No quiero discutir, pero ¿cuándo montarás la estantería?

**Diario de Carlos**

Tampoco quiero discutir. Pero, ¿cuándo vas a clavar de una vez esa maldita estantería?

El sábado, después del desayuno, Laura se puso a limpiar el piso. Yo me senté en el sofá de la cocina con el portátil. Mi tarea era sacar la basura más tarde, pero por el momento me dediqué a ojear las noticias en las redes sociales.

De repente, apareció una foto de mi amigo Iván, con quien estudié en la universidad. Sonreía como un niño con zapatos nuevos. Debajo decía: «¡Por fin! ¡Lo logré! ¡Me he mudado! Invito a todos a celebrar conmigo. Pasad, mirad y babear de envidia». Pinché en el enlace y vi fotos del piso sacadas desde todos los ángulos posibles.

Ese apartamento lo heredó hace un año de su abuela fallecida. No se había reformado en cuarenta años, con muebles viejos de los tiempos del régimen. Para vivir en él, habría que invertir un dineral, y él no lo tenía. Al principio, pensó en venderlo directamente. Él y su mujer, Adriana, ahorraban para un piso, y con lo de la herencia podrían acelerar el proceso.

Pero ella se plantó. El piso estaba destrozado, pero estaba en pleno centro histórico de Madrid. Propuso usar sus ahorros para reformarlo y venderlo más caro. Así podrían comprar uno más grande, como siempre habían querido.

Casi un año les llevó la reforma. Pero el resultado valió la pena. Según Iván, descubrieron todo tipo de posibilidades ocultas. Derribaron tabiques entre el baño y el aseo, abrieron la cocina a una de las habitaciones y crearon un salón enorme. Jugaron con los colores, eligieron muebles modernos y baratos con estilo minimalista. El resultado no era un piso, era una joya.

En los comentarios, la gente no escatimaba elogios. Unos felicitaban, otros admiraban, y algunos, seguro, envidiaban. Muchos sospechaban que habían contratado a un decorador profesional.

«Nada de eso. Investigamos por internet, vimos cómo eran los pisos modernos. Lo hicimos nosotros, salvo picar paredes y nivelar suelos. Adriana se encargó del diseño y eligió los papeles pintados», aclaró Iván a los incrédulos.

Yo lo felicité, pero con envidia, claro. Laura y yo vivimos en un estudio. Un amigo de mi padre se fue a vivir con su hijo a Miami tras la muerte de su esposa. No quería vender el piso todavía, por si no se adaptaba, y nos dejó vivir aquí gratis, con la condición de no cambiar nada. No estaba mal: nos casamos y ya teníamos techo, con todo amueblado.

Yo también le tiré los tejos a Adriana en primero, pero ella eligió a Iván. Le tocó la lotería. Adriana siempre tuvo un gusto exquisito. Hasta un burro como yo notaba cómo hasta la ropa más sencilla en ella parecía de diseñador.

Claro, Iván hizo el trabajo duro, pero las ideas fueron de ella. Y quedó genial. Miré alrededor de nuestra cocina. Nada especial, aburrida y corriente. Me gustaba… hasta que vi el piso de Iván.

¡Pero qué tío! Agarré el portátil y me lancé al salón, olvidando por completo que no se toca a Laura cuando limpia. Mejor dejarla desahogarse y esperar a que se le pase el genio…

Ella estaba de puntillas, estirada como un junco, limpiando el polvo de una estantería colgante. No pude evitar pensar lo bien que le queda ese vestido. En ese momento, la estantería se tambaleó. Los tornillos estaban flojos y aguantaban por milagro. Los libros seguían apilados en el suelo.

Intenté escabullirme antes de que me viera, pero Laura se giró, apartándose un mechón de la cara con un soplido.

—¿Qué haces ahí parado? Mejor sería que clavaras la estantería.

—Quería enseñarte… Mira el reformazo que se ha marcado Iván en el piso de su abuela. Yo tampoco diría que no a algo así… —Me detuve al ver su expresión.

