—¡Ay, Natalia, qué bien que te encontré en la entrada! Así no tengo que subir a vuestro piso —dicho casi sin aliento, Antonia, la suegra de Natalia, lanzó las palabras con ese tono que siempre la precedía.
—Buenas tardes —respondió Natalia, desconcertada, mientras ajustaba las bolsas de la compra en la mano.
No era que se llevaran mal, precisamente. Pero la suegra no solía visitarlos, demasiado ocupada dedicándose por completo a su otra hija, Margarita.
—Natalia, préstame mil euros. Margarita y el pequeño Luis van a un balneario. Hay que comprar de todo, y los precios están por las nubes. Tú ya me entiendes… —dijo Antonia, alzando los ojos y chasqueando la lengua.
Natalia contuvo un suspiro mientras el encoY aunque el corazón le ardía de indignación, Natalia abrió su bolso con resignación, sabiendo que, una vez más, tendría que pagar por el capricho de otra.