Te voy a contar esta historia como si estuviéramos tomando un café en Madrid, adaptándola a nuestra cultura.
Desde el primer día en la universidad, dos chicas se fijaron la una en la otra. Las dos eran guapas, incluso parecidas en algo. Desde entonces, siempre iban juntas.
Luisa creía que merecía algo mejor que pasar su vida en un pueblo pequeño, como sus padres. Su madre era dependienta, su padre albañil y, claro, bebía. Cuando acabó el instituto, anunció que se iba a estudiar a Barcelona.
Sus padres suspiraron, pero no la disuadieron. Pensaron que quizá a ella le iría mejor que a su hermana mayor, que se casó mal y ahora sacaba adelante a dos hijos sola. No podían mandarle mucho dinero, pero le enviarían conservas y verduras de la huerta. Una vecina era revisor en los trenes a Barcelona.
Al llegar, Luisa decidió que haría lo imposible por no volver. Se hizo amiga de Carla porque era barcelonesa de toda la vida. Su padre era médico, su madre economista. Una familia culta, de buen nivel.
Carla se compadecía de Luisa, y ella lo aprovechaba. Si se quejaba de que las botas se le habían roto y no tenía para otras, Carla le prestaba un par. ¿Nada que ponerse para salir? Carla le daba un vestido nuevo, total, tenían la misma talla. Y Luisa se quedaba a dormir en su casa, sobre todo en época de exámenes. En la residencia no se podía estudiar.
Luisa odiaba estudiar, pero se mataba a hacerlo, aunque lo que quería era salir de fiesta. “Ya verás, cuando me gradúe y me quede en Barcelona, entonces sí que me lo pasaré bien”.
A Carla, en cambio, todo le salía fácil, sin esfuerzo. Luisa le envidiaba, aunque no lo demostraba. Como pasa en estos casos, las dos se enamoraron del mismo chico, guapo y deportista. Él venía de una base militar donde su padre servía. Pronto formaron un trío inseparable.
“Javi, ¿estás con ellas por turnos o a la vez? Comparte una”, le gastaban bromas los compañeros.
Hasta los profesores bromeaban: “Dinos, ¿cuál de las dos te gusta?”.
Javi no hacía caso. Le gustaba más Carla, tranquila y dulce. Pero no se atrevía a decirlo, para que no pensaran que la elegía por ser de Barcelona.
En clase, rozaba su pierna con la rodilla, se inclinaba como para hablarle… Lo que nadie veía, Luisa lo notaba al instante en sus caras tensas. Y la rabia la inundaba. “Encima de que Carla nació aquí, en una buena familia, ahora se lleva al mejor chico”.
Javi se cansó de ocultar sus sentimientos. Le confesó su amor a Carla, y a Luisa le dejó claro que sobraba. El grupo se rompió. A Luisa no le gustó. No quería perder a Carla… ni cederle a Javi.
Así que empezó a maquinar cómo separarlos. No podía actuar directamente; necesitaba que pelearan. Y no podía esperar. Estaban en tercero, quedaba poco. “¿Y si se casan antes de acabar la carrera?”.
“Ojalá se rompa una pierna y no salga de casa… No, entonces Javi la mimaría más. Mejor que le salgan granos… Le compraré fresas”, pensó Luisa.
Pero el destino protegía a Carla. Los granos le salieron a Luisa.
Antes de los exámenes, la madre de Javi enfermó grave. Él pidió examinarse en agosto y se fue. Hacía un calor veraniego poco común en Barcelona. Para estar en la playa, no estudiando. Tras el primer examen, las amigas paseaban. Luisa se paró frente a un escaparate de vestidos de novia.
“¿Cuál te pondrías tú?”, le preguntó a Carla.
“No lo sé, no he pensado en eso”.
“Venga, todas soñamos con un vestido blanco. Yo querría ese”, dijo Luisa señalando uno con vuelo. “¿Me iría bien? Oye, ¡entremos a probarlo! Total, no cuesta nada”.
