**Sin Aliento**
Lucía giró lentamente la llave en la cerradura y entró con cuidado en el piso. Por más que intentó cerrar la puerta sin hacer ruido, el cerrojo hizo un chasquido audible. Sin encender la luz, se desvistió y se deslizó de puntillas hacia su habitación… El clic del interruptor a su espalda resonó en el silencio del hogar como un disparo.
—Lucía, ¿dónde estabas? —preguntó la voz de su madre desde el salón—. Es muy tarde. Llamé a Raquel. Me mentiste.
La joven se detuvo en seco, respiró hondo y se volvió hacia ella.
—¿Y tú por qué no estás durmiendo? —replicó, molesta.
—¿Cómo voy a dormir si no estás en casa? Estaba preocupada. —Su madre la miró con ojos angustiados.
—Ya eres mayor, mamá. Déjame en paz —gruñó Lucía.
—Sí, sí, muy mayor… —Su madre agitó la mano en un gesto de frustración y se marchó a su cuarto, pero dejó la puerta abierta.
Lucía dudó un instante y la siguió. Se sentó junto a ella en el sofá.
—Mamá, perdón. Se me pasó la hora.
Su madre parecía agotada, palidecida bajo la luz cruda de la lámpara, que acentuaba sus arrugas y las ojeras donde se escondía un reproche mudo.
—No estaba sola. Estaba con Javier. Fuimos al cine y luego dimos un paseo. No te preocupes.
—¿Con Javier?
—Sí. Lo conocí hace dos semanas. Es… interesante. Sabe mucho. —Una sonrisa fugaz iluminó sus labios mientras apoyaba la cabeza en el hombro de su madre.
—¿O sea que la última vez también estabas con él, no con Raquel?
—Perdón.
—Lo entiendo, pero ¿por qué no me lo dijiste antes? ¿Estudia en tu universidad?
—No, ya terminó. Trabaja. —La respuesta fue rápida, casi esquiva.
—¿Es mayor que tú? Ay, hija… —suspiró su madre, pero Lucía levantó la cabeza, defensiva—. ¿Me lo presentarás?
—Claro. Te gustará.
—No me di cuenta de cuándo creciste. —Su madre miró a la hija con una tristeza profunda—. Es tarde. Vete a dormir.
—Buenas noches, mamá. —Le dejó un beso en la mejilla y se retiró a su habitación.
Se metió bajo las sábanas, clavó la mirada en el techo y revivió cada palabra, cada beso, cada promesa de Javier…
A la mañana siguiente, su madre ya había salido a trabajar. Lucía desayunó lo que había dejado preparado y cogió el móvil.
—Hola, ¿ya estás en la oficina? —dijo con alegría.
—Sí —respondió él, seco.
—¿Te molesto? —La voz fría de él la alertó.
—Sí. Te llamo luego. —Colgó.
—¿”Te llamo luego”? —murmuró, confundida, observando la pantalla hasta que se apagó.
*”Debe de haber alguien con él”*, pensó, y esperó su llamada. Intentó leer, pero las palabras le resbalaban. Apagó la televisión, aburrida. Al final, llamó a Raquel y quedaron para pasear.
Mientras comían helado, Lucía presumía de su amor cuando Javier llamó.
—Perdona, cariño. Llame en mal momento. Estaba ocupado. ¿Quedamos esta tarde?
—Sí —contestó, radiante.
—Mamá quiere conocerte —le dijo al encontrarse.
Javier se tensó.
—¿Se lo contaste? —preguntó, desconfiado—. ¿Le parece bien que salgamos?
—¿Por qué no iba a parecerle bien?
—Hace poco que estamos juntos… Conocer a los padres es cosa seria.
—¿Y esto no lo es? —Lucía frunció el ceño.
—Claro que lo es. —La abrazó con fuerza, ocultando su rostro—. Solo que… tu madre me hará mil preguntas.
—¿Cuántas veces has conocido a padres de otras? —bromeó, dándole un golpecito en el costado.
—Un par.
—¿Y no tienes nada que ocultar? ¿O acaso tienes una habitación secreta como Barba Azul, donde escondes a tus ex? —se rio—. ¿Estás casado?
—No, ¿de dónde sacas eso?
—¿Adónde vamos? —cambió de tema, sonriente.
—No tengo mucho tiempo. Mi madre quiere que vuelva pronto. ¿Paseamos? —La besó con pasión, y Lucía sintió un escalofrío.
Caminaron abrazados, y Javier le habló de sus noches en vela pensando en ella, de cómo deseaba tenerla cerca. Juró que nunca había sentido algo así. Prometió presentársela a su madre cuando esta mejorara, explicándPero cuando llegó el día de la cena, Javier canceló a último momento con una excusa vaga, y Lucía, ocultando sus lágrimas detrás de una sonrisa forzada, entendió que algunos amores solo sirven para enseñarnos a soltar.