**Diario de un Padre**
—Lucía, no lo permitiré, ¿me escuchas? Solo tienes dieciocho años. No entiendes… —Carmen no podía evitar levantar la voz. Llevaban horas discutiendo con su hija.
—Eres tú la que no entiende. Todos van, y a mí, como siempre, me lo prohibes —respondió Lucía, firme en su postura.
—¿Quiénes son “todos”? ¿Tu amiga Sofía? A ella su madre le permite hasta lo imposible… —Carmen se detuvo, sintiendo que había ido demasiado lejos—. Escúchame, hija…
—¿Y tú me escuchaste cuando te dije que no quería saber nada de Javier? Ah, claro, la opinión de una niña no importa. Hiciste lo que quisiste. Dijiste que querías ser feliz. ¿Y qué? ¿Eres feliz, mamá? Ya no soy una niña, soy mayor de edad. Y yo también quiero ser feliz. Iré, te guste o no. No necesito tu dinero, por si te lo preguntas. —Los ojos de Lucía brillaban de indignación.
—Yo solo quiero que seas feliz, de verdad. Podrías cometer un error del que te arrepientas toda la vida. Piensa, Lucía. Allí dependerás completamente de ese Adrián. ¿Estás segura de él? Ni siquiera lo conoces bien. No tendrás a nadie cerca…
—No te preocupes, no volveré embarazada —replicó Lucía con sarcasmo.
—No nos entendemos —Carmen, exhausta, se dejó caer en el sofá.
Estaba cansada de justificarse. Su exmarido la había abandonado con Lucía, de tres años, y desapareció sin pagar la manutención. Cuando conoció a Javier, no esperaba volver a amar ni a confiar en un hombre. Él había intentado ser un padre para Lucía, un amigo. Pero ella nunca lo aceptó.
Carmen recordaba cómo Lucía, de doce años, recibió a Javier con hostilidad la primera vez que visitó su casa. Después de que se marchara, preguntó:
—¿Él vivirá con nosotras?
—Sí. ¿Te molesta?
—¿Importa lo que piense? Al final harás lo que quieras —respondió su hija con un resoplido.
Carmen intentó explicarle que Javier era bueno, que con el tiempo lo entendería.
—Es que no lo conoces. Verás, te caerá bien.
—Tu hija solo tiene celos —le dijo su amiga—. No puedes ceder ante ella. Pronto crecerá, se casará, y estarás sola. Un hombre como Javier no aparece dos veces. No tienes que elegir entre él y Lucía. Dale tiempo, todo se arreglará.
Carmen intentó no descuidar a su hija, pero no siempre lo lograba. Su corazón se inclinaba hacia Javier, mientras Lucía luchaba por su atención. Se sentía dividida. Cuando Lucía comprendió que su madre ya no era solo suya, se distanció. Y así terminaron: sin escucharse.
Ahora Lucía se vengaba. Adrián era un chico educado, de buena familia. Carmen no tenía nada contra él, ¿pero permitir que su hija se fuera con él al sur?
Cuando un joven visita a los padres de su novia, siempre muestra su mejor cara. ¿Quién es en realidad? Vemos la punta del iceberg, pero ¿qué hay debajo?
Quizá para los padres de Adrián era más fácil. Carmen solo tenía a Lucía. Nunca se habían separado, y ahora ella quería irse al sur con su novio. Sabía lo que pasaría: vino, intimidad… Había criado a su hija sola, protegiéndola. Era difícil aceptar que ya era mayor, que tenía su propia vida.
Pero no podía retenerla eternamente. Javier también pensaba que debía darle libertad. Lucía era lista, entendería las cosas. Cuando Carmen le dijo que, si fuera su hija, no la dejaría ir con un chico, Javier enrojeció pero calló. Claro que no la habría dejado ir. Le agradeció que no avivara la discusión. Se mantuvo al margen, dejando que madre e hija resolvieran el problema solas.
Tal vez debió dejar a Javier, olvidarse de sí misma, dedicarse solo a su hija. Pero, ¿cómo hacerlo? Tenía poco más de treinta años y anhelaba amor y felicidad.
Ahora era Lucía quien quería ser feliz, ignorando su consejo. ¿Qué hacer? Es fácil juzgar cuando son hijos ajenos. Cuando es tu única hija, la razón calla ante el amor y el miedo. Toda madre quiere evitar que su hija cometa errores. Pero, ¿no será ese el mayor error?
Carmen suspiró, cansada de darle vueltas al asunto, y entró en la habitación de Lucía. Estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas, mirando el teléfono. «Se estará quejando con Adrián», pensó.
—Estoy harta de pelear contigo. Es normal que tema por ti, que quiera protegerte. Solo tienes dieciocho… Ve. Pero prométeme que llamarás y no apagarás el teléfono.
Lucía la miró sorprendida, incapaz de creer que su madre cediera.
—Vale —dijo, secamente.
«Antes se habría abrazado a mí, me habría llamado “mamá”. Ahora actúa como si me hiciera un favor». Carmen quiso añadir algo más, pero calló y salió de la habitación. «Que se vaya. Al menos no nos separaremos como enemigas».
En la cocina, intentaba calmarse cuando Lucía asomó.
—¿Me llevo la maleta azul?
—Claro. ¿Cuándo os vais?
—Esta noche, ya te lo dije.
Carmen no lo recordaba. ¿Tan pronto? Aún no asimilaba que dejaría ir a su hija sola. «Dios mío, ¿qué hago aquí?» Se levantó, sacó parte de sus ahorros y se los entregó.
—Toma, por si acaso. Guárdalos sin decirle nada a Adrián. Si quieres volver, podrás comprar un billete en cualquier momento.
—Gracias —Lucía esbozó una media sonrisa—. Adrián vendrá a buscarme. Por favor, no me acompañes a la puerta, ¿vale? —pidió, con un tono más suave.
Carmen asintió y salió. «Menos mal, al menos no nos separamos enfadadas».
—Pensé que seguiríais discutiendo. ¿Al final la dejas ir? —Javier entró en la habitación. Carmen se abrazó a él.
—Qué bien que hayas venido. No sé si hago lo correcto. Estoy nerviosa.
—Tranquila. Será buena chica, sabrá manejarse.
Adrián llegó a las diez y media.
—Eres responsable de ella. Llámadme, ¿de acuerdo? —Carmen contuvo las lágrimas. No quería soltarla. Por un instante, vio duda en la mirada de Lucía, pero desapareció al momento.
—Estoy lista —dijo Lucía, impaciente. Adrián cogió la maleta.
—No se preocupe, la traeré sana y salva.
Cuando la puerta se cerró, Carmen corrió a la ventana. Javier la abrazó por detrás.
—Subieron a un taxi. Dios, protégela…
—Vamos, tomemos algo —propuso Javier.
***
En el taxi, Adrián rodeó a Lucía con el brazo y la besó.
—¡Para! —se apartó, mirando al conductor.
Adrián se enderezó, pero no retiró la mano.
¿Habría sido un error discutir con su madre? Aún podía echarse atrás, volver. Pero el taxi se detuvo y subieron su amiga Sofía y su novio, Pablo. El ambiente se animó, y sus dudas se esfumaron. En horas estarían en Málaga, frente al mar…
Alquilaron dos habitaciones. Lucía supuso que dormirían por parejas, pero aún le daba miedo. Adrián, en cuanto estuvieron solos,Al día siguiente, Lucía tomó el tren de vuelta a casa, sintiendo que el mar ya no era tan azul como lo recordaba.