**La Clase de Matemáticas, o la Profe Luci**
Javi Moreno bajaba las escaleras del instituto después de comer cuando escuchó un susurro bajo los peldaños. Se agachó y encontró a Rafa y Toni escondidos.
—¿Qué hacéis aquí?
—Nada. Sigue con lo tuyo —respondió Rafa, haciendo un gesto de despedida.
En ese momento sonó el timbre. Los dos salieron corriendo, escondiendo algo en los bolsillos, y los tres subieron apresuradamente al segundo piso. Entraron al aula los últimos.
La profe Luci escribía en la pizarra los ejercicios del examen. Los compañeros se apresuraron a sentarse, escondiendo chuletas bajo los libros. Javi miró a su alrededor. Todo era un murmullo.
De pronto, Luci giró bruscamente, y la clase enmudeció.
—Si veo a alguien copiando, suspenso directo —dijo con voz tensa, mientras sus mejillas se tornaban rojas.
Volvió a la pizarra, y el murmullo regresó al instante.
Luci llevaba solo dos años dando clase, recién salida de la universidad. Intentaba ocultar su juventud tras unas gafas grandes de pasta negra y falsa severidad. Pero cuando alzaba la voz, siempre se ruborizaba. A Javi le gustaba.
Fue él quien empezó a llamarla cariñosamente «la profe Luci». Este año, se había convertido en su tutora. Los chicos, y también algunas chicas, la tomaban por inocente. Interrumpían las clases, la hacían perder el hilo. Una vez, Javi juró que estaba a punto de llorar. Incapaz de aguantarlo, se levantó y gritó:
—¡Basta ya! ¿Estáis tontos o qué? Ella se esfuerza por vosotros. Si no queréis aprender, al menos no molestéis.
El silencio fue instantáneo. Solo Toni soltó una risita y murmuró que Javi estaba enamorado. Pero los demás lo callaron. Desde entonces, la clase se portó mejor.
Luci terminó de escribir los ejercicios y dejó la tiza. En ese momento, varios papelillos, lanzados con una cerbatana hecha de bolígrafo, impactaron en su espalda. Algunos incluso se quedaron enredados en su pelo.
Los sacudió con gesto de asco, como si fueran insectos. Alguien soltó una carcajada. Javi miró hacia atrás, donde Rafa y Toni fingían inocencia. Pero su sonrisa pícara lo delató. *Así que esto es lo que tramaban bajo las escaleras…*
—Abrid los cuadernos —dijo Luci con voz temblorosa.
El murmullo regresó.
—Los de la izquierda hacen el ejercicio uno, los demás, el dos.
Todos se inclinaron sobre sus hojas, pero Javi volvió a mirar a los revoltosos y les mostró el puño. Otra ráfaga de papelillos voló, pero esta vez solo alcanzó a las chicas de adelante.
—Señorita Lucía, Rafa y Toni están tirando cosas —se quejó Sandra.
—¿Nosotros? ¡Ni hablar! —protestó Rafa, levantándose medio de la silla.
En ese instante, Javi lanzó una bola de papel bien apretada.
—¡Ay! —gritó Rafa, llevándose la mano a la cara—. ¡Ves como nos acusas sin razón!
—¡Moreno! —La profe Luci se levantó de un salto—. Jamás lo hubiera esperado de ti. El cuaderno de notas, ahora. ¡Suspenso!
Javi, cabizbajo, se acercó y entregó su agenda. Luci escribió una nota con trazo enérgico. Al devolvérsela, le ordenó que al día siguiente vinieran sus padres.
—¿Qué tal en el instituto? —preguntó su padre por la noche.
—Normal. La profe Luci quiere verte.
—¿Y qué has hecho?
—Nada.
—¿Nada? Por nada no llaman. Cuéntame.
—Hoy había examen de mates. Rafa y Toni empezaron a tirarle cosas a la profe… a la señorita Lucía —se corrigió—. Me dio pena y les devolví el golpe. Ella me pilló, me suspendió y me echó de clase.
—¿Quieres decir que eres inocente?
Javi se encogió de hombros.
—Tal vez debería haberte mandado con tu abuela —murmuró su padre, contrariado.
—Papá, en serio, no es culpa mía. No quiero irme con la abuela —protestó Javi, calentándose.
—Ya veremos. —Su padre se giró hacia la televisión, y Javi supo que discutir era inútil.
Pero aún faltaban dos semanas para las vacaciones. Confiaba en que algo pasaría, que su padre cambiaría de opinión.
Al día siguiente, el padre de Javi fue al instituto en su hora de comer. Luci estaba en la sala de profesores, corrigiendo los exámenes.
—Buenas, soy Adrián Moreno —dijo al entrar sin llamar.
Luci se ajustó las gafas, que siempre se le caían. Adrián era alto, atractivo, con una presencia que hacía girar cabezas.
—Lucía Martín, tutora de su hijo —dijo ella, levantándose. Sin querer, se quitó las gafas y volvió a ponérselas.
—Tengo que decirle… —Era mucho más bajita que él, así que estiró el cuello para parecer más imponente.
—No, soy yo quien debe hablar —la interrumpió Adrián—. Mi hijo no tiene culpa, y usted lo suspendió y lo echó. Encima me llama.
A Lucía le pareció que se burlaba.
—¿Ah, sí? —respondió con altivez.
—Sí. Dos alumnos intentaron sabotear el examen. Le dispararon papelillos, ¿no? Javi los defendió, y usted lo castigó a él mientras ellos salieron impunes.
Adrián tomó el control de la conversación.
—El examen *era* su castigo. Los dos son pésimos en mates. ¿Debería haberlos librado de eso? En cambio, Javi —su voz se suavizó al nombrarlo— domina la asignatura. No le puse el suspenso, por cierto —añadió, casi avergonzada—. Ellos sí lo tienen.
—¿Entonces por qué me llamó?
Lucía se mordió el labio. *¿Por qué, en efecto?*
—Bueno… Javi también lanzó cosas. Usó sus métodos, aunque fuera por un buen motivo. Alteró la clase.
Adrián la observó detenidamente. *Joven, bonita, recién salida de la universidad. Quiere parecer estricta, pero lleva esas gafas ridículas. Sin hijos, y ya quiere educar a los nuestros…*
Bajo su mirada, Luci se ruborizó como una colegiala.
*Yo también habría defendido a una así*, pensó Adrián, sin querer.
El silencio se hizo incómodo.
—Verá… la madre de Javi murió hace seis meses. Cáncer rápido. Quise mandarlo con su abuela, pero al final no. Trabajo todo el día, él se las apaña solo. Es… duro.
Las palabras salieron solas.
—Lo siento, no lo sabía —susurró Luci.
—Se lo prohibí. No quería compasión. Entonces, ¿asunto zanjado?
—Sí… claro.
Adrián sonrió, y el corazón de Luci se aceleró.
Después de clase, Luci llevó a Javi a su casa.
—¿Por qué? —preguntó él, confundido.
—Las aulas están ocupadas. Aquí harás el examen en paz. ¿O prefieres el suspenso?
—No.
Javi caminó junto a ella, sin entender. Estaba diferente… más dulce, quizá. Y eso le irritaba.
—Podría ponerte un cinco sin más. Pero debe constar. Tú estabas en clase.
—¿Mi padre te habló de mamá? ¿Ahora me compadeces?
—Tu padre te quiere mucho. Eres todo lo que tiene.Y años después, en una cena familiar, Javi miró a su hermana pequeña jugando con los mismos papelillos que una vez volaron en clase, y supo que aquel día bajo las escaleras había sido el principio de todo.