“Ni loca, con este calor… Mejor un helado”, insistió Carla.
“Porfa, Carla, solo uno. Yo seré la novia y tú la dama”, rogó Luisa.
“Probarse el vestido antes de que te pidan matrimonio da mala suerte”, advirtió Carla.
“Tonterías. Tú también lo elegirías con tiempo. Solo uno, ¡venga!”, suplicó Luisa.
Al final, entraron. La dependienta, aburrida y acalorada, las atendió.
Luisa fingió ser una novia exigente. Escogió un vestido y se lo probó. Carla admitió que le quedaba precioso. “Como para ir al registro… si tuvieras con quién”.
“Tenemos uno espectacular, pero pocas pueden llevarlo. A usted le iría genial. Hasta le haría descuento”, dijo la dependienta a Carla.
“No soy yo la que se casa”.
“Eso tiene arreglo. Pruébeselo”, sonrió la mujer.
Carla entró al probador. Cuando salió, a Luisa se le cortó la respiración. El vestido parecia hecho para ella, perfecto. Sin adornos, pero elegante.
“Falta el velo”, dijo Luisa.
“Con este modelo va mejor una diadema”, sugirió la dependienta.
“Pues tráigala”, pidió Luisa, disimulando la envidia.
Todo le quedaba bien a Carla. Luisa se miró al espejo y su vestido le pareció cutre. La dependienta trajo una ramita de piedras y se la colocó en el pelo.
Luisa ardía de celos.
“¿Puedo hacerles una foto? Le queda divino”, pidió la dependienta.
“Yo también”, dijo Luisa, sacando el móvil. “Sonríe. Ahora voltéate. Así…”.
“Basta, ya está”, dijo Carla y fue a cambiarse.
Luisa se quedó sola. Y entonces se le ocurrió cómo enfrentar a Carla con Javi. Revisó las fotos. Carla parecía una novia de verdad. “Le subiré el retoque y se la mandaré a Javi: ‘Tú allá, tu chica aquí casándose'”. En una foto, se veía a un chico hablando por teléfono frente al escaparate. “¿No parece el novio esperando?”. Casi gritó de alegría al ver lo bien que encajaba todo.
Después de los exámenes, Luisa no volvió a su pueblo. Su habitación ahora la ocupaba su hermana con los niños. Llamó a casa: “Conseguí trabajo, no vuelvo”. Su madre se alegró: “Si trabaja, ya no hay que mandarle dinero”.
“Los niños de Olga crecen, necesitan tantas cosas…”, se quejaba.
“En seguida que digo que trabajo, mi madre ya no manda nada”, se quejó Luisa.
“Es normal. Tu hermana está sola con ellos”, la consoló Carla.
“¿En qué pensaba cuando los tuvo? Sabía que él la dejaría”.
“Yo no te dejaré. Vamos, mamá hizo cocido”, dijo Carla, llevándola a su casa.
“Qué haría sin ti”, dijo Luisa, sincera.
Un mes después, le mandó a Javi la foto de Carla de novia.
Javi volvió en agosto.
“¿Por qué tan serio? ¿Tu madre sigue mala?”, preguntó Carla.
“No, ya está bien. ¿Y tú? ¿Felicidades?”, dijo él.
“¿Por qué?”
“Por la boda. ¿Por qué no me avisaste?”.
“¿Qué boda? ¿De qué hablas?”.
“¿Y esto?”, enseñó la foto.
“Fue una broma de Luisa. Ahora entiendo por qué me llevó ahí. Javi, te explico…”.
“Buena broma”, dijo él, y se fue.
“¿Por qué le mandaste esa foto a Javi?”, Carla se lanzó contra Luisa.
“Salías preciosa. Quería que se decidiera a pedirteLuisa se rio disimulando sus celos, mientras en lo más profundo de su alma ardía el despecho, pero al final, la vida los reunió a todos en ese pueblo abandonado, donde Javi y Carla, años después, se encontraron de nuevo y entendieron que el destino siempre había querido que estuvieran juntos.