**El Padre Héroe**
Lucía subía lentamente las escaleras hacia el tercer piso con una bolsa de la compra, contando los peldaños como solía hacerlo años atrás con su hijo. Dani repetía cada número con entusiasmo, y al poco tiempo ya los decía solo. «Cómo ha crecido… Dios mío, que vuelva, que esté vivo…», repitió mentalmente, como un mantra.
Arriba, una puerta se cerró de golpe y unos pasos apresurados resonaron en el tramo. Lucía se apartó en el descansillo entre el segundo y tercero.
—¡Hola! —saludó alegremente su vecina, Nuria, de catorce años.
—¡Nuria, espera! ¡Se te olvida el gorro! —gritó su madre desde arriba.
La chica suspiró y dio media vuelta.
—Pero si no hace frío… Siempre lo mismo —murmuró entre dientes.
Su madre bajó corriendo y le entregó un gorro de lana.
—Por la noche refresca. Y no tardes, ¿eh? Directa a casa después del baile.
—Vale. —Nuria lo cogió y salió disparada.
—No vale, ponte el gorro —le gritó su madre.
—Hola, Lucía. ¿Vienes del trabajo? Esta mocosa siempre quiere salir así, y luego se resfría —se quejó la vecina mientras subían juntas.
Lucía retomó la cuenta de los escalones hasta que su vecina la interrumpió.
—¿Y tu hijo? ¿Te llama?
—No —suspiró ella.
—Criamos hijos para que se vayan. Y nosotros aquí, esperando. Con los chicos da miedo, pero con las chicas más. Sales a la calle y no sabes con quién andan. La mía solo piensa en bailar.
Lucía se detuvo ante su puerta. Mientras buscaba las llaves, la vecina desapareció en su casa. Al entrar, su mirada cayó en el perchero. Cada día esperaba, con el corazón en un puño, ver allí la chaqueta de Dani. Pero solo colgaba la suya.
Dejó la bolsa en el zapatero y se quitó el abrigo. Antes, Dani corría a recibirla, soltando novedades sin parar.
—Espera, déjame quitarme el abrigo —le decía ella, exhausta—. No toques la bolsa, pesa mucho.
Luego creció, y fue ella quien lo llamaba para que la ayudara.
—¿Qué tal el instituto? —preguntaba mientras él llevaba la bolsa a la cocina.
—Bien —respondía, y se encerraba en su habitación.
Después entró en la universidad. Lucía rara vez lo veía al volver del trabajo.
«¿Y si me compro un gato? Así alguien me espera…», pensó. Pero se le pasaba en cuanto encendía la tele y miraba las noticias. Escrutaba los rostros de los hombres en uniforme, sus ojos cansados pero esperanzados. Quizá uno fuera Dani. Ella sabría reconocerlo.
**Cuatro meses atrás**
—¿Dani, estás en casa? —gritó al entrar.
—Sí. —Salió de su cuarto arrastrando los pies.
—¿Qué haces aquí a esta hora? —Ella fue a la cocina, él detrás—. ¿Tienes hambre? —Mientras guardaba la compra, notó su expresión.
—¿Qué pasa? ¿Algo malo? —Dejó el paquete de queso en la nevera y lo miró fijamente.
—Estoy bien, mamá.
Pero su tono la alarmó. Guardó la bolsa vacía y se sentó.
—Mañana hago tortitas —dijo, sin apartar los ojos de él.
—Siéntate —indicó él con la cabeza. Lucía obedeció, pero el corazón le dio un vuelco.
—Me asustas. ¿Qué pasa? ¿Te casas?
—Mamá, me voy a Ucrania.
—¿Cómo? —tartamudeó—. Pero si no has hecho la mili…
—No es ahora. Primero recibiré formación.
—No —negó con fuerza—. Acabas de graduarte, tienes un buen trabajo… ¿Y yo? ¿Has pensado en mí? No puedes hacerme esto. ¿Por qué?
—Hay una guerra, mamá. No puedo quedarme de brazos cruzados. Soy fuerte, tengo estudios…
—Eres un niño. Solo tienes veintitrés…
Pero se calló al ver la determinación en su mirada. Las lágrimas nublaron su vista.
—¿Cuándo? —preguntó, con las mejillas húmedas.
—Mañana. Lo siento, pero no puedo esconderme mientras otros…
Se levantó y lo abrazó con fuerza.
—No te dejo ir.
—Ya está decidido. —Dani se separó con esfuerzo.
Luego hablaron horas. Él intentaba explicarse.
—Una vez te pregunté por mi padre, ¿recuerdas?
—Tenías cinco años —contestó ella.
—¿Y qué me dijiste?
Lucía negó con la cabeza, aunque lo recordaba bien.
—Dijiste que era militar, un héroe, que murió en una misión secreta.
¿Qué otra cosa podía decirle? Que se enamoró de un cobarde que la abandonó al saber del embarazo. Que su madre la obligó a continuar. Que sufrió, esperando que él volviera. Pero nunca lo hizo.
Así que inventó esa historia. Para que Dani no se sintiera menos. Nunca imaginó que, años después, habría una guerra.
—¿Es verdad? —preguntó Dani esa noche—. Lo de mi padre.
Ella dudó, pero no podía defraudarlo ahora.
—Sí —mintió—. Puedes estar orgulloso.
Y él, pensó, pareció aliviado.
**El regreso**
Pasaron meses sin noticias. Hasta que Dani llamó.
—Volveré pronto.
—¿Cuándo? —preguntó ella, con voz temblorosa.
—Pronto.
Limpió la casa, compró comida. Pero el timbre la sorprendió igual. Al abrir, apenas lo reconoció. Su niño ya no estaba. Lo abrazó, llorando. Detrás de él, un hombre esperaba.
—¿Estás herido? —gritó al ver la muleta.
—No es grave. Mamá, te presento a Sergio. Servimos juntos.
El nombre la golpeó. Lo miró. Él no parecía sorprendido. Sabía dónde estaba.
—Él me salvó —continuó Dani—. Me arrastró dos kilómetros. Estuvimos en el mismo hospital…
Lucía no escuchaba. Solo una frase resonaba: *«Salvó a mi hijo»*.
Les dio de comer y ropa limpia. Dani se duchó primero.
—Perdóname —susurró Sergio en la cocina—. Me arrepiento de lo que hice.
—¿Cuándo lo supiste? —preguntó ella, fría.
—En el hospital. Me enseñó tu foto. No le dije quién era… No podía.
Él no tenía a nadie. Divorciado, sin ver a su hija. Se alistó voluntario.
—¿Por qué le dijiste que era un héroe?
—¿Preferirías que supiera la verdad?
—Era joven, un cobarde…
—Nada ha cambiado —replicó ella.
Dani salió del baño, y callaron.
**La decisión**
Al día siguiente, Sergio se marchó al hospital. Lucía cocinaba, destrozada.
—¿Adónde vas? —preguntó al verlo preparado.
—A visitar a mi tía. No quiero estorbar.
—¿Y luego?
—Volveré al frente. No tengo nada aquí.
—¿Y arrastrarás a Dani contigo? ¿No te importa? —estalló—. ¡Yo no tengo a nadie más!
—No voy a…
—Él te seguirá. Tal vez te reconoció, aunque no lo sepa. Pero eres egoísta. ¡VAl final, cuando Dani volvió con Sergio esa noche, Lucía respiró hondo, decidida a contar la verdad y aceptar que, a pesar de todo, el destino les había dado una segunda oportunidad.