El Bufón

Hace muchos años, en un barrio de Madrid, la vida de unos amigos cambió para siempre. Era el cumpleaños de Marisol, y su esposo, Javier, esperaba impaciente en el salón mientras ella se arreglaba frente al espejo del armario.

—Marisol, ¿ya estás lista? Ahora mismo vendrán Lola con Rodrigo —dijo Javier, asomándose al dormitorio.

—Un momentito —respondió ella sin volverse, pasándose el pintalabios por los labios.

Finalmente, Marisol se giró, sonriéndole a su marido.

—Estoy preciosa, ¿verdad?

—Como siempre —murmuró Javier, abrazándola con ternura.

Llamaron a la puerta, interrumpiendo el momento. En el recibidor, Rodrigo, con un enorme ramo de rosas, bromeaba en voz alta mientras su esposa, Lola, sostenía un regalo con discreción.

—¡Por fin! ¡Marisol, estás radiante! —exclamó Rodrigo, besándola en la mejilla antes de entregarle las flores.

—Bueno, dejad los abrigos y vamos al salón, que las historias se cuentan en la mesa —intervino Javier, sacando las zapatillas para los invitados.

La casa se llenó de risas. Rodrigo elogiaba cada plato mientras Lola, sentada lejos de él, apenas hablaba. En un momento, mientras Javier cantaba una copla con su guitarra, Lola se retiró a la cocina.

Marisol la siguió.

—¿Qué pasa? Antes te encantaba oírle cantar —dijo Marisol, viendo el cigarrillo temblar en los dedos de su amiga.

Lola exhaló el humo con tristeza.

—Marisol… me he enamorado de otro. No puedo evitarlo.

Contó que era un médico recién llegado a su hospital, que se veían a escondidas. Ahora, sin sitio donde encontrarse, pedía usar su casa.

—No —respondió Marisol, firme—. No voy a ayudarte a engañar a Rodrigo.

Lola insistió, desesperada, pero Marisol no cedió.

Horas más tarde, tras una cena incómoda, Lola y Rodrigo se marcharon.

Al día siguiente, supieron la noticia: en el taxi, habían discutido. Rodrigo, borracho y celoso, golpeó a Lola al confundir al taxista con su amante. Ella cayó, golpeándose la cabeza.

La llamada a emergencias llegó tarde.

Rodrigo fue condenado. Tras salir de prisión, decidió retirarse a un monasterio.

—Os dejo a mi hijo en buenas manos —les dijo a Javier y Marisol, ahora sus tutores—. Rezo por Lola cada día.

Años después, al visitarlo en el claustro, lo encontraron en paz.

—Dice que si crees, todo se cumple —susurró Marisol a Javier en el coche, acariciando su vientre con esperanza.

Javier no respondió, pero por primera vez, creyó en los milagros.

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El Bufón