—A ver —pidió ella.

—Aquí, mira. —Volví la pantalla hacia ella—. ¿A que es una pasada? Estaba hecho un desastre, Iván incluso pensó en venderlo… —Intenté hablar sin entusiasmo ni envidia.

—Sí. Qué bien les ha quedado —dijo Laura secamente, clavándome la mirada.

—¿Qué? Mi abuela está sana y no piensa morirse pronto. Además, tiene dos nietos, no sé a quién dejará el piso.

—Qué viva mil años. Él dice que lo hizo todo él solo. Adriana solo dio ideas.

—Pues sí.

—¿No lo pillas? ¡Cuántas veces te he pedido que arregles la estantería! Llevan los libros un mes en el suelo, llenándose de polvo. Hace un año que vivimos aquí, y cada día se cae algo. ¿Tengo que llamar a alguien de fuera para que clave una estantería? ¿No te da vergüenza? Por Adriana, hasta una casa entera levantarías, ¿no?

—Ahí vamos… —suspiré—. Todo está en digital hoy en día, y tú comprando libros como en el siglo pasado —refunfuñé, cerrando el portátil y escapando a la cocina.

—No, espera. —Laura me siguió—. Cada vez que hablamos de la estantería, te vuelves sordo y ciego. Yo no me meto con que llenas los armarios de discos. No critico tu colección. Pero, ¿para qué guardarlos si todo está en internet? Escúchalos online. No te juzgo por tus aficiones. Hagamos un trato. Saca tus discos del armario y ponlos en el suelo, y yo colocaré mis libros en su sitio. A lo mejor así te animas a clavar la estantería.

—Mejor compramos una librería. No me importa —dije, intentando apaciguarla.

—¿Y por qué no compramos un piso nuevo, más grande y nuestro, donde podamos hacer lo que queramos? —replicó Laura sin dejarme ganar.

—Lauri, no quiero discutir. No debí mencionar lo del piso —me desinflé por completo.

—Yo tampoco quiero. Pero, ¿cuándo vas a clavar la maldita estantería?

—Mañana paso por lo de mi padre a por el taladro y… Mierda, mis padres se han ido al pueblo todo el fin de semana. Lo haré, prometo. El lunes voy a por el taladro —dije con determinación.

—Ajá. Cuántas veces lo he oído… —Laura agitó la mano y se marchó a la habitación.

«¡Maldita sea, por qué mencioné lo del piso!», me maldije mentalmente y le escribí a Iván que por su culpa me había peleado con Laura.

«Anda ya. ¿Crees que Adriana y yo no nos peleamos? Durante la reforma, estuvimos a punto de divorciarnos tres veces. Ella hasta escribió la solicitud. Casi no la convenzo. Y Laura es maravillosa», respondió él.

Yo quería a mi Laurita. Sabía que era una mujer extraordinaria. Cocina de lujo, la casa limpia y acogedora. Y no pone excusas por las noches, como otras. ¿Qué más puede pedir un hombre?

«El lunes llevaré el taladro, empezaré a taladrar, saldrá polvo. Volveré a ser el malo. Pero antes del próximo sábado, antes de la limpieza, tengo que clavar esa estantería, o esto acabará en divorcio. Odio taladrar. ¿Quizá sería mejor comprar una librería? No, ella dijo que no pega aquí. Vaya, Iván me ha jodido el día», pensé con desánimo, suspirando.

Laura terminó de limpiar en silencio. El lunes por la mañana, me recordó que tenía que pasar por lo de mi padre a porpero cuando llegué del trabajo, la estantería ya estaba perfectamente colocada, y Laura, con una sonrisa pícara, me dijo que el “marido de alquiler” no solo era rápido, sino que también le había dado unos consejos para que yo pudiera aprender.

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MagistrUm
No quiero discutir, pero ¿cuándo montarás la estantería?