¿Toda la vida tratando de demostrar mi inocencia?

¿De verdad tendré que pasar el resto de mi vida probando que no tengo la culpa de nada…?

Vicky estaba viendo la tele mientras su marido, Adrián, se entretenía con el ordenador cuando sonó el teléfono. Era su madre.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Vicky, bajando el volumen con cierto recelo.

—Nada, nada. Solo quería saber de ti.

Pero Vicky sabía que su madre nunca llamaba sin motivo.
—Venga, mamá, dime. ¿Es Lola otra vez?

Su madre suspiró.

—No para de decir que quiere irse a vivir contigo. Que va a entrar en la universidad. Pero con las notas que tiene, solo piensa en fiestas. ¿Qué universidad ni qué universidad? Aquí hay un ciclo formativo estupendo, pero ni escuchar quiere.

—Pero Adrián y yo vivimos en un piso de una habitación. No sé si será cómodo para ella quedarse con nosotros —respondió Vicky.

—Ya, ya lo sé. Pero temo que se escapará sin avisar. Por eso te llamo, para que hables con ella. A mí no me hace caso. Está completamente descontrolada.

—Mamá, si ella se empeña en algo, ni tú ni yo la pararemos. Ya lo sabes. Hablaré con tío Jorge, a ver si se queda con ella.

—Sí, prueba. Aunque con su nueva familia… ¿no será un incordio?

—¿Incordio? Al final, es su hija. Bueno, mamá, ya hablaré con él y te llamo. —Colgó y suspiró.

—¿Era tu madre? —Adrián apartó la vista de la pantalla.

—Sí. Lola quiere venir, dice que va a entrar en la universidad.

—Y si entra, le darán residencia —dijo él, volviendo al ordenador.

—Pero no va a entrar. Ni siquiera quiere hacer un ciclo. Lo que quiere es casarse. Hablaré con su padre, a ver si la acoge. Es su obligación, al fin y al cabo. —Vicky frunció el ceño.

*Tengo que convencer a tío Jorge. Adrián es guapo, si no, no me habría casado con él. Pero con Lola nunca se sabe… En la boda no le quitaba ojo.*

Vicky y Lola eran hermanas de padre diferente. El de Vicky se ahogó cuando ella tenía seis años. Fue de pesca con unos amigos, bebieron de más, el anzuelo se enganchó y al intentar soltarlo, se hundió. Los demás, borrachos, no pudieron salvarlo.

Su madre, joven y guapa, se quedó sola con Vicky. No dejó que ningún hombre se le acercara. Hasta que en quinto de primaria llegó un profesor nuevo, joven y apuesto, de matemáticas. Decían que venía de una gran ciudad, escapando de un desamor.

Se convirtió en su tutor. En la primera reunión de padres, vio a su madre y se enamoró al instante. Empezó a visitarlas, a ayudar a Vicky con los deberes, no solo en mates. Pronto, Vicky sacaba sobresalientes, pero los rumores en el colegio ya volaban.

Y entonces su madre quedó embarazada. No quería casarse, pero Jorge —así lo llamaba en casa— la convenció. Cuando nació Lola, Vicky se sintió orgullosa de ser la mayor. Su madre le confiaba ir a la compra, pasear el carrito, incluso cuidar de su hermana si salía.

Dos años vivieron juntos. Luego, a Jorge le ofrecieron un puesto en un instituto de la capital. Era buen profesor, los alumnos lo adoraban.

Su madre se negó a ir. Nunca dijo por qué, pero Vicky, ya mayor, lo entendía: le daba vergüenza que él fuera más joven. Temía que, en la ciudad, la dejaría, así que lo soltó ella primero.

Jorge se fue. Ellas se quedaron. Pagó la pensión religiosamente, incluso mandaba algo para Vicky. Sabía que su madre lo pasaba mal.

Lola era todo lo contrario a Vicky. Mientras esta estudiaba y era responsable, Lola solo explotaba su belleza.

En la universidad, Vicky se topó con Jorge en un centro comercial. Iba con su esposa y su hijo pequeño. Se alegró de verla, le preguntó por su madre y Lola, le dio su número y dirección. *”Llama si necesitas algo”*, dijo.

Vicky fue un par de veces cuando andaba mal de dinero. Pero notó que a la esposa no le hacía gracia, así que dejó de ir. Él no llamó.

Al día siguiente del aviso de su madre, Vicky llamó a Jorge.

—¡Vicky! —sonó alegre—. ¿Qué tal? ¿Y tu madre? Hacía siglos.

—Me casé, tío Jorge. Trabajo. Todo bien. Te llamo por Lola.

Notó que se tensó. Esperó en silencio.

—Mamá llamó ayer. Dijo que Lola quiere venir aquí a estudiar. Vivimos en un piso minúsculo. Pensé… ¿podría quedarse contigo?

—Hablaré con Olga, mi mujer, y te aviso. ¿Y a qué quiere entrar?

—La verdad, ni idea. No creo que entre en nada. Si lo hace, le darán residencia. Si no, volverá con mamá.

—Vale. ¿Y tú? ¿Niños de momento?

—No. Gracias. —Se alegró de que hubiera accedido tan fácil.

Tres semanas después, Lola llegó con el título bajo el brazo.

—Hemos decidido que te quedarás con tu padre. Ya hablé con él.

—¿Quién te ha pedido opinión? —saltó Lola—. No pienso ir. Pensé que me quedaría con vosotros.

—¿Dónde? ¿En la cocina?

—¿Y qué? O… ¿es que tienes miedo por tu Adrián? Para mí es viejo, aunque… —sonrió maliciosamente.

Vicky contuvo el pánico.

—Mañana iremos a la universidad. ¿Dónde vas a intentarlo?

—No soy una niña. Yo sola puedo.

—Bien. Hasta que te admitan, tienes un mes. No puedes estar aquí. Ve a casa de mamá. Y ahora, vamos con tu padre.

Olga, la esposa de Jorge, no puso buena cara. En dos días, Lola volvió al pueblo. Pero a finales de julio, reapareció.

—¿Por qué no te quedaste con tu padre? —preguntó Vicky, poco amable.

—Se fue de vacaciones al sur —sonrió Lola, jovial.

Rechinando los dientes, Vicky la dejó quedarse. No iba a echar a su hermana. Hacía un calor insoportable, el ventilador no ayudaba. Y Lola paseaba por el piso en shorts y top ajustado, sin sujetador. Vicky aguantaba, vigilando a Adrián de reojo, pero él parecía no inmutarse.

*En una semana saldrán las listas y se irá*, se consolaba.

Al día siguiente, su jefe le pidió ir a Madrid. Tenía que llevar documentos a unos socios. Su compañero acababa de ser padre, no podía viajar. Vicky era la única que dominaba el tema. Aceptó, aunque le dolía dejar a Adrián con Lola ni dos días.

Adrián apagó el ordenador pasada la medianoche. Lola no estaba. Llamó, pero no contestó. Una hora después, una voz borracha respondió entre música estridente.

—¿Vienes o no? ¿Sabes la hora que es? —preguntó, perdiendo la paciencia.

—Ay, qué padre tan preocupado —rió Lola.

—Vicky se preocupa. ¿Qué le digo a tu madre si te pasa algo? ¿Dónde estás? Iré a buscarte.

—¿En serio? Estoy en la disco…

—¿A dónde vas? Quédate, bailamos… —intervino una voz masculina.

—¡¿En qué disco?! —gritó Adrián.

—Déjame en paz… —el ruido ahogó su voz. La llamada se cortó.

Adrián salió corriendo. EnAl llegar a casa, Vicky al fin comprendió que, a veces, la confianza es más fuerte que las dudas, y abrazó a Adrián con la certeza de que su amor era más grande que cualquier mentira.

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¿Toda la vida tratando de demostrar mi inocencia?