Atasco Inesperado

**El Embotellamiento**

Los coches formaban una fila interminable y compacta. Ni en una dirección ni en la otra había movimiento desde hacía media hora. Los cristales subidos, los aires acondicionados encendidos. Afuera, un calor insoportable, más de treinta grados, tal como había anunciado la Agencia Estatal de Meteorología.

El aire, calentado por el sol y el asfalto, temblaba como un espejismo. Dentro del *Seat* hacía fresco, pero quedarse inmóvil, observando aquella escena congelada, resultaba exasperante.

Lucía destapó la botella de plástico y bebió un par de sorbos. Iván notó que quedaba menos de un tercio. Ella seguía bebiendo sin ofrecerle ni una gota. No, él habría declinado, le habría dejado el último trago sin dudarlo. Pero Lucía actuaba como si él ni siquiera estuviera allí.

—¿Cuánto vamos a estar así? —preguntó Lucía, irritada.

Eran sus primeras palabras desde que salieron de la casa de campo. Su silencio era peor que un grito. Hubiera preferido que gritara. No discutían, pero cuando algo la molestaba, se encerraba en sí misma durante horas—o días—, dejando claro que todo era culpa de Iván. Él se disculpaba, escuchaba sus reproches monótonos y, finalmente, hacían las paces.

—¿Qué haces ahí parado? Haz algo —Lucía volvió a atacarlo, como si él tuviera la culpa del atasco en la M-30.

Esta vez, él guardó silencio. No sabía qué decir ni qué hacer.

—¿Y para qué fuimos a esa estúpida casa de campo? Vale, tú, ¿pero yo? ¿Para quedarme al otro lado de la valla mientras tú mimas a tu hija? Mejor hubiera ido de compras o al café con Nines, comiendo helado. —Lucía se limpió la nariz—. Mira, ahora estoy congestionada. Como si no fuera suficiente, voy a enfermar por este maldito aire.

Iván apagó el climatizador.

—¿Estás bromeando? En un minuto el coche será un horno. ¿Quieres que nos asemos o nos ahoguemos? —protestó Lucía.

Iván no recordaba que hablara tanto. Lo sorprendió y lo inquietó. Pero no dijo nada y volvió a encender el aire. Entre los coches, un hombre caminaba hacia adelante. Antes de llegar al *Seat*, se metió en un vehículo del carril contiguo.

—¿Lo viste? Viene de allá. Quizá sabe qué pasa —comentó Lucía.

—Puede ser —asintió Iván.

—Pues ¿qué haces ahí? Ve a preguntar —dijo Lucía, sin mirarlo.

—¿Preguntar qué? El atasco puede ser de kilómetros. ¿Crees que ese tipo fue y volvió en media hora? Lo dudo. —Iván la miró y volvió a sentirse culpable—. Pero en fin, no podemos quedarnos aquí para siempre. Tarde o temprano avanzaremos. Todos están esperando con paciencia. Esto es la M-30, no una carretera secundaria. Media Madrid está parada. —Calló. Lucía también, mirando al frente.

—Vale. —Iván salió del coche.

Observó la hilera infinita de vehículos, igual hacia adelante que hacia atrás. El hombre había entrado en un coche rojo. Golpeó el cristal, que se bajó a medias.

—Disculpe, ¿ha ido hacia adelante? ¿Sabe por qué estamos parados? —preguntó al conductor.

—Parece que toda la M-30 está colapsada. Nadie sabe. Quizá un accidente o un atentado.

Nada nuevo. Ya lo imaginaba. El calor era agobiante, como en una sauna. Mientras hablaba, inclinado hacia la ventanilla, su camisa se pegó al sudor de su espalda. Regresó al *Seat*. La radio no mencionaba el atasco.

—¿Qué, has averiguado algo? —preguntó Lucía, impaciente.

—No. Dicen que podría ser toda la M-30. Alguien sugirió un atentado.

—Lo sabía. ¿Y para qué te hice caso y vine contigo?

Iván estuvo de acuerdo. No debió insistir. Se habría quedado con su hija, como ella quería, evitando el atasco. Habría regresado al anochecer, con frescor.

Todo había empezado tan bien…

***

El móvil despertó a Iván. Sin mirar la pantalla, respondió.

—Papá, ¿vas a venir? —Era la voz de Paula.

—Hola. ¿Olvidaste el cumpleaños de tu hija? —Su exesposa hablaba ahora—. Apuesto a que ni siquiera compraste un regalo.

—No lo olvidé, justo salgo —mintó Iván, abriendo los ojos. El sol ya estaba alto. Eran las nueve y media.

Recordaba el cumpleaños hasta la noche anterior. Pero él, Lucía y sus amigos habían salido de fiesta, y se le olvidó.

—¡No quiero regalos, solo ven, te echo de menos! —gritó Paula antes de que cortaran.

Se casaron hace casi trece años. Diez de ellos, peleando como gato y perro. Él no estaba enamorado. Solo un estudiante que despertó en la cama de una chica cuya cara apenas recordaba.

Un mes después, ella lo encontró en la universidad: estaba embarazada. «No está mal», pensó Iván, y se ofreció a casarse. Sus padres se horrorizaron. Su madre sospechaba que el hijo no era suyo, pidió una prueba antes del registro.

La hizo, pero después del nacimiento. Paula era suya. Se enamoró de ella al tomarla en brazos en el hospital. Ni siquiera sabía que eso pasaba. Por eso aguantó los reproches, los celos. Quizá seguiría así si no hubiera conocido a Lucía.

Arrogante, fría y atractiva como una diosa griega, no gritaba como su ex. Callaba, y así lo castigaba. Era su único defecto. Caminaba en ropa interior por el apartamento, provocándolo. Él se disculpaba, aunque no fuera culpable.

Se enorgullecía de tener a una mujer así a su lado.

Después de la llamada, Lucía preguntó qué pasaba. Le confesó lo del cumpleaños, que había prometido ir a la casa donde su ex e hija veraneaban.

—¿Te vas ahora? ¿Y yo me quedo sola todo el día? —Lucía, desnuda, fue al baño.

Iván, hipnotizado, la siguió.

—Ven conmigo —rogó.

—¿Me invitas a la casa de tu hija y tu ex?

—Sí, ¿qué tiene? Ya no estamos juntos… —Lucía rechazaría, seguro. —Es precioso, el río, el bosque, nadaremos…

—¿En serio?

—Sí, pero date prisa.

Compraron un regalo y fueron. Como previsto, Lucía se arrugó y esperó en el coche.

Paula lo abrazó, e Iván sintió cuánto la había extrañado. El tiempo voló. Al anunciar su partida, Paula lloró.

Su ex, cerca, escuchó sus excusas sobre el tráfico, el trabajo al día siguiente…

—Tu papá debe irse. Alguien lo espera en el coche. ¿Tanto miedo le daba entrar? —burló su ex.

Iván ni la miró.

—Vendré el domingo —prometió a Paula, soltando sus brazos.

Su corazón se partía: amor, culpa hacia su hija, hacia Lucía esperándolo.

Creyó regresar rápido, pero habían pasado cuarenta minutos. Lucía lo miró con reproche y desvió la vista. Al arrancar, Iván vio a su ex y a Paula tras la verja. Le pareció que su ex sonreía, aunque no estaba seguro.

Se disEl año siguiente, mientras paseaba con Paula por el mismo lugar donde conoció a Irai, Iván comprendió que a veces la vida nos empuja hacia donde realmente pertenecemos.

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