David se despertaba cuando aún reinaba la oscuridad, a las tres de la madrugada, para recoger desechos en las calles de Madrid. Sus excelentes calificaciones le habían valido una beca en la Universidad Complutense. Soñaba con convertirse en ingeniero, no por ambición, sino por sacar adelante a su familia.
Pero el camino era arduo. Cada minuto contaba. Mientras la ciudad dormía, él repasaba apuntes a la luz de una lámpara. A las cinco ya estaba en la calle, empujando el pesado contenedor de residuos bajo el frío cortante del invierno o el calor asfixiante del verano. A veces no le daba tiempo de llegar a casa y se lavaba en los servicios públicos de Atocha, con agua helada y jabón barato.
En clase, sus compañeros arrugaban la nariz cuando pasaba. Abrían las ventanas con demasiada fuerza, susurraban comentarios hirientes. Él aguantaba el peso de sus miradas, clavando los ojos en los libros aunque el cansancio nublara su vista. No importaba. Seguía adelante.
Los profesores notaban su dedicación. Respondía con precisión, participaba sin jactancia. Hasta que un día, tras un examen desastroso para el resto, el profesor Álvarez anunció con severidad:
—Todos han suspendido… excepto David.
El aula estalló en murmullos. “Debe de copiar”, “Algo raro hay ahí”, cuchicheaban. El profesor lo miró directamente.
—¿Cuál es tu secreto, David? —preguntó, retando al silencio.
David tragó saliva, sintiendo todas las miradas clavadas en él.
—Repito en voz alta hasta memorizarlo. Grabo los temas y los escucho mientras trabajo…
Nadie habló. Pero esa tarde, el profesor Álvarez sorprendió a un grupo burlándose de él en el pasillo.
—Ustedes no saben lo que es madrugar entre bolsas de basura —les espetó—. Y aún así, él supera a todos. ¿Vergüenza? Deberían sentirla.
Algunos bajaron la cabeza. Uno se acercó a David para disculparse. El profesor le puso una mano en el hombro:
—No claudiques, muchacho. La vida no regala nada, pero tu esfuerzo vale más que el oro.
David asintió, conteniendo la emoción. Por primera vez, sintió que su lucha tenía sentido.
No te pares. Tu mérito no está en los elogios, sino en lo que haces cuando nadie aplaude. Como David. No abandones. Cada madrugada, cada lágrima, algún día florecerá.