**No habrá boda**
—Marisol, por fin te vas a casar —dijo Marta con una sonrisa a su hija—. ¡Qué alegría que Javier te haya pedido matrimonio! Sabes cómo son los hombres hoy en día, ¿verdad? Solo quieren divertirse y no se apresuran a comprometerse. Pero Javier es diferente, así que aférrate a él.
—Vamos, mamá, no es como si yo no tuviera opciones —bromeó Marisol—. Soy guapa, inteligente y merezco un príncipe, ¿no crees?
—¡Ay, un príncipe! —rió Marta—. No olvides que ya tienes 35 años, cariño. Esto podría ser tu última oportunidad.
La frase *«última oportunidad»* le sonó humillante. Pero Marisol no discutió. Sabía lo mucho que su madre se preocupaba por ella. Los años pasaban y ningún pretendiente serio aparecía. Marta temía que su hija nunca se casara ni le diera nietos.
La boda estaba programada para dentro de dos semanas. Todo estaba organizado: el banquete en el mejor restaurante de Madrid, los invitados confirmados, los trajes elegidos. Solo faltaba decidir el vestido, y Marisol tenía una nueva cita para probárselo.
De pronto, sonó el timbre.
—¡Seguro que es Javier! —exclamó Marta, apresurándose a abrir.
—Buenas tardes, Marta. Hola, Marisol —saludó Javier con cordialidad—. No vengo con las manos vacías. Para ti, Marta, una caja de bombones. Y para ti, Marisol, unas flores.
—No hacía falta —repuso Marta, radiante—. Aún me pregunto cómo mi hija encontró a un hombre tan maravilloso. ¡Parece que no tienes ningún defecto! Pasa, Marisol te espera en su habitación.
Llevaban solo seis meses juntos. A Marisol le sorprendía que un hombre como Javier, alto funcionario en el ayuntamiento, se fijara en ella, una simple profesora de música. Desde el principio, él dejó claro que buscaba a una esposa, no una aventura.
Javier era serio, responsable y, como decía Marta, *«un hombre de bien en todos los sentidos»*. Solo cinco años mayor que Marisol, a veces ella sentía ganas de llamarlo *«Don Javier»*, tan formal parecía.
—Marisol, aquí tienes tus tulipanes —dijo él con un tono casi paternal—. Nunca te olvido y quiero hacerte feliz. ¿Revisaste los preparativos de la boda?
—Gracias por las flores. Todo parece listo. Solo debo elegir el vestido y comprar los zapatos.
—Asegúrate de lucir impecable ese día —respondió él con firmeza—. Mis familiares deben quedar impresionados. No escatimes en gastos.
Sacó su cartera y dejó unos billetes sobre la cómoda:
—Toma, es para lo que necesites. Ah, y la próxima semana visita a mi madre. Te dará las recetas de mis platos favoritos. Quiero evitar discusiones, así que aprende bien.
—Javier, ¿recuerdas que tengo 35 años? —sonrió Marisol—. Las mujeres a mi edad ya saben cuidar una casa. Además, estamos en una etapa romántica, hablemos de otra cosa.
—No, Marisol, mi madre cocina de maravilla y su casa es un altar. Sería vergonzoso que viniera y no estuviera todo perfecto.
Prometió visitar a su futura suegra, y Javier se marchó. Marisol se quedó con un nudo en el pecho. ¿Dónde estaban los gestos cariñosos, las palabras dulces? Él siempre era frío, calculador.
Al día siguiente, fue a probarse el vestido. Sin entusiasmo, eligió el primero que le mostraron. «Todo está bien —pensó—. Me caso con un hombre estable, como quería. Muchas me envidian. Mamá está feliz. ¿Qué más necesito?».
Caminó hacia la parada cuando una voz la detuvo:
—¿Marisol? ¡Cuánto tiempo! ¿Me recuerdas?
Claro que lo recordaba. Era Adrián, su primer amor. Él la había dejado por otra, y ahora la miraba con naturalidad, como si nada hubiera pasado.
—Hola, Adrián —dijo, conteniendo la emoción—. ¿Qué haces por aquí?
—Tengo una oficina cerca. La vida me va bien, aunque me divorcié hace poco. Y tú, ¿te casaste?
—No, pero tengo pareja —mintió, ruborizándose—. Aunque no sé si funcionará.
—Bueno… ¿Vas con prisa? Vamos a tomar algo.
Aceptó, sabiendo que era una locura. Pero en la cafetería, los recuerdos la inundaron: las largas charlas, la risa fácil, esa paz que solo él le daba.
Adrián, alto, con ojos verdes y porte atlético, era todo lo contrario a Javier, serio y convencional.
Una hora después, él pagó y le dijo al despedirse:
—Te llamaré. No es nada raro, solo me alegró verte. Dame tu número para no perder el contacto.
Marisol flotaba. ¿Era una señal del destino? ¿Justo el día de elegir su vestido?
En casa, Marta la esperaba ansiosa.
—¿Ya elegiste el vestido? ¡Enséñamelo!
—Mamá, no habrá boda —declaró Marisol con voz helada, encerrándose en su cuarto.
Marta palideció.
—¡¿Qué?! ¿Pasó algo con Javier? ¡¿Él canceló?!
—No quiero casarme. Ni verlo más. ¿Crees que me ama? Solo busca una mujer útil, casi una sirvienta.
—¡Estás hablando tonterías! ¿Estás nerviosa? ¡Es un gran partido!
—Hoy vi a Adrián.
—¿A ese que te dejó? ¡No arruines tu vida por él!
Pero Marisol ya había tomado una decisión.
Marta llamó a Javier, esperando que la convenciera. Él estalló:
—¡Vaya educación tiene su hija! Mi madre tenía razón. No pienso rogarle. ¡No me llamen más!
Marta se derrumbó. Su sueño de ver a Marisol feliz se esfumaba. Pero para Marisol, era un alivio. ¡Había evitado un error! Ahora solo esperaba la llamada de Adrián.
Pasaron días. Nada.
—Será cosa suya —pensó—. Seguro está ocupado.
Pero tras una semana, llamó ella. Adrián contestó sorprendido:
—Marisol, ¿tú? Perdona, se me olvidó contactarte. ¿Necesitas algo?
—Nada… solo saludarte —mintió, sintiéndose tonta.
—Estoy liado. Hablamos luego, ¿vale?
—¿Y si mañana quedamos? —insistió, temiendo que colgara.
—Mira, fue bonito vernos —dijo él tras una pausa—. Pero el pasado ya pasó. No le demos vueltas.
—Claro, no es nada —murmuró, con lágrimas—. Además, pronto me caso.
Colgó, avergonzada. ¿Cómo pudo ser tan ingenua? Renunció a Javier por un fantasma.
Afortunadamente, Marta la consoló:
—Hiciste bien. ¿De qué sirve casarse sin amor? Adrián no te merece. Ya encontrarás a alguien mejor.
Marisol no volvió a ver a ninguno de los dos. Pero, pese a todo, siguió creyendo que su felicidad llegaría.
**Lección:** El corazón no entiende de plazos ni conveniencias. A veces, lo que parece seguro es una prisión, y lo que parece perdido, una lección. Vale más esperar con paciencia que vivir arrepentido.