El Otro Iván…

El otro López…

Antonio sintió que Lucía le tocaba el brazo.
—¿Qué? —Abrió los ojos—. ¿Ha empezado?

Ella sonreía misteriosa y miraba hacia la cama a su lado. Antonio giró la cabeza y vio un bulto. Lo tocó, pero la manta cedió bajo su mano. Estaba vacío…
—¡Antonio! —la voz alarmada de Lucía llegó desde lejos.

Abrió los ojos y vio su rostro tenso, como si estuviera escuchando algo. Sacudió la cabeza, intentando despejar los últimos restos de sueño.

—¿Qué? ¿Ya es hora? Faltaban dos semanas…

—No sé, me duele mucho la tripa —dijo Lucía.

—Vale —Antonio se incorporó sobre los codos—. Hay que llamar a una ambulancia. Volvió la mirada hacia la cama. No había ningún bulto, y respiró aliviado, tratando de ahuyentar la pesadilla.

—Esperemos. No estoy segura de que sean contracciones. Solo son punzadas. Me dijeron que hay que avisar cuando sean cada diez minutos. —Lucía lo miró con esperanza.

—Para cuando llegue la ambulancia, ya habrás parido. ¿Dónde está mi móvil? —Antonio estiró el brazo hacia los vaqueros colgados en la silla. El teléfono se le escapó del bolsillo y cayó al suave peluche de la alfombra.

Terminó de despertarse, se sentó, recogió el móvil y se puso los vaqueros. Detrás de él, Lucía gimió, abrazándose el vientre.

—¿Qué? ¿Contracción? —Se desplazó al otro lado de la cama, se sentó junto a ella y comenzó a masajearle la espalda con los puños, como le habían enseñado en las clases de preparación al parto.

—Respira hondo —dijo, y él mismo empezó a inhalar ruidosamente por la nariz y a exhalar por la boca.

Lucía lo imitó.

—Ya pasó —dijo, forzando una sonrisa.

—Voy a llamar a la ambulancia. —Antonio se levantó de un salto—. No. Vístete, te llevo yo mismo al hospital. Será más rápido.

La bolsa con todo lo necesario llevaba semanas preparada, en un rincón del dormitorio.

—Los documentos están en el cajón de la mesilla —dijo Lucía mientras se ponía su holgado vestido.

Antonio cogió los papeles, vio el cargador del móvil en el fondo del cajón y lo metió en la bolsa junto con la carpeta.

—¿Y el DNI?

—En el armario del salón —respondió Lucía, aún bajo el vestido.

Antonio corrió a la otra habitación, buscando el DNI, maldiciendo que no hubiera dejado todo junto. «El móvil…» —¿Dónde está tu teléfono? —le gritó.

—Aquí, en la mesilla —respondió Lucía, serena.

—Lucía, ya te dije que lo tuvieras todo a mano para salir rápido. Como una niña —refunfuñó al entrar en el dormitorio—. ¿Y el cepillo, la pasta de dientes…?

Lucía sonrió, culpable, pero la sonrisa se torció con otro espasmo de dolor.

—Ahora. —Dejó la bolsa en el suelo y volvió a masajearle la espalda.
La irritación crecía dentro de él. Miró el reloj: las cinco y media de la mañana.

Lucía se relajó, el dolor cedió, pero volvió minutos después.

Antonio se puso una camiseta, recogió la bolsa.

—Vamos, a ver si llegamos al coche antes de la siguiente contracción.

Lucía avanzó cojeando hacia el recibidor, sosteniendo su enorme vientre. Antonio le calzó sus anchas botas cortas. Su calzado habitual, elegante, estaba apartado; sus pies hinchados ya no cabían. La ayudó a ponerse el abrigo, le subió la capucha y se calzó él mismo. Los calcetines… Se había olvidado de ponérselos. No había tiempo para buscarlos. Metió los pies desnudos en los zapatos…

—¿Vamos? —La ayudó a levantarse del banco bajo y salieron.

Por el pasillo hacia el ascensor, Lucía se detuvo y gimió, apoyándose en la pared con una mano. Antonio la compadecía, lo entendía, pero su lentitud lo exasperaba. Así no llegarían al hospital en una hora. Al menos a coche avanzarían.

—Vamos despacio, en el coche estarás mejor —dijo, tirando de ella hacia el ascensor—. Ya falta poco —murmuraba.

La ciudad acababa de despertar. Aquí y allá, las luces se encendían en las ventanas. Había nevado mucho, y la nieve dificultaba salir del garaje.

«¿Por qué no piensa la gente en la época del año cuando planean tener un hijo? En verano habría sido más fácil. Amanece pronto, ni nieve ni hielo… La próxima vez habrá que tenerlo en cuenta.» Los pensamientos de Antonio se interrumpieron con otro gemido de Lucía.

Había pocos coches en la calle. Antonio pisó el acelerador…

—Lucía, aguanta. Ya falta poco. Respira…

Antonio sentía que cada vez que Lucía gimía y se encogía de dolor, sus propios músculos abdominales también se tensaban. Pero no era lo mismo. No podía compartir su dolor para aliviarla.

Llegaron al hospital. Antonio ayudó a su mujer a salir del coche, la guió por la rampa hasta la puerta con el cartel de “Urgencias” encendido, la abrió de golpe y entró tras ella. No había nadie.

—¡Eh! ¿Hay alguien? ¡Vamos a tener un bebé! —gritó al vacío. Su voz resonó en el silencio.

Una mujer con bata y gorro apareció de repente.

—Tranquilo, papá. ¿Cada cuánto son las contracciones? —le preguntó la matrona a Lucía.

—Se han acelerado durante el trayecto —respondió Antonio por ella.

—¿Tienen zapatillas? Ayúdele a cambiarse. Llévese el abrigo y el calzado. Dame los documentos —ordenó con eficiencia.

Antonio obedeció. Le parecía hacerlo todo rápido, pero se veía a sí mismo como en cámara lenta. Lucía respiraba con dificultad, mordiéndose el labio.

—Váyase a casa. Apunte este número para llamar. —La matrona señaló un folio pegado en la pared con un número impreso en negrita.

Antonio apartó la mirada y vio a Lucía ya junto a la puerta opuesta. Lo miró perdida, el miedo inundándole los ojos. Su corazón se partió, lleno de angustia. La idea de no volver a verla le provocó náuseas. Corrió hacia ella, pero un brazo de la matrona le bloqueó el paso.

—¡Ahí no puede entrar!

¡Cuánto la amaba en ese momento! Quería decir algo, animarla, pero las palabras se le escapaban. ¿Qué sentido tenía desearle suerte?

—Te quiero —gritó Antonio, sonriendo.
Lucía intentó sonreír, pero otra contracción le torció el gesto…
«Dios mío…» No sabía rezar, o si alguna vez lo había hecho, ahora lo había olvidado.

Recogió la ropa de Lucía, volvió al coche. Cuando llegó a casa, era hora de ir a trabajar. ¿Qué trabajo? Llamó a su jefe y le advirtió que había llevado a su mujer al hospital, que no podía pensar en otra cosa.

—Vale. Lo entiendo, yo también estuve como loco las dos veces. Luego me preocupaba que cambiaran al niño… En fin, los nervios no hacen más que empezar, así que aguanta. Llama luego, cuéntame —dijo el jefe antes de colgar.

Antonio vagó por la casa,Y al final, cuando por fin sostuvo a su hijo en brazos, comprendió que todo el miedo y la espera habían valido la pena.

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El Otro Iván…