Paseo entre nubes

**Caminando entre las Nubes**

El cielo gris dejaba caer una llovizna fina. Daniel alzó el rostro y sintió cómo su piel se cubría de un rocío fresco. Respiró hondo, llenándose los pulmones de aquel aire húmedo.

Tras él, las pesadas puertas de la prisión se cerraron con un chirrido metálico. Ajustó la correa de su bolsa deportiva y caminó con paso rápido junto al alto muro de ladrillo…

***

Dos años y medio antes

Daniel conducía por Madrid con el puño apretado al volante, intentando sofocar la ira que le quemaba por dentro. ¿Dónde había quedado el amor? ¿Por qué él y su mujer ya no se entendían? En el asiento del copiloto, su teléfono abandonado sonaba sin parar, la melodía estridente cortando el silencio.

De pronto, el timbre cesó.

—Mejor así —murmuró entre dientes.

Pero antes de llegar al siguiente semáforo, el móvil volvió a sonar.

—¿Qué más quieres? —gruñó, cogiendo el aparato con brusquedad.

—Dani, no puedo seguir así. Te has ido sin escucharme…

Laura no paraba de hablar, retomando la discusión que habían empezado en casa. Sus palabras le taladraban el cerebro, nublándole la vista y el razonamiento. Daniel sintió el impulso de gritarle: «¡Cállate de una vez!»

—¿Por qué no respondes? —la voz de ella se elevó, cortante.

—Ya sé lo que quieres oír. De acuerdo, nos separamos. Es mejor que destrozarnos mutuamente. —Pisó el freno bruscamente, casi saltándose el rojo. El teléfono resbaló de sus dedos, pero logró atraparlo milagrosamente.

—Papi… —la voz temblorosa de su hija sonó al otro lado—. ¡No te vayas, papi!

—¿Lucía? No, cariño, no me voy. Ya vuelvo a casa… —Un claxon estridente resonó detrás.

—¡Voy, voy! —le espetó al impaciente conductor.

Aceleró y dejó el móvil en el asiento, desviando la mirada solo un instante. Fue entonces cuando su coche chocó contra algo invisible, seguido de un impacto trasero que lo empujó hacia adelante. El cinturón le clavó en el pecho mientras su cuerpo se estrellaba contra el volante.

—¡Maldita sea! —saltó del vehículo, el corazón en la garganta.

Sobre el asfalto mojado, delante de su coche, yacía boca abajo una chica adolescente…

—¡Que alguien llame a una ambulancia! —gritó a los curiosos que ya se agolpaban, mientras se arrodillaba junto a la joven.

Así terminó su vida de antes, con su trabajo, su esposa, su niña…

Lo condenaron a dos años. Sabía que había tenido suerte. Si alguien hubiera atropellado a Lucía, él mismo habría acabado con el conductor allí mismo.

Laura pidió el divorcio enseguida. A los seis meses se casó de nuevo y se mudó con Lucía a otra ciudad. Ahora entendía: ya tenía a otro antes del accidente. Por eso buscaba peleas constantes.

***

Daniel

Subió al cuarto piso y llamó a la puerta de su piso, sabiendo que nadie lo esperaba. Luego pulsó el timbre de su vecina.

—¡Daniel! ¿Has vuelto? —la anciana abrió con los ojos brillantes—. Sabrás que los tuyos se marcharon, ¿no?

—Lo sé. ¿Te dejaron las llaves?

—Claro, espera. —Regresó con un llavero—. Toma. Y si necesitas algo, aquí estoy.

El silencio de la casa le aplastaba el pecho. En la habitación de Lucía, sobre la cama, encontró al osito de peluche que él le regaló por su quinto cumpleaños y que ella olvidó llevarse. Lo apretó contra su cara, inhalando ese olor que aún guardaba algo de ella, conteniendo un gemido.

Pasó horas bajo el agua caliente y luego se desplomó en la cama. Al despertar, el reloj marcaba las seis y media de la tarde. El hambre le retorcía el estómago.

Con su historial, ningún trabajo decente lo aceptaba. Al final, encontró empleo como mozo en una panadería cercana. Era un comienzo.

Antes navegaba por internet, veía películas, hablaba con amigos. Si tuviera un ordenador, quizá podría ganarse la vida así. Pero Laura se llevó el portátil.

Ahorraba en secreto. El coche siempre le chupaba dinero, y Laura lo regañaba por gastar. Nunca supo de esos ahorros. Revisó su escondite y sonrió al ver el dinero intacto. Al día siguiente, compró un portátil económico.

Desde entonces, tras el trabajo, se sentaba frente a la pantalla. Revisaba noticias, ofertas de empleo… Y un día encontró el perfil de Lucía. Casi salta de alegría. La veía crecer en las fotos.

No le escribió. Temía la reacción de Laura. Pero cada día entraba en su perfil, esperando el momento de hablarle.

Hasta que se le ocurrió buscar a la chica que atropelló. Ella tenía quince años entonces. Ahora debía de tener dieciocho. Su nombre jamás lo olvidaría, pero su rostro era difuso en su memoria.

La buscó en redes. Una foto le resultó familiar. La chica sonreía, pero sus ojos eran serios. Su perfil era privado.

Le envió una solicitud. Mintió: le dijo que se parecía a su hija, a quien su ex no dejaba ver. ¿Qué más podía hacer un hombre de treinta y dos años para llamar su atención?

Necesitaba un punto en común. Inventó que estuvo hospitalizado tras un accidente, que casi no podía caminar. Fingió ser David, usando fotos viejas en el perfil. ¿Y si sus padres vigilaban sus amistades?

Ella respondió al tercer día. En una foto, vio el borde de una silla de ruedas. Era ella.

Mónica escribió con calma. Le contó que un coche la había atropellado, que no tuvo suerte y ya no podía caminar. Ni una palabra de odio. Dijo que trabajaba online, escribiendo artículos.

—¡Genial! ¿Podrías enseñarme? He perdido mucho tiempo…

Cada noche, tras el trabajo, se conectaba. Se alegraba cuando ella escribía. En un mes, se hicieron amigos. Él evitaba hablar del accidente.

—Si algún día caminas, me entenderás —le dijo una vez.

La culpa le destrozaba. Por su culpa, Mónica no tenía una vida normal. Le daba vergüenza engañarla, pero ¿cómo decirle la verdad? Pronto hablaban por Skype.

Un día, ella lo invitó a su cumpleaños.

—¿Tus padres no se extrañarán de que vaya un hombre mayor?

—No. Ya les hablé de ti —respondió ella con naturalidad—. A mi madre le alegra que tenga un amigo.

***

Mónica

Llevaba cuatro horas frente al ordenador. Corregía un texto una y otra vez.

—¿No estás cansada? ¿Quieres té? —su madre asomó la cabeza.

—Sí —respondió distraída.

Necesitaba un descanso. Bebió el té mientras repasaba mentalmente el artículo. Una llamada de Skype la distrajo: ¡David! Encendió la cámara.

—¡Hola! —su voz enérgica llenó la habitación.

—Hola. Qué temprano hoy.

—Dime, ¿cuál es tu mayor sueño? —preguntó él.

—¿Puedes cumplir cualquier deseo? —respondió con picardía.

—Haré lo posible. ¿En qué piensas?

—Caminar entre las nubes, pasear de noche bajo las estrellas —contestó sin dudar—Daniel, con el corazón encogido, comprendió que su verdadero acto de amor sería desaparecer antes de que ella descubriera la mentira que lo había acercado a ella.

Rate article
MagistrUm
Paseo entre nubes