**Otro López…**
Daniel sintió el roce de Lucía en su brazo.
—¿Qué? —Abrió los ojos—. ¿Ha empezado?
Ella sonríe con misterio y mira hacia la cama a su lado.
Daniel gira la cabeza y ve un bulto. Lo toca, pero la manta cede bajo su mano. El envoltorio está vacío…
—¡Daniel! —la voz alarmada de Lucía lo llama desde lejos.
Abre los ojos y ve su rostro tenso, como si estuviera escuchando algo. Sacude la cabeza, intentando despejar los últimos restos de sueño.
—¿Qué? ¿Ya es hora? Faltaban dos semanas…
—No sé, me duele mucho la tripa —dice Lucía.
—Vale —Daniel se incorpora apoyándose en los codos—. Hay que llamar a Urgencias. —Mira hacia la cama. No hay ningún bulto, y exhala aliviado, tratando de apartar la pesadilla.
—Esperemos un poco. No estoy segura de que sean contracciones. Solo son punzadas. Me dijeron que hay que llamar cuando sean cada diez minutos. —Lucía lo mira con esperanza.
—Para cuando venga la ambulancia, ya habrás parido. ¿Dónde está mi móvil? —Estira el brazo hacia los vaqueros colgados en la silla. El teléfono se resbala del bolsillo y cae sobre la alfombra mullida.
Daniel termina de despertarse, se sienta, recoge el móvil y se pone los vaqueros. A sus espaldas, Lucía gime, abrazándose el vientre.
—¿Otra contracción? —Se desplaza a su lado y comienza a masajearle la espalda con los puños, como le enseñaron en las clases de preparación al parto.
—Respira hondo —dice, y él mismo inhala con fuerza por la nariz, soltando el aire por la boca.
Lucía lo imita.
—Ya pasó —susurra, forzando una sonrisa.
—Voy a llamar a Urgencias. —Daniel se levanta de un salto—. No, mejor te llevo yo al hospital. Será más rápido.
La maleta con lo necesario lleva semanas preparada, en un rincón del dormitorio.
—Los documentos están en el cajón de la mesilla —dice Lucía mientras se pone su vestido holgado.
Daniel coge los papeles, ve el cargador del móvil en el fondo del cajón y lo mete en la bolsa junto a la carpeta.
—¿Y el DNI?
—En el armario —responde Lucía desde dentro del vestido.
Daniel corre a la otra habitación, buscando el DNI mientras maldice que Lucía no guardara todo junto. “Ah, su móvil…” —¿Dónde está tu teléfono? —le grita.
—Aquí, en la mesilla —responde ella, tranquila.
—Lucía, te lo dije mil veces, tenlo todo a mano para salir rápido. Como una niña —refunfuña al entrar—. ¿Y el cepillo? ¿Y la pasta de dientes…?
Lucía sonríe, culpable, pero la sonrisa se tuerce con otro dolor.
—Ahora. —Deja la maleta en el suelo y vuelve a masajearle la espalda.
La irritación crece dentro de él. Mira el reloj: las cinco y media de la mañana.
Lucía se relaja, el dolor cede… hasta que regresa minutos después.
Daniel se pone una camiseta y levanta la maleta.
—Vamos, a ver si llegamos al coche antes de la siguiente.
Lucía avanza con dificultad hacia el recibidor, sosteniendo su vientre. Daniel la ayuda a calzar sus botines anchos. Sus zapatos elegantes quedan olvidados; los pies hinchados ya no caben. Le ayuda con el abrigo, le sube la capucha y se calza a toda prisa. Los calcetines… Se ha olvidado de ponérselos, no hay tiempo. Mete los pies descalzos en los zapatos.
—¿Lista? —La ayuda a levantarse del banco bajo y salen.
Por el pasillo hacia el ascensor, Lucía se detiene, gimiendo y apoyándose en la pared. Daniel siente compasión, pero la impaciencia lo domina. A este paso no llegarán al hospital en una hora. Al menos que entren al coche.
—Vamos despacio, en el coche estarás mejor —dice, tirándola hacia el ascensor—. Ya falta poco…
La ciudad empieza a despertar. Luces se encienden en ventanas dispersas. Ha nevado mucho, cubriendo las calles, lo que retrasa la salida del garaje.
«¿Por qué nadie piensa en la época del año al planear un hijo? En verano sería más fácil. Amanece pronto, ni nieve ni hielo… La próxima vez lo tendré en cuenta». Los pensamientos de Daniel se interrumpen con otro quejido de Lucía.
Hay pocos coches, y Daniel pisa el acelerador.
—Aguanta, cariño. Ya falta poco. Respira…
Siente que, cada vez que Lucía se contrae de dolor, sus propios músculos abdominales también se tensan. Pero no es lo mismo. No puede compartir su dolor, aliviarla.
Y ahí está el hospital. Daniel ayuda a su mujer a salir del coche, la arrastra por la rampa hacia la puerta con el letrero luminoso: “Urgencias”. Empuja la puerta y entra tras ella. Nadie.
—¡Eh, hay alguien! ¡Vamos a tener un bebé! —grita al vacío.
El eco de su voz resuena en el silencio.
Aparece una mujer con bata blanca y cofia.
—Tranquilo, papá. ¿Cada cuánto son las contracciones? —le pregunta a Lucía.
—Se han acelerado durante el viaje —responde Daniel por ella.
—¿Tienen chanclas? Ayúdele a cambiarse. Llévese el abrigo y los zapatos. Los documentos, por favor —ordena con claridad.
Daniel obedece todo. Se siente rápido, pero se ve a sí mismo como en cámara lenta. Lucía respira agitada, mordiendo el labio.
—Váyase a casa. Apunte el teléfono para llamar —la enfermera señala un folio pegado en la pared.
Daniel aparta la vista y ve a Lucía ya al otro lado de la sala. Lo mira perdida, con los ojos llenos de miedo. El corazón se le parte, la ansiedad lo inunda. La idea de no volver a verla le revuelve el estómago. Corre hacia ella, pero el brazo de la enfermera lo detiene.
—¡Usted no puede pasar!
¡Cómo la amaba en ese momento! Necesita decir algo, animarla, pero las palabras se le han borrado. ¿Qué estupidez es desearle suerte?
—Te quiero —grita Daniel, sonriendo.
Lucía intenta sonreír, pero otra contracción la hace mueca…
«Dios mío…» Nunca aprendió oraciones, y si alguna vez supo alguna, la ha olvidado ahora.
Recoge la ropa de Lucía, vuelve al coche. Cuando llega a casa, es hora de ir a trabajar. ¿Qué trabajo? Llama a su jefe y le dice que ha llevado a su mujer al hospital, que no puede pensar en nada más.
—Vale, lo entiendo. Yo también me volví loco, las dos veces. Luego me preocupaba que cambiaran al niño… En fin, los nervios solo empiezan, aguanta. Llama luego —dice el jefe antes de colgar.
Daniel deambula por el piso, coge objetos y los deja. En el dormitorio, coge la almohada de Lucía y hunde la cara en ella, oliendo su pelo.
—Todo irá bien —dice, dejándola en la cama.
«¿Llamo ya o espero?»
Vaga sin rumbo, sin saber qué hacer. Recuerda cuando se conocieron en el cumpleaños de un amigo. No se enamoró a primera vista. Ella le parecía demasiado independiente, distante. Aun así, la invitó a bailar. No quedaban otras chicasFinalmente, dos días después, Daniel abrazó por primera vez a su hijo, un pequeño llamado Mateo, mientras Lucía, exhausta pero feliz, los miraba desde la cama del hospital, y supo que la vida, con todos sus sobresaltos, había valido la pena.