**Un Corazón Enamorado**
Javi se asomaba por la ventana, contemplando el patio bañado de sol. En el edificio de al lado había un «Día», y la gente cruzaba el patio para acortar camino. Pero a Javi no le interesaba la gente. Solo esperaba a una chica: Alba.
Desde que vivía en ese bloque, estaba enamorado de ella. Alba era dos años mayor y vivía dos pisos más abajo. No era nada del otro mundo, una chica como cualquier otra, de esas que hay a millones. Pero para Javi… ella era especial. El corazón no entiende de razones. Se enamoró y punto.
Alba estaba terminando sus exámenes finales y se preparaba para entrar en la escuela de enfermería. Pronto no podría seguirla de camino al instituto ni verla en los recreos. Solo le quedaba hacer guardia en la ventana.
Ella ni se fijaba en él. Para Alba, Javi era solo un chiquillo, el vecino del cuarto. Por eso ocultaba sus sentimientos. Temía que lo rechazara por ser un crío. Aguardaba a cumplir los dieciocho, a terminar el instituto, para confesarle su amor. Pero cuando por fin tuvo su título y se preparaba para la universidad… Alba se casó. Y vaya manera de hacerlo.
Desde la ventana, Javi vio llegar un coche plateado decorado con lazos. Un tipo alto, con traje azul marino, salió impaciente, mirando hacia las ventanas del segundo piso. De pronto, Alba apareció en un remolino de tul y encaje. Bajando las escaleras, torció el tobillo y cayó en brazos del novio, que la atrapó en el último segundo. La metió en el coche, le quitó el zapato y habló con el conductor. Javi adivinó que el tacón se había roto.
La madre de Alba salió con unas zapatillas blancas. Con eso se casó. No hubo tiempo para comprar otros zapatos.
El cotilleo corrió por todo el vecindario. Todos coincidían: era un mal augurio. Ese matrimonio no duraría ni traería felicidad.
Tras la boda, Javi pasó dos días tirado en el sofá, mirando la pared. Su madre casi llamó al médico, pensando que estaba enfermo. Al tercer día, volvió a su puesto en la ventana. Pero Alba había desaparecido. Su madre le contó que los recién casados se habían ido al sur al día siguiente. Javi temió que se mudara con su marido para siempre. Sin embargo, dos semanas después, Alba reapareció, morena y radiante. ¡Había vuelto! El corazón de Javi saltaba de alegría.
La madre de Alba se marchó a casa de su hijo mayor, que acababa de ser padre. Quería dejar espacio a los recién casados. Con el tiempo, Alba y su marido parecían felices, desafiando los malos presagios.
La vida seguía su curso, y Javi podía ver a su amor platónico cada día. Aunque, para su disgusto, ahora el marido solía acompañarla. Pero, para su sorpresa, a los seis meses se divorciaron.
La noticia se la dio su madre durante la cena. Al final, el presagio se cumplió. El matrimonio no duró. Decían que la exmujer del tipo había ido a ver a Alba. Tenían un hijo pequeño, y aunque se reconcilió con su ex, no se atrevía a decírselo a Alba. La ex decidió intervenir.
—Él quiere a su hijo —le dijo—. Y yo ya lo he perdonado. Déjalo ir. Encontrarás tu felicidad.
Alba lo dejó ir. Javi creía oírla llorar, aunque era imposible desde su piso. Esperó tres días en la ventana, pero ella no salía. ¿Y si se había hecho algo? El pánico lo empujó a llamar a su puerta.
Alba abrió, con los ojos hinchados y la cara demacrada, pero con un destello de esperanza. Al verlo, se derrumbó en el sofá y rompió a llorar. Javi entró, indeciso. Le partía el corazón verla así. Se agachó y le acarició la espalda con ternura.
Poco a poco, los sollozos cesaron. Alba levantó la cara, enrojecida por las lágrimas. En ese momento, Javi la amó más que nunca, despeinada, vulnerable. Aunque, ¿cómo era posible amar más?
—No llores… —susurró—. Espera un poco. Cuando termine la universidad, me casaré contigo.
Javi empezó la carrera. A veces se cruzaba con Alba, cabizbaja, cargando bolsas de la compra. Le arrebataba las bolsas, bromeaba y le contaba historias graciosas. En la puerta de su casa, ella recuperaba las bolsas y se despedía. Nunca lo invitaba a pasar.
Su madre lo sabía, pero esperaba que madurara y se enamorara de alguien de su edad. Un día le soltó otra noticia: Alba salía con un médico. Casado. El doble de su edad. Su hija tenía la misma edad que Alba.
¿Quién lo decía? Nadie lo había visto entrar o salir de su casa. Javi ardía de celos. Aunque lo consolaba pensar que difícilmente se casaría con un hombre casado.
Llegó la Navidad. El patio brillaba con luces, la nieve cubría el suelo. Una tarde, Alba llamó a su puerta.
—¿Tienes cebollas? —preguntó desde el umbral, sonrojada, sonriente.
—No hay tiempo de ir al súper. ¿Me las das?
Javi ocultó su decepción y fue a por ellas. Alba las examinó y levantó la mirada.
—¿Y otra más? Te la devuelvo luego.
—¿Esperas visita? —preguntó él, tímido.
Ella solo sonrió, dio las gracias y se fue.
Los celos lo devoraban. ¿Por qué no lo veía? Ya era mayor… ¿No notaba su amor? Volvió a la ventana. Reconocía a todos los vecinos por su silueta. Así que notaría al intruso enseguida.
Un Mercedes entró en el patio. Un hombre con abrigo de piel y gorra bajó. Javi imaginó a Alba recibiéndolo con un beso, cenando, bebiendo… Luego…
Agitado, miró cómo el coche se cubría de nieve. Quería tirar algo para activar la alarma y arruinar su cita. Pero antes de que actuara, el hombre salió y se marchó.
El corazón de Javi latió con fuerza. Bajó y llamó a su puerta.
Alba abrió, con los ojos apagados.
—¿Qué quieres? ¿Cebollas o sal? —preguntó, inexpresiva.
—¿Estás sola? ¿Puedo pasar?
Ella lo dejó entrar. En la cocina, la mesa estaba puesta para dos. Una botella de vino, intacta. Alba apagó la vela.
—Vamos a beber —dijo, tomando la botella.
Tras dos copas, Javi se animó.
—Tu médico se fue rápido. ¿Terminasteis?
Él le confesó todo. Que la amaba desde cuarto de primaria. Que la espiaba desde la ventana. Que se moría de celos.
Alba lo escuchó. Luego lo llevó al salón y empezó a desabrocharse la blusa. Javi nunca había visto un sujetador tan bonito, de encaje, abrazando su pecho. Se ruborizó.
Cuando ella fue a bajar la cremallera de la falda, él la detuvo.
—No… —murmuró, aturdido por el vino y su perfume.
Ella se echó a llorar. Javi se sentó a su lado.
—Eres la mejor —susurró—. Le prometí a mi madre que no me casaría hasta terminar la carrera. No quiero decepcionarla… Pero… ¿te casarás conmigo?
Alba dejó de lAlba lo miró con los ojos brillantes, le secó las lágrimas con el dorso de la mano y asintió antes de abrazarlo fuerte, mientras afuera la nieve seguía cayendo en silencio sobre el patio iluminado por las luces navideñas.