso atrás, examinándolo con ojos críticos. —Tienes buena figura. ¿Posarías desnudo?
—¿Ahora mismo?— se aturdió Carlos.
—No, claro. En mi estudio, con buena luz. Déjame tu número y te llamaré cuando pueda— señaló una libreta sobre la mesa.
Al llegar a casa, encontró a Lola llorando.
—¿Has bebido?— preguntó, mirándolo con recelo.
—Un poco. Con Iván— mintió.
—¿Quieres cenar?— se secó la nariz.
—No. Ya casi es de día. Estoy cansado, voy a ducharme y a dormir— cerró la puerta del baño tras de sí.
¿Cómo había acabado así? No quería nada serio con Lola. No era mala chica, pero el embarazo había sido un accidente. En cambio, Lucía… Había que deshacerse de Lola. ¿Pero cómo?
Bajo el agua caliente, recordó a Lucía. No era justo que Iván se la quedara. Pero había un obstáculo: Lola. Necesitaba a alguien como Lucía, o mejor dicho, a su padre adinerado.
Criado solo por su madre, había pasado hambre y miseria. Por eso, soñaba con ser rico. Quería todo rápido, y un matrimonio conveniente era la solución. Lucía era perfecta. Solo faltaba librarse de Lola.
Dos días después, Lucía llamó. Tenía un estudio propio. Carlos llegó perfumado y elegante. Ella le pidió que se desnudara, lo posicionó bajo la luz y comenzó a dibujar.
—¿Puedo descansar?— se quejó al rato.
—Voy a hacer café— ella salió.
Carlos miró el boceto. No entendía de arte, pero se veía impresionante. Desnudo, se acercó sigilosamente a Lucía y la abrazó por detrás. Ella no se sorprendió, como si lo esperara…
Regresó a casa eufórico. Lola, en el sofá, sollozaba.
—¿Me has dejado de querer?— alzó los ojos hinchados.
—Otra vez— se levantó, irritado.
—¡Nunca estás en casa!— rompió en llanto.
—Trabajo como un burro. Con el bebé, necesitaremos dinero. Hasta para la boda.
—¿La boda?— se ilusionó.
—Claro. El niño debe tener padre.
Lola saltó a abrazarlo, sin ver su gesto de disgusto.
—¿Por qué no vas con tu abuela? Así no estarás sola. Yo me quedaré con Iván. Llamaré cada día. En tres meses, te recojo— mintió.
—¿En serio?— sonrió ella.
No esperaba que accediera sin peleas. Lola echaba de menos a su abuela, que la había criado tras la muerte de su madre.
Los días previos al viaje, Carlos fue cariñoso, adormeciendo sus sospechas. Hasta la acompañó a la estación, ondeando y lanzando besos al tren.
Luego, fue directo a Lucía. No llamó a Lola niSeis meses después, mientras servía copas en una fiesta de millonarios, Carlos comprendió demasiado tarde que el verdadero engaño no había sido el suyo, sino el de Lucía, quien ahora reía del brazo de Iván, mientras el mayordomo le indicaba la salida.