—Mamá, no te cases con él.
—Mamá, Adrián me ha propuesto que vivamos juntos —comentó Sofía con cautela después de cenar.
—¿Y dónde viviríais? —preguntó su madre, dudando un instante.
—En su piso. Su padre se lo compró cuando empezó la universidad.
—¿No os estáis precipitando? Queda un año para que terminéis la carrera. ¿Y si te quedas embarazada? —Su madre cerró el grifo, se secó las manos con el paño y se volvió hacia ella.
—Entiendo que me criaste sola, que temes que repita tu error, que te quedarás completamente sola… —Sofía no sabía si su madre estaba en contra o no.
—Eres lo suficientemente adulta para responder por tus actos. No te preocupes por mí. Yo tengo a alguien.
—Lo intuía. ¿Y por qué nunca me hablaste de él? ¿Por qué no nos presentaste? —preguntó Sofía, curiosa.
—No lo sé —contestó su madre, bajando la mirada—. Tal vez tenía miedo. La cuestión es que es más joven que yo —levantó los ojos hacia su hija.
—¿Y qué? Ahora está de moda. Entonces, ¿no te importa? —Sofía saltó de alegría y la abrazó.
Los primeros días, Sofía llamaba a su madre a diario y la visitaba por las tardes. Aún tenía llave del piso, pero ahora prefería llamar al timbre. Una vez, fue recibida por un joven atractivo. La camiseta ajustada resaltaba sus músculos marcados.
—Ha venido la niña —dijo él, mostrando una sonrisa perfecta.
—La niña, pero no la suya —respondió Sofía, malhumorada, y entró.
Su madre estaba cocinando. Se veía más guapa, vestía diferente. Antes llevaba batas cómodas, pero ahora estaba frente a los fogones con unos leggings blancos y una camiseta rosa corta.
—Daniel, necesitamos hablar —dijo su madre cuando el joven entró en la cocina.
—Entendido. Hablad, chicas —volvió a sonreír, con unos ojos oscuros que brillaban.
—Mamá, él es como quince años más joven que tú. Sí, estás estupenda, pero la diferencia se nota —susurró Sofía cuando Daniel salió.
—¿Y qué? Tú misma dijiste que está de moda —sonrió su madre.
Sofía no la reconocía. Siempre serena, ahora sonreía como una adolescente. Y esa ropa juvenil…
—Ya entiendo por qué no me lo presentaste. ¿Qué viene después? No me digas que te quieres casar con él —dijo Sofía, desconcertada.
—¿Y si es así? ¿Te opones?
Sofía abrió la boca, pero su madre la adelantó.
—Aún no lo hemos hablado. Nunca había sentido algo así. Es como si tuviera alas. ¡Soy tan feliz! —Su madre sonrió, casi avergonzada—. ¿Y tú? ¿No discutes con Adrián?
—No discutimos. Mamá, me voy, que él ya me estará buscando.
Sofía caminó a casa contrariada. Se sentía como una intrusa en el piso de su madre.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Adrián cuando llegó.
—No te lo vas a creer, mamá se ha enamorado —respondió Sofía mientras se desvestía.
—¿Y? Todavía es joven. ¿O él es demasiado mayor? ¿Feo? ¿Un exconvicto? Entonces no entiendo el problema. Es bueno que no esté sola —se encogió de hombros Adrián.
Sofía lo miró como si la hubiera traicionado.
—Daniel tiene casi tu edad. Y parece un actor de Hollywood. Con ella está claro: es joven y guapo. ¿Pero él? Solo la está usando. No creo que la quiera.
—El amor es ciego… ¿O lo que pasa es que te gusta? Cuidado, soy celoso. Lo reto a duelo y lo mato —bromeó Adrián.
Sofía puso los ojos en blanco.
—Siempre con tus tonterías. No tengo envidia. Solo no entiendo qué busca en una mujer mayor. Podría estar con cualquier chica joven.
—Tal vez se ha enamorado de tu madre. O quiere ganarse su confianza para robarla.
—No tenemos dinero. Solo un collar fino, unos pendientes y un anillo de circonita. No merece la pena.
—¿Y el piso? Los bienes inmuebles siempre valen.
—Pero mamá dijo que aún no le ha pedido matrimonio. No llevan tanto tiempo. ¿Cómo iba a quedarse con el piso? Solo matándola. Y a mí también, porque estoy empadronada ahí.
—Déjalo, Sofía. Solo era una broma. Tu madre no es tonta, sabe lo que hace.
—¡Para nada! Si la vieras con esa sonrisa boba. Y la ropa… Él la convierte en una adolescente, pero ella no lo es.
—Para ti es tu madre, no la ves como mujer. Déjala ser feliz.
—Pero él la dejará. Y ella sufrirá.
—¿Te gustaría que tu madre te prohibiera estar conmigo? Ella te dejó elegir, no le estorbes.
—Fácil decirlo, no es tu madre.
—No tengo madre. Si la tuviera, no me metería en su vida.
—Perdona. —Sofía se dio cuenta de que había ido demasiado lejos.
Tal vez tenía razón. No había que adelantarse. ¿Y si era amor de verdad?
No volvieron a hablar del tema, pero Sofía estaba intranquila. Días después, decidió visitar a su madre para sonsacarle algo sobre Daniel. Buscó su perfil en las redes: muchas chicas entre sus amigos, fotos del gimnasio y fiestas, pero nada más. Llamó al timbre.
Su madre abrió, pero no parecía contenta de verla.
—¿No te alegras? —preguntó Sofía.
—Claro que sí. Es que pensé que era Daniel. —Llevaba un jersey holgado, como si tuviera frío.
—¿Estás bien? Te veo pálida.
—Tonterías. ¿Quieres cenar?
—No, solo un té. ¿Dónde está Daniel? —preguntó Sofía, fingiendo indiferencia.
—Tiene entrenamiento nocturno. Es entrenador en un gimnasio.
«Quién lo diría», pensó Sofía, pero dijo:
—Ya. Supongo que ahí os conocisteis.
Su madre no sonreía. Parecía distraída, sirviendo el té con movimientos mecánicos. Cuando el hervidor silbó, giró todos los fogones nerviosamente.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Sofía, preocupada.
Su madre no respondió. Se sentó frente a ella, pero no probó el té.
—¿Mamá?
—Todo bien. Es que… Fui al gimnasio de Daniel. Había chicas muy jóvenes. Y él me dijo que debería operarme el pecho para que no se notara la flacidez. Y la cara —hablaba como en trance.
—¿Daniel te dijo eso? ¡Despierta! Si un hombre critica tu físico, no te quiere. Te dejará igual. ¿Para qué operarte? Podría salir mal. Hay casos de mujeres que mueren en cirugías. Mamá, reflexiona. ¿Qué sabes de él?
—Basta. No me metas en tu vida y yo no me meto en la tuya. Aún no he decidido nada. Lo amo y quiero retenerlo. Aunque me deje después. ¿Qué he tenido en la vida? Tu padre me abandonó. Te crié sola, sin pensar en mí.
Conocí a Daniel y por fin me sentí deseada y feliz. Cuando tengas mi edad, lo entenderás. ¿Amas a Adrián? ¿Si te pidiera operarte los labios o el pecho, lo harías?
—No es justo. Solo no quiero perderte. Para mí, eres la mejorSofía miró a su madre con lágrimas en los ojos y le susurró: “Lo único que quiero es que seas feliz, pero no a costa de perderte a ti misma”.







