Sin aire que respirar

No puedo respirar

Lucía giró la llave despacio en la cerradura y entró con cuidado en el piso. Por más que intentó cerrar la puerta sin hacer ruido, el pestillo sonó igual. Sin encender la luz, se quitó el abrigo, avanzó de puntillas hacia la puerta de su habitación… El clic del interruptor a sus espaldas resonó en el silencio del hogar como un disparo.

—Lucía, ¿dónde estabas? ¿Por qué tan tarde? Llamé a Alba. Me mentiste—, se escuchó la voz de su madre.

La chica se quedó paralizada, respiró hondo y se volvió hacia ella.

—¿Y tú por qué no estás durmiendo?— respondió, cambiando de tema.

—¿Cómo voy a dormir si no estás en casa? Estaba preocupada—. Su madre la miraba con ansiedad.

—Ya soy mayor, mamá, deja de vigilarme—, dijo Lucía, molesta.

—Sí, sí, mayor…— Su madre hizo un gesto con la mano y se dirigió a su cuarto, pero no cerró la puerta.

Lucía dudó un momento y la siguió. Se sentó a su lado en el sofá.

—Mamá, lo siento. Se me pasó la hora.

Su madre parecía cansada y pálida. La luz intensa de la lámpara acentuaba sus arrugas y las ojeras, llenas de reproche.

—No estaba sola. Estaba con Adrián. Fuimos al cine y luego dimos un paseo. No te preocupes.

—¿Con Adrián?

—Sí. Lo conocí hace dos semanas. Es… interesante, sabe de todo—. Una sonrisa asomó en los labios de Lucía, su mirada se nubló. Se acurrucó más contra su madre, apoyando la cabeza en su hombro.

—Entonces, ¿la otra vez también estabas con él y no con Alba?

—Lo siento.

—Lo entiendo, ¿pero por qué no me lo dijiste? ¿Ha empezado la universidad también? ¿Estudiaréis juntos?

—Ya terminó la carrera, tiene trabajo—, respondió Lucía rápidamente.

—¿Así que es mayor que tú? Ay, hija…— suspiró su madre, pero Lucía levantó la cabeza, lista para defenderse. Su madre la adelantó. —¿Me lo presentarás?

—Claro. Te va a encantar.

—No me había dado cuenta de lo mucho que has crecido—. Su madre la miró con tristeza. —Es tarde, vete a dormir.

—Buenas noches, mami—. Lucía le dio un beso en la mejilla y se fue a su cuarto.

Se desvistió, se metió bajo las sábanas y miró al techo, recordando cada palabra, cada beso, soñando…

Cuando despertó, su madre ya se había ido al trabajo. Lucía se lavó la cara, desayunó lo que le había dejado preparado y cogió el móvil.

—Hola, ¿ya estás en el trabajo?— preguntó con alegría.

—Sí—, respondió Adrián con brusquedad.

—¿Te molesto?— se alarmó Lucía al notar su tono distante.

—Sí. Te llamo luego—. Colgó.

—¿”Te llamo luego”?— Lucía miró la pantalla del móvil, confundida, hasta que se apagó.

“Habrá alguien con él”, pensó, y esperó a que Adrián la llamara. Intentó leer, pero las palabras no le entraban. Dejó el libro. La tele no ponía nada interesante. Llamó a su mejor amiga, Alba, y quedaron para dar una vuelta.

Mientras comían helado, Lucía presumía de estar enamorada, cuando sonó el teléfono. Era Adrián.

—Perdona, Cigüeñita, llamaste en mal momento. Estaba ocupado. ¿Quedamos esta tarde?

—Sí—, respondió Lucía, animada.

—Mi madre quiere conocerte— le dijo al encontrarse con él.

—¿Le hablaste de nosotros?— Adrián se puso tenso. —¿No le molesta que salgamos?— La miraba con desconfianza.

—¿Por qué iba a molestarte?

—Llevamos poco tiempo… Presentarse a los padres implica algo serio…

—¿Acaso lo nuestro no es serio?— Lucía se puso rígida.

—Para mí lo es—. Adrián la abrazó tan fuerte que no podía ver su rostro. —Es que tu madre me va a escrutar, me hará el tercer grado.

—¿Y cuántas veces te has presentado a padres de otras chicas? Venga, confiesa—. Lucía le dio un golpecito juguetón en el costado.

—Un par de veces.

—Pero no tienes nada que ocultar, ¿no? ¿O tienes una habitación secreta donde escondes a tus ex?— Lucía soltó una risita. —¿Estás casado?

—No, claro. ¿De dónde sacas eso?

—Bueno, ¿adónde vamos?— cambió de tema.

—No tengo mucho tiempo, mi madre quiere que vuelva pronto. ¿Damos un paseo?— Adrián la besó con intensidad.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, el corazón se le aceleró. Si había dudas, se desvanecieron al instante.

Caminaron abrazados, y Adrián le contó cómo no podía dormir pensando en ella, cómo soñaba con tenerla cerca. Nunca había sentido algo así. Le prometió que, cuando su madre estuviera mejor, la invitaría a su casa para presentársela. Después de la muerte de su padre, cualquier llamada la ponía nerviosa, por eso desconectaba el teléfono en casa…

Lucía lo escuchaba y soñaba despierta: imaginaba su vida juntos, cómo lo recibiría a la salida del trabajo, cómo él llegaría con flores y la besaría… No iba más allá, pero con eso le bastaba para que el corazón se le acelerara de felicidad.

—¿Vienes el sábado?— preguntó al final. —Mi madre hará su tarta de chocolate especial.

Adrián la besó en lugar de responder.

El sábado, llamó para decirle que su madre se sentía mal, había venido una ambulancia, no podía dejarla sola…

Lucía se entristeció.

—No pasa nada. Es bueno que sea un hijo tan responsable. Eso significa que será un buen marido. Comamos la tarta— dijo su madre.

Lucía, sin apetito, tomó un trozo solo para no herir sus sentimientos. Luego vagó por la casa sin saber qué hacer. Había soñado con pasar el día entero con él. Alba estaba fuera con sus padres.

Siguiendo el consejo de su madre, salió a la calle. El verano agonizaba, y quería disfrutar los últimos días de sol. Caminó lejos de casa, compró un helado y, al alzar la vista, vio a Adrián. Empujaba un carrito de bebé, a su lado una mujer rubia y joven caminaba sonriente. Lucía se escondió tras un árbol y los observó.

Pasaron de largo, pero ella se quedó inmóvil. El helado empezó a derretirse. Lo tiró a la basura y volvió a casa tragando lágrimas. Intentó justificarlo, pero no encontró excusas. Si no era su esposa, ¿entonces quién?

—Niña, mira por dónde andas— le regañó una mujer al cruzarse con ella.

—Disculpe—. Lucía seguía caminando sin ver nada.

De pronto, se animó. Si no estaba en casa, ni con su madre, podía llamarlo. Pero su teléfono estaba apagado.

—¿Qué te pasa? Estás pálida— su madre se alarmó al ver su expresión.

—Es que estoy cansada—. Lucía se encerró en su cuarto.

Al rato, su madre entró y se sentó en la cama. Lucía miraba al techo, abrazándose a sí misma.

—¿Qué te pasa, hija? ¿Te ha hecho algo?

Lucía se dio laPero la vida siguió, como siempre lo hace, y con el tiempo Lucía aprendió que el dolor, aunque profundo, también se desvanece.

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Sin aire que respirar