Visiones sobrenaturales: Nuestro viaje con los que ya no están.

Mi hija y yo tenemos la capacidad de ver a los muertos. A lo largo de los años, hemos vivido incontables experiencias sobrenaturales. He contemplado ángeles, también demonios, y en más de un sueño, la Santa Compaña se me ha aparecido. No le rindo culto, jamás lo he hecho.

Mi hija, Alba Fernández, también percibe espíritus. Algunas noches, al dormir, asegura que asciende al cielo y habla con Dios y la Virgen. Cuando despierta, me describe cada detalle con una precisión escalofriante, como si realmente hubiera estado allí. Hemos presenciado tantas cosas que la gente ya no nos cree. Nos tachan de mentirosas, de exageradas. Pero no es cierto. Da igual dónde estemos—una casa en Toledo, una calle en Salamanca—siempre escuchamos algo, siempre vemos algo.

Podríamos ser clarividentes, o algo parecido, pero yo no lo asumo. No deseo este don. Una anciana de ojos penetrantes, como salidos de un cuento de brujas, me dijo una vez que mi poder era fuerte, que podía potenciarlo si lo deseaba. Pero yo me niego. Me aterra. Alba, en cambio, quizá lo acepte con el tiempo. Ella no les teme. Cuando las entidades se le aparecen, les habla, incluso las sigue.

Yo no. Yo solo les suplico que no me perturben, que me dejen en paz. Y entonces se quedan… quietas, en el umbral de mi habitación, observándome en la penumbra del amanecer. A veces permanecen días. Otras, se esfuman en segundos. Pero siempre regresan.

Y yo solo anhelo dormir sin fantasmas acechándome.